Dos años desde que el Papa Francisco rezara por el final de la pandemia: ¿ha mejorado el mundo desde entonces?
El 27 de marzo de 2020, el Papa se dirigía al mundo con la bendición 'Urbi et Orbi' para recordarnos que "todos estamos en la misma barca": ¿Hemos captado su mensaje?
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El 27 de marzo del año 2020, el Papa Francisco se dirigía al mundo con la bendición 'Urbi et Orbi' en una plaza de San Pedro vacía y oscura como consecuencia de la densa lluvia que aquel día caía sobre Roma. El mundo, aún en shock por la precipitación de los acontecimientos que obligaron a los gobernantes a confinar a la población de buena parte del planeta para evitar la propagación de la covid-19, esperaba con expectación esta oración del Santo Padre.
Y Francisco no defraudó, ya que nos transmitió un mensaje de esperanza pese a aquella “tormenta inesperada y furiosa”. Aseguraba el Papa que, como consecuencia de la pandemia, “estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos", afirmaba el Pontífice hace dos años.
730 días después de que el obispo de Roma instara a la sociedad a remar en la misma dirección, ya que la pandemia nos hizo ver que los individuos, por si solos, “no son insuficientes”... ¿cómo hemos cambiado? ¿Y el mundo, ha ido a mejor o a peor?
Si bien es cierto que el confinamiento propició una ola solidaria hacia aquellos que se habían visto directamente afectados por la covid-19, tanto a nivel sanitario como económico y social, lo cierto es que la recuperación de la 'normalidad' nos ha hecho perder, en muchos casos, aquel espíritu que impregnó a tantas personas de buena fe.
¿La pandemia nos ha hecho mejores? Motivos para ver el vaso medio lleno o medio vacío
Podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío, según se mire. Y es que por cada mala noticia, siempre hay gente dispuesta a ayudar a quienes se quedan atrás. La última prueba la hemos tenido con la guerra en Ucrania tras la invasión rusa. Una vez más, Europa se ve salpicada por un conflicto bélico que nos hace recordar a las catástrofes del siglo XX.
Sin duda, una pésima noticia de la que el Papa no es indiferente, reclamando de manera constante poner fin a las armas en favor de la paz. La diplomacia ha fracasado, pero frente al horror de la guerra, millones de personas se han volcado para dar refugio al pueblo ucraniano.
Más de un mes después de que estallara la guerra provocada por Putin, casi cuatro millones de ucranianos han abandonado el país en busca de refugio, la mayoría de ellos en Polonia, Rumanía, Moldavia y Hungría. Cada una de las víctimas tiene su propia historia, que han podido contar gracias en parte a la solidaridad de la población.
Como hemos comentado, la covid-19 ponía en jaque el mundo tal y como lo conocemos, por lo que la unidad era más necesaria que nunca. Sin embargo, una vez hemos ido superando las sucesivas olas y las vacunas han logrado rebajar drásticamente el número de ingresos y fallecidos en el primer mundo, parece que hemos olvidado la desgracia reciente que hemos atravesado como sociedad, y que aún sigue afectando a miles de personas en nuestro país.
¿Y los países en vías de desarrollo y del Tercer Mundo? En este caso la situación es radicalmente distinta, ya que si en los países desarrollados la mayoría de la población cuenta con tres dosis de la vacuna anticovid, la mayor parte de los habitantes de estos países todavía están a la espera de recibir la primera.
La realidad es tozuda: solo el 15% de la población de África está completamente vacunada. Debido a esto, la trayectoria de la pandemia en el continente sigue siendo impredecible e incierta. Con unas tasas de vacunación bajas, las nuevas variantes acechan. El Papa Francisco ha reclamado a los estados y a los poderes económicos un acceso universal a la vacuna que, por el momento, no ha llegado.
La pandemia tampoco ha corregido hasta el momento el drama de la inmigración. Con demasiada frecuencia, leemos horrorizados los inmigrantes que mueren ahogados en el mar, tratando de llegar al primer mundo en busca de un futuro mejor que, en demasiadas ocasiones, nunca llega.
La ceguera o el desinterés de buena parte de la sociedad y de los propios gobernantes hace que no se tomen medidas. Para muchos expertos, la inmigración es el gran drama del siglo XXI. Por suerte, en el mundo son muchas las organizaciones sin ánimo de lucro que acogen a estas personas en estado muy vulnerable para protegerles y proporcionarles un futuro prometedor.
Es el caso de Alpha Dallo, un joven guineano que llegó a España procedente de Marruecos en un barco de plástico cuando tenía 22 años. Tres años después de aquello, ha logrado adaptarse tras mucho esfuerzo por aprender el idioma, gracias a la labor desarrollada por la fundación católica 'La Merced Migraciones', que acogió en 2020 a un total de 279 inmigrantes y refugiados en sus 19 viviendas repartidas entre Madrid (15), Valladolid (3) y la localidad ciudadrealeña de Herencia (1).
“En los primeros meses me sentía triste, estaba solo pensando en irme a Francia u otro lado porque el idioma me ha costado mucho, pero la fundación me apoyó con cursos, y estos dos años estoy contento”, expresaba en COPE Alpha Dallo en declaraciones a COPE.
Se podrían poner miles de ejemplos que nos hacen cuestionarnos si el mundo ha cambiado a mejor o a peor respecto al 27 de marzo de 2020, como la aprobación de medidas legislativas que regulan la eutanasia que favorece la teoría del descarte que tanto ha criticado el Papa Francisco durante la pandemia, y que tienen como respuesta a miles de personas dispuestas a luchar por la vida.
O qué decir de la subida de la luz como consecuencia del egoísmo de unas cuantas empresas, y la labor de tantas organizaciones que ayudan a quienes no pueden hacer frente a las facturas. Son estos últimos quienes nos hacen mirar el vaso medio lleno, al llevar a la práctica aquello que dijo el Papa hace justo dos años: “Todos estamos en la misma barca”.