El Papa, en la Audiencia: "El Señor nos llama a mezclarnos en las alegrías y los dolores del mundo"

Francisco ha reflexionado este miércoles sobre la figura de la la venerable sierva de Dios Madeleine Delbrêl: "Sentía que la fe no puede ser reducida a un dato hereditario"

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Santiago Tedeschi Prades

Publicado el - Actualizado

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El Papa Francisco ha presidido como cada miércoles la Audiencia General en la Plaza San Pedro y ha continuado sus catequesis sobre los “testigos ejemplares de celo apostólico”. Este miércoles el Santo Padre ha reflexionado sobre la figura de una mujer francesa del siglo XX, la venerable sierva de Dios Madeleine Delbrêl.

Nacida en 1904 y fallecida en 1964, fue asistente social, escritora y mística, y vivió durante más de treinta años en la periferia pobre y obrera de París. Después de una adolescencia vivida en el agnosticismo, alrededor de los veinte años Madeleine encuentra al Señor, tocada por el testimonio de algunos amigos creyentes.

“Se pone entonces en la búsqueda de Dios, dando voz a una sed profunda que sentía dentro de sí, y llega a comprender que ese «vacío que gritaba en ella su angustia» era Dios que la buscaba”, ha afirmado el Papa en su catequesis. Esta “alegría de la fe” lleva a Madeleine a tomar una decisión de vida “enteramente donada a Dios, en el corazón de la Iglesia y en el corazón del mundo, simplemente compartiendo en fraternidad la vida de la “gente de la calle””.

Madeleine se deja entonces “interpelar por el grito de los pobres y de los no creyentes, interpretándolo como un desafío para despertar el anhelo misionero en la Iglesia. Sentía que la fe no puede ser reducida a un dato hereditario, a algo descontado; de otra manera ya no se capta la belleza y la novedad, y no se logra sintonizarse con la vivencia de los no creyentes. Sentía que el Dios Viviente del Evangelio debería quemarnos dentro hasta que no hayamos llevado su nombre a los que todavía no lo han encontrado”.

La figura de esta mujer francesa nos enseña una cosa más según el Santo Padre: “Evangelizando se es evangelizado, somos transformados por la Palabra que anunciamos. Por eso decía, haciéndose eco de san Pablo: “ay de mí si evangelizar no me evangeliza”. Todo esto ella lo vivió en la propia experiencia de vida, viviendo durante muchos años en un barrio obrero y de ideología marxista. Allí se convenció de que los ambientes ateos y secularizados son lugares en los que, precisamente allí donde debe luchar, el cristiano puede fortalecer la fe que Jesucristo le ha donado”.

Mirando a esta testigo del Evangelio, Francisco ha subrayado que podemos aprender que “en toda situación y circunstancia personal o social de nuestra vida, el Señor está presente y nos llama a habitar nuestro tiempo, compartir la vida de los otros, mezclarnos en las alegrías y los dolores del mundo”.

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