El cardenal Farrell asegura que ante el matrimonio los jóvenes necesitan ejemplos del “para siempre”
El prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida explica para la revista ECCLESIA que la planificación pastoral tiene que implicar a laicos y familias
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El cardenal Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, hace un balance para la Revista ECCLESIA de este Año Especial de la Familia Amoris Laetitia que concluye en junio de este año con la celebración del Encuentro Mundial de las Familias en Roma, del 22 al 26 de junio.
El cardenal asegura que la planificación pastoral y la toma de decisiones, a nivel parroquial y diocesano, ya no es cosa solo de sacerdotes, sino que tiene que implicar de forma efectiva a laicos y familias para que la Iglesia pueda responder de manera «eficaz y realista» a sus necesidades en el mundo de hoy. Lamenta que, aunque se reconozca universalmente que las familias contribuyen al bien común, en la práctica queden fuera de cualquier decisión institucional. Y sobre el matrimonio, está convencido de que «los jóvenes de hoy no necesitan teorías y preceptos, sino ejemplos concretos que les muestren que una vida construida en el “para siempre” es realmente posible».
— Concluye este Año Especial de la Familia Amoris Laetitia, ¿cuáles eran los principales objetivos de este año? ¿Se han cumplido?
— El Año «Familia Amoris Laetitia» fue una oportunidad para hacer madurar los frutos del camino sinodal que condujo a la exhortación apostólica, no solo en los distintos contextos eclesiales, sino en las propias familias. Se requiere «un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia» para hacer de las familias sujetos activos de la pastoral familiar. Desgraciadamente, durante demasiado tiempo la Iglesia ha considerado a las familias como usuarios pasivos del proceso de evangelización. Ha llegado el momento de hacerles tomar conciencia de la belleza de la misión eclesial que deriva del bautismo y de cómo pueden vivirla en la gracia del sacramento del matrimonio.
Por esta razón, este año hemos insistido tanto en la importancia de dedicarnos a la formación de los laicos, y en concreto, de los matrimonios y de los jóvenes para que experimenten el valor de su misión eclesial, y más aún, el sentido profundo de la vocación al matrimonio a la que pueden ser llamados.
Para ello, era necesario replantear los programas pastorales en los distintos ámbitos que tienen que ver con la familia, propiciando una renovación tanto en la metodología como en los contenidos, tal y como se presentaban, con el fin de hacerlos más fieles a las necesidades y a la realidad concreta de las familias y, sobre todo, más comprensibles, menos teóricos. También a nivel cultural, por ejemplo, las universidades católicas que trabajan en temas de familia aprovechan este año para volver a poner en el centro de su compromiso la promoción de la familia conyugal en la sociedad, en las políticas públicas y en los sistemas económicos.
Es urgente actuar a medio y largo plazo para configurar una cultura de la familia estable que sea capaz de generar resiliencia, sentido de pertenencia y solidaridad en las personas. Todo esto es también esencial para devolver a los jóvenes la esperanza y la confianza en el futuro que les permita abrirse con mayor serenidad al proyecto de formar una familia y acoger la vida.
— Ha sido un año enmarcado en una circunstancia especial: la pandemia. Las familias han padecido mucho, o porque han perdido un ser querido como consecuencia del coronavirus; o porque han perdido el empleo; o porque ha faltado el contacto humano. ¿Amoris Laetitia puede dar una respuesta o un consuelo en medio de estas circunstancias? Por esa misma falta de contacto humano que hemos vivido en estos dos años, ¿la familia corre el riesgo de cerrarse en sí misma?
— Hoy en día, los fuertes cambios antropológicos-culturales y el individualismo en el que estamos inmersos están a la raíz de varios peligros como son el aislamiento y el debilitamiento de la familia, que, sin embargo, posee en sí misma los recursos y las características para activar esos bienes relacionales que ayudan a que las personas sean más felices.
Si leemos con atención los capítulos 3, 6 y 7 de AL, descubrimos entre líneas una extraordinaria riqueza de la que está dotada la familia: posee una «gracia propia», que la convierte en una Iglesia doméstica capaz de edificar el Cuerpo de Cristo (AL 67), es decir, la propia Iglesia. Naturalmente, ella crea «comunión» dentro de sus propios muros domésticos, en las relaciones matrimoniales, entre padres e hijos, entre los parientes, entre familias y en las relaciones con otras entidades eclesiales. No solo eso, sino que, desde el punto de vista social, es capaz de generar vínculos, cultivar lazos, crear nuevas redes de integración, construir un sólido tejido social. En resumen, contribuye sustancialmente al bien común. Sin embargo, aunque este papel de la familia se reconoce y se acepta casi universalmente de palabra, no se aplica en la práctica. Así lo demuestra el hecho de que cuando hay que tomar decisiones a nivel institucional que pueden repercutir en el plano socioeconómico, nunca se menciona a la familia como sujeto capaz de activar esos activos relacionales de los que podría beneficiarse la colectividad.
En cualquier caso, a nivel eclesial, es necesario realizar un gran trabajo para que las familias sean conscientes de los dones y de la fuerza que poseen, más allá de las dificultades. La lectura atenta y meditar juntos la gran riqueza contenida en Amoris laetitia, para entender cómo «encarnarla» en los proyectos pastorales y sociales, puede poner en marcha nuevos procesos capaces de ayudar a las mismas familias y a la sociedad.
—¿Es necesario pasar de considerar a la familia como objeto de la pastoral a pensar en ella como sujeto de la pastoral? ¿Qué papel han de adoptar los pastores? ¿Están dispuestos a aprender de las familias?
—En virtud del bautismo, la corresponsabilidad entre los cónyuges y los ministros ordenados en la misión eclesial común nos llama a trabajar juntos en la pastoral familiar, cada uno según su propia vocación y gracia. Las familias ya no deben ser solo receptoras de servicios pastorales, sino que han de poder participar en los procesos de toma de decisiones en la planificación pastoral tanto en las diócesis como en las parroquias. Es importante escuchar a los laicos y a las familias, e implicarles, en la medida de lo posible, en el discernimiento necesario para que la atención pastoral sea más eficaz y realista, y así responder realmente a las necesidades de las familias.
Teniendo esto en cuenta, es necesario que los sacerdotes de las parroquias estén abiertos a escuchar e implicar a las familias en la planificación de la pastoral familiar. Pueden llamar a las familias a colaborar en la parroquia, por ejemplo, pidiendo a los matrimonios un compromiso pastoral conjunto, que sea un testimonio para otras familias; las familias pueden tomar la iniciativa en el hogar, reuniéndose y creando momentos de convivencia entre ellas; pueden preparar a los novios para el matrimonio y contribuir a una pastoral transversal, en la que los distintos ámbitos de la pastoral (niños, jóvenes y familias) estén en comunicación entre sí, para evitar compartimentos herméticos y ser más eficaces en los itinerarios que la parroquia ofrece a los fieles laicos.