El Papa Francisco pide en Bagdad a los cristianos iraquíes ayudar "a Dios a cumplir sus promesas de paz"

En su homilía de la Santa Misa celebrada en la Catedral caldea de San José el Santo Padre ha reflexionado sobre el Evangelio de las Bienaventuranzas

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Vatican News

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En su segundo día en Iraq la última actividad pública del Santo Padre fue la celebración de la Santa Misa en la Catedral caldea de San José en Bagdad. Esta celebración eucarística, centrada en Santo Tomás, se llevó a cabo según el rito caldeo, y en italiano, caldeo y árabe. Mientras las oraciones de los fieles fueron leídas en árabe, un dialecto arameo, kurdo, turcomano e inglés.

En su homilía el Papa Francisco comenzó recordando que: “La Palabra de Dios nos habla hoy de sabiduría, testimonio y promesas”. De la sabiduría el Santo Padre recordó que fue “cultivada en estas tierras desde la antigüedad”. Y su búsqueda fascinó al hombre desde siempre; “sin embargo – agregó – a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado”. Lo que constituye – dijo – “una desigualdad inaceptable, que hoy se ha ampliado”.

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Y añadió: “Para el mundo, quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios, no; quien tiene más poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los últimos son los privilegiados de Dios

Además, prosiguió diciendo el Papa, “Jesús, la Sabiduría en persona, completa este vuelco en el Evangelio, no en cualquier momento, sino al principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas”.

Y “el cambio es total”:“Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados. ¿Cómo es posible? Bienaventurados, para el mundo, son los ricos, los poderosos, los famosos. Vale quien tiene, quien puede y quien cuenta. Pero no para Dios. Para Él no es más grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado por las multitudes, sino el que es misericordioso con su hermano”

Sin embargo el Pontífice agregó que en este punto podría surgir la duda de que viviendo como pide Jesús, no se obtiene ninguna ganancia, o incluso se podría correr el riesgo de que los demás pisoteen a quien vive así, e incluso si “¿vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es un perdedor?”.

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El Papa destacó que Jesús “no es perdedor sino sabio”, y que su propuesta “es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence”. Lo que demostró en la cruz, venciendo el pecado, y en el sepulcro venciendo la muerte.

“Es el mismo amor que hizo que los mártires salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más que en los anteriores! El amor es nuestra fuerza, la fuerza de tantos hermanos y hermanas que aquí también han sufrido prejuicios y ofensas, maltratos y persecuciones por el nombre de Jesús. Pero mientras el poder, la gloria y la vanidad del mundo pasan, el amor permanece, como nos dijo el apóstol Pablo, ‘no pasa nunca’. Vivir las Bienaventuranzas, pues, es hacer eterno lo que pasa. Es traer el cielo a la tierra

Después de referirse al modo de practicar las Bienaventuranzas, que nos piden que hacer “cosas extraordinarias”, o “acciones que están por encima de nuestras capacidades”, sino “un testimonio cotidiano”, el Papa afirmó que “el testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús”.

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A propósito de la caridad que es magnánima, Francisco también dijo que “el amor parece sinónimo de bondad, de generosidad, de buenas obras, pero Pablo dice que la caridad es ante todo magnánima. Y prosiguió explicando que “la paciencia para comenzar de nuevo es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima, sino que sigue siendo creativo. Ante el mal no se rinde, no se resigna. Quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la cruz”.

Como ejemplo propuso al patriarca Abraham a quien Dios le había prometido una gran descendencia que llega en su vejez paciente y confiada. O a Moisés, a quien Dios le promete que liberará al pueblo de la esclavitud y por eso le pide que hable con el faraón. Moisés le dice que no es capaz de hablar, porque es tartamudo; sin embargo, Dios cumplirá la promesa a través de sus palabras.

También invitó a observar que “en la Virgen que, según lo establecido en la ley, no puede tener hijos, y es llamada a ser madre. Y veamos a Pedro, que niega al Señor, y Jesús lo llama para que confirme a sus hermanos”.

Por esta razón el Papa dijo que “todo lo que el mundo nos quita no es nada comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas”.

“Querida hermana, querido hermano: Tal vez miras tus manos y te parecen vacías, quizás la desconfianza se insinúa en tu corazón y no te sientes recompensado por la vida. Si te sientes así, no temas; las Bienaventuranzas son para ti, para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido

Al concluir su homilía el Santo Padre aseguró a los fieles que el Señor promete a cada uno que su nombre está escrito en su corazón, en el cielo. “Y hoy le doy gracias con ustedes y por ustedes, porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz”