El Papa advierte que cuando "la costumbre sustituye al entusiasmo" perdemos la capacidad de esperar
Hablando a los consagrados, Francisco les ha hecho algunas preguntas: "¿No estamos a veces demasiado atrapados en nosotros mismos, hasta el punto de olvidarnos de Dios?"
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El Papa Francisco ha presidido este viernes, en la Basílica de San Pedro, la Santa Misa con los miembros de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Durante la homilía, el Santo Padre ha reflexionado sobre las figuras de Simeón y Ana: son ellos que, cuando ven entrar al Señor en su templo e iluminados por el Espíritu Santo, “lo reconocen en el Niño que María lleva en brazos”.
“Nos hace bien mirar a estos dos ancianos pacientes en la espera, vigilantes en el espíritu y perseverantes en la oración”, ha subrayado Francisco al principio de la homilía. Son dos ancianos pero “tienen la juventud del corazón; no se dejan consumir por los días que pasan porque sus ojos permanecen fijos en Dios, en la espera”. Como nos sucede a nosotros, a lo largo de la vida vivieron situaciones de dificultad y decepción, pero nunca se rindieron al derrotismo: “No jubilaron la esperanza”. “Habiendo mantenido despierta la espera del Señor, se hicieron capaces de acogerlo en la novedad de su venida”, ha remarcado Francisco.
Continuando, el Papa ha afirmado que “la espera de Dios también es importante para nosotros, para nuestro camino de fe. Cada día el Señor nos visita, nos habla, se revela de maneras inesperadas y, al final de la vida y de los tiempos, vendrá”. Lo peor que puede pasar “es caer en el sueño del espíritu: dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación”.
Hablando a los consagrados, Francisco les ha hecho algunas preguntas: “¿Somos todavía capaces de vivir la espera? ¿No estamos a veces demasiado atrapados en nosotros mismos, en las cosas y en los ritmos intensos de cada día, hasta el punto de olvidarnos de Dios que siempre viene? ¿No estamos demasiado embelesados por nuestras buenas obras, corriendo incluso el riesgo de convertir la vida religiosa y cristiana en las “muchas cosas que hacer” y de descuidar la búsqueda cotidiana del Señor?”.
Francisco ha reconocido que a veces “hemos perdido esta capacidad de esperar. Esto se debe a diversos obstáculos”. Y, entre ellos, ha querido destacar dos. El primero, el descuido de la vida interior: “Es lo que ocurre cuando el cansancio prevalece sobre el asombro, cuando la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando perdemos la perseverancia en el camino espiritual, cuando las experiencias negativas, los conflictos o los frutos, que parecen retrasarse, nos convierten en personas amargadas y resentidas”.
El segundo obstáculo es “la adaptación al estilo del mundo, que acaba ocupando el lugar del Evangelio”: “El nuestro es un mundo que a menudo corre a gran velocidad, que exalta el “todo y ahora”, que se consume en el activismo y en el buscar exorcizar los miedos y las ansiedades de la vida en los templos paganos del consumismo o en la búsqueda de diversión a toda costa”.
Francisco ha pedido cuidar de que “el espíritu del mundo no entre en nuestras comunidades religiosas, en la vida de la Iglesia y en el camino de cada uno de nosotros, pues de lo contrario no daremos fruto. La vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad”.
“Hermanas, hermanos, cultivemos en la oración la espera del Señor y aprendamos la buena “pasividad del Espíritu”: así podremos abrirnos a la novedad de Dios”, ha subrayado Francisco. Cuando acogemos al Señor, “el pasado se abre al futuro, lo viejo en nosotros se abre a lo nuevo que Él hace nacer. No es fácil porque, en la vida religiosa como en la vida de todo cristiano, es difícil oponerse a la “fuerza de lo viejo”.