Juan Pablo II: el Papa testigo de la invasión nazi en Cracovia y que perdonó a quien trató de asesinarle
Juan Pablo II siempre buscó la misericordia de Dios, se confesaba todas las semanas y muchas veces. Se podría decir que fue un santo en vida pese a los obstáculos que tuvo que superar: estos fueron los rasgos que definían su personalidad

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Juan Pablo II siempre buscó la misericordia de Dios, se confesaba todas las semanas y muchas veces. Era un santo en vida. No llevó una vida fácil. Fue testigo de la invasión nazi en Cracovia. Fue en aquellos años cuando Karol Wojtyla trabajó en una cantera, y en la fábrica química Solvay, para ganarse la vida y evitar ser deportado a Alemania.

La oración era clandestina cuando sintió la vocación al sacerdocio en 1942. Fue el momento en el que ingresó en el seminario de la capital polaca. Cuando se cumplen veinte años de su fallecimiento el 2 de abril de 2005, es buen momento para ahondar en su personalidad y en sus virtudes que le llevaron a formar parte del santoral de la Iglesia Católica desde el año 2014.
Una persona auténtica
Juan Pablo II se caracterizó por ser una persona auténtica, la que le otorgaba una gran libertad de espíritu. Las pruebas son infinitas, desde sus escapadas para disfrutar de su afición por el esquí en la montaña o cuando fue fotografiado mientras se bañaba en la pileta de su residencia de vacaciones, en Castel Gandolfo. Su reacción, lejos de indignarse, se lo tomó con humor: “¿Y en qué periódico deberían publicarse?”, comentó con sorna.

Una personalidad muy sociable
Uno de los rasgos de la personalidad del Pontífice polaco fue su fino sentido del humor, lo que le permitía entablar relaciones sociales con facilidad. Incluso ya como Sucesor de Pedro pudo mantener contacto con amigos de su infancia o de sus tiempos como sacerdote y obispo. Se reencontró con sus compañeros de su época como estudiante, invitándoles a Castel Gandolfo en su periodo de vacaciones estivales, o se intercambiaban cartas. Unas cartas que la doctora Wanda Póltawska recopiló en el libro 'Diario de una amistad: La familia de Póltawski y Karol Wojtyla'.
Capacidad infinita para el perdón
En una carta abierta a Ali Agca, el hombre que trató de asesinarle el 13 de mayo de 1981 ante una Plaza de San Pedro abarrotada, se refleja el gran amor y amistad que unía a Juan Pablo II con los demás, siempre con la premisa de que somos hijos del mismo Padre. En 1983, el obispo de Roma visitó la prisión donde cumplía condena Ali Agca. El Pontífice miró a los ojos a quien trató de asesinarle, le cogió la mano y la besó. Juan Pablo se sentó y habló con él durante un largo rato, mostrando su capacidad de perdón y amor.

Generosidad extrema
La bondad es otra de las virtudes que atesoraba el Papa polaco y su empatía con los demás. Un gesto de generosidad supremo tuvo lugar en 1978 tras ser elegido Sucesor de Pedro, cuando telefoneó a Cracovia para que permitieran viajar de manera gratuita a Roma para asistir a su inicio de Pontificado a la empleada doméstica del palacio arzobispal de la capital polaca, la señora María.
Un amante de su patria y de la Iglesia Universal
Durante sus 27 años ocupando la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II nunca perdió contacto con su Polonia natal, si bien detestaba el nacionalismo radical. Este patriotismo no fue en contra de la universalidad de su amor como sacerdote católico y como Sumo Pontífice. En su primera visita a su país como Papa, comentó años después, que tuvo que contenerse todo el tiempo para no emocionarse.

Siempre veía la voluntad de Dios
El Pontífice polaco trataba siempre de ver la voluntad de Dios en todo; para eso miraba el mundo “desde lo alto”: siempre que recibía malas noticias, siempre se planteaba la misma cuestión: “¿Qué quiere decirme Dios con esto?”
Siempre al cuidado de los pobres
Durante su Pontificado, Karol Wojtyla se movía con ropa interior remendada que le provocaba irritación en la piel y con medias zurcidas. Antes, como arzobispo de Cracovia, hacía uso de unos zapatos que aguantaba hasta que el zapatero le decía que no podía arreglarlos más.

Los regalos que recibía casi siempre los donaba a los pobres. Como seminarista, sacerdote y obispo siempre regalaba sus abrigos o camisas nuevas a quien más lo necesitaba. Hay que tener en cuenta que Karol Wojtyla creció sin apenas recursos, con un empleo humilde en tiempos de guerra.
Esta pobreza espiritual y material, acompañada de su confianza ilimitada en Dios y amor a los pobres y necesitados, le dio una gran libertad interior para relacionarse con los demás y con la Creación.