Bondadoso, con sentido del humor, entregado a los pobres y a Dios: Juan Pablo II, un santo en vida
Cuando se cumplen diez años de su canonización, es buen momento para ahondar en su personalidad y en sus virtudes que le llevaron a formar parte del santoral de la Iglesia
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Juan Pablo II siempre buscó la misericordia de Dios, se confesaba todas las semanas y muchas veces. Era un santo en vida. No llevó una vida fácil. Fue testigo de la invasión nazi en Cracovia. Fue en aquellos años cuando Karol Wojtyla trabajó en una cantera, y en la fábrica química Solvay, para ganarse la vida y evitar ser deportado a Alemania.
Al contrario que la mayoría de las personas, la oración se tornó clandestina cuando sintió la vocación, en 1942, cuando se alistó al seminario de Cracovia. Cuando se cumplen diez años de su canonización, es buen momento para ahondar en su personalidad y en sus virtudes que le llevaron a formar parte del santoral de la Iglesia Católica desde hace justo una década.
Una persona auténtica
Juan Pablo II se caracterizó por ser una persona auténtica, la que le otorgaba su libertad de espíritu. Las pruebas son infinitas, desde sus escapadas para disfrutar de su afición por el esquí en la montaña o cuando fue fotografiado mientras se bañaba en la pileta de su residencia de vacaciones, Castell Gandolfo. Su reacción, lejos de indignarse, se lo tomó con humor: “¿Y en qué periódico deberían publicarse?”, comentó con sorna.
Una personalidad muy sociable
El Papa Juan Pablo II tenía un fino sentido del humor, lo que daba facilidad a la hora de entablar relaciones sociales. Incluso ya como Pontífice, pudo mantener el contacto con amigos de su infancia, de sus tiempos de sacerdote y obispo. Se reencontró con sus compañeros de la época de estudiante romano, invitó a Castel Gandolfo a pasar las vacaciones con él a sus amigos, o se intercambiaban cartas. Unas cartas que la doctora Wanda Póltawska recopiló en un libro.
Capacidad infinita para el perdón
En una carta abierta inédita a Ali Agca, que trató de acabar con su vida el 13 de mayo de 1981 ante una Plaza de San Pedro abarrotada, se ve que ese gran amor y esa gran amistad que lo unía con los demás están basados en el hecho de que somos hijos del mismo Padre. En 1983 Juan Pablo II visita la prisión donde cumple condena de cadena perpetua, el que podría haber sido su asesino. El Pontífice mira a los ojos a Mehmet, y este le coge la mano y la besa. Juan Pablo se sentó y habló con él durante un largo rato.
Generosidad extrema
La bondad es otra de las virtudes que atesoraba el Papa polaco y su empatía con los demás. Un gesto de generosidad supremo tuvo lugar en 1978 tras ser elegido Sucesor de Pedro, cuando telefoneó a Cracovia para que permitieran viajar de manera gratuita a Roma para asistir a su inicio de Pontificado a la empleada doméstica del palacio arzobispal de la capital polaca, la señora María.
Un amante de su patria y de la Iglesia Universal
Durante sus 27 años como obispo de Roma, Juan Pablo II nunca perdió contacto con su Polonia natal, si bien detestaba el nacionalismo radical. Este patriotismo no fue en contra de la universalidad de su amor como sacerdote católico y como Papa. En su primera visita a su patria como Papa, comentó años después, que tuvo que contenerse todo el tiempo para no emocionarse.
Siempre veía la voluntad de Dios
El Pontífice polaco trataba siempre de ver la voluntad de Dios en todo; para eso miraba el mundo “desde lo alto”: siempre que recibía malas noticias, siempre se planteaba la misma cuestión: “¿Qué quiere decirme Dios con esto?”
Siempre al cuidado de los pobres
Como Papa andaba con ropa interior remendada que le irritaban la piel y con medias zurcidas. Antes, como arzobispo, hacía uso de unos zapatos que aguantaba hasta que el zapatero le decía que no podía arreglarlosmás.
Los regalos que recibía casi siempre los donaba a los pobres. Como seminarista, sacerdote y obispo siempre regalaba sus abrigos o camisas nuevas a quien más lo necesitada. Hay que tener en cuenta que Karol Wojtyla creció sin apenas recursos, con un empleo humilde y en periodos bélicos.
Esta pobreza espiritual y material, acompañada de su confianza ilimitada en Dios y amor a los pobres y necesitados, le dio una gran libertad interior para relacionarse con los demás y con la creación.