Cinco años de la histórica bendición 'Urbi et Orbi' del Papa Francisco ante un San Pedro vacío por la pandemia: "Estamos en la misma barca"

El 27 de marzo de 2020 el mundo fue testigo desde sus 'cuarteles' de confinamiento de una imagen sin precedentes: el Pontífice dirigiéndose a una humanidad temorosa para transmitirles consuelo, fe y unidad

Papa Francisco

José Melero Campos

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Hace cinco años, el 27 de marzo de 2020, el mundo fue testigo de una imagen que quedó grabada en la memoria colectiva: el Papa Francisco impartiendo la bendición Urbi et Orbi en una Plaza de San Pedro completamente vacía, bajo la lluvia, en plena pandemia del coronavirus. Fue una escena sin precedentes, tanto por el silencio de Roma como por la magnitud espiritual del acto.

Aquella tarde, el Pontífice se dirigió a una humanidad confinada y miedosa para enviar un mensaje de consuelo, fe y unidad. La bendición, que habitualmente se imparte sólo en Navidad y Pascua, fue otorgada de forma extraordinaria de la Ciudad Eterna al mundo, con el fin de implorar el final de la pandemia.

Desde una plataforma improvisada, bajo una llovizna persistente que acentuaba la atmósfera de recogimiento, Francisco pronunció palabras que hoy, cinco años después, siguen conmoviendo: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.

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Una bendición para una humanidad herida

Aquella bendición fue una oración cargada de simbolismo, acompañada por dos imágenes especialmente significativas: el icono de la Salus Populi Romani y el crucifijo milagroso de la iglesia de San Marcello al Corso, ambas figuras vinculadas a momentos históricos de epidemias y curación en Roma. El Papa ya las había visitado en solitario el 15 de marzo de ese mismo año, caminando por las calles vacías de la capital italiana.

En medio de la incertidumbre y la pérdida, pronunció un mensaje directo y profundo: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas y proyectos”. Y añadió, sin rodeos: “Se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos”.

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La plaza vacía se convirtió en símbolo de un mundo en pausa, de un tiempo detenido por la emergencia sanitaria: “Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”, expresó Francisco. “Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza”, agregó Jorge Mario Bergoglio.

Un llamado que sigue vigente un lustro después

Cinco años más tarde, el eco de aquel mensaje resuena con fuerza. La pandemia dejó heridas abiertas, pero también enseñanzas profundas. Francisco no solo habló del virus, sino de las enfermedades del alma como el egoísmo, la indiferencia, la idolatría del dinero, la desconexión con el planeta y con los más pobres.

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“No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo”, lamentó aquel 27 de marzo de 2020. “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

En la bendición, el obispo de Roma recordó que Dios no abandona, y que “con Él a bordo, no se naufraga”.