El Papa y el cine. Las películas que han dejado más huella en la vida del Papa ¿Sabes cuáles son?
Acaba de publicarse el libro de Mons. Dario Viganò: "La mirada: puerta del corazón. El neorrealismo entre memoria y actualidad", recuerda las películas que han marcado su vida
Roma - Publicado el - Actualizado
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Acaba de publicarse el último libro de Mons. Dario Viganò: "La mirada: puerta del corazón. El neorrealismo entre memoria y actualidad" (Effatà editorial), en el que el Papa recuerda las películas que han marcado su vida. A lo largo de una entrevista, el Pontífice anima a mirar la vida con los mismos ojos de los protagonistas del neorrealismo italiano, una de las mejores formas de preservar la memoria.
El libro adelanta una gran novedad: el Papa desea crear un gran archivo o Mediateca para conservar los documentos audiovisuales de la Santa Sede que custodie las cintas de "alto nivel religioso, artístico y humano".
No es la primera vez que el Papa recuerda la impronta que algunas películas de cine han dejado en su vida, pero en esta entrevista confirma que uno de los momentos más bellos de su infancia fueron aquellas largas tardes de “sesión continua”, en el cine del barrio, al que le llevaban sus padres. Lo normal es que vieran tres películas seguidas cada vez que acudían al cine.
Era tal su afición, que el Pontífice reconoce que entre los 10 y los 12 años, pudo haber visto todas las películas de Anna Magnani y Aldo Fabrizio, dos de los actores más destacados del neorrealismo italiano. Anna Magnani es considerada, además, como una de las mejores actrices del cine mundial y los personajes que representaba Fabrizio fueron fundamentales en las películas neorrealistas, por la carga de humanidad que imponía en sus papeles.
La madre del Papa Francisco, Regina Maria Sivori tenía la costumbre de ponerles en contexto las películas antes de verlas, tal como hacía cuando escuchaban las óperas que se retransmitían los sábados por la radio.
El libro escrito por Mons. Dario Viganó, el Vicecanciller de la Pontificia Academia de las Ciencias y de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales analiza el neorrealismo italiano, el movimiento cinematográfico que surgió en Italia a partir de 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial. La primera película de esta corriente es “Roma, Ciudad Abierta” de Roberto Rossellini. Esta película gustó mucho al Papa. La pone como ejemplo de “catequesis de humanidad” o una escuela de humanidad.
"En Buenos Aires, la guerra la conocimos sobre todo a través de los muchos inmigrantes que llegaban: italianos, polacos, alemanes. Sus relatos nos abrieron los ojos sobre un drama que no conocíamos directamente, pero también gracias al cine hemos tomado conciencia profunda de sus efectos", palabras del Papa, reflejadas en el libro de Dario Viganò.
En diciembre de 2017, cuando recibió a la asociación de Empresarios de Cine de Italia, les recordaba que el cine debe ser lugar de comunión y escuela de humanismo, tal como plasmó el neorrealismo italiano: “El cine en el período de posguerra, contribuyó de manera excepcional a reconstruir el tejido social. Las películas transfirieron esperanzas y expectativas. Esas películas italianas, formaron nuestros corazones y ustedes son herederos de esta gran escuela del humanismo”.
Las películas que han marcado al Papa Francisco
La Strada (1954) de Federico Fellini: La herencia italiana que corre por las venas del Papa Francisco le ha llevado a conocer la filmografía de Federico Fellini, en especial La strada, la primera ganadora del Oscar a Mejor Película de Habla Extranjera. Anthony Quinn interpreta a un fortachón de circo que cae rendido a los pies de la bella inocencia de Giulietta Masina.
Francisco cita esta película como su predilecta precisamente por su atención hacia los últimos, pero también por sus referencias al santo de los pobres, San Francisco de Asís: "Fellini supo dar una luz inédita a la mirada de los otros. En esa película la narración de los últimos es ejemplar y una invitación a preservar su preciosa atención de la realidad (...) Es una mirada de esperanza que sabe dar luz en la oscuridad, y por eso debe ser protegida".
La Strada refleja la figura de un hombre que parece muy fuerte, pero que en realidad es una persona que sufre y que debe tomar decisiones muy duras.
Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini: Esta película refleja la vida de Roma bajo el asedio de los nazis. Un sacerdote es el principal protagonista y probablemente al Papa le sirvió para comprender la decisión de marcharse de Italia que afrontaron sus padres piamonteses. "El cine enseña a crear y custodiar la memoria (...) En ese sentido, también para la Iglesia, la dinámica historia-memoria halla en el cine un importante referente", explica Francisco en la entrevista incluida en el libro de Dario Edoardo Viganò.
El festín de Babette (1987) del danés Gabriel Axel. Fue una película que le marcó en su juventud, tal como quedó recogida en la exhortación apostólica Amoris laetitia (19 de marzo de 2016). En una entrevista de 2010, tres años antes de ser elegido Papa, Francisco aseguraba que probablemente era su película favorita. El argumento narra la historia de dos hermanas protestantes solteras en Dinamarca que dan la bienvenida a su hogar a una chica parisina. La recién llegada es acogida como sirvienta y, años después, tendrá ocasión de corresponder a la bondad y al calor con que fue recibida organizando una opulenta cena con los mejores platos y vinos de la gastronomía francesa.
“En mi experiencia como pastor, he recurrido varias veces a la "memoria en imágenes": en Amoris laetitia, me refiero a la película El festín de Babette [en el nº 129, ed], de Gabriel Axel (1987), para explicar la importancia de la "alegría que produce el deleite de los demás"; en Fratelli tutti hay tres referencias [en el nº 48-203-281, ed] a la película Papa Francisco - Un hombre de palabra, de Wim Wenders (2018). El cine enseña a crear y conservar la memoria, a través de una mirada capaz de traducir y descifrar el mensaje. Pienso también en la densidad de la memoria que las imágenes de la "Statio Orbis" del 27 de marzo de 2020 han sedimentado en el corazón de muchas personas.” (Fragmento del libro de Dario Vigano).
Datos Biográficos del autor, Monseñor Darío Viganò
Mons Dario Viganó es Vicecanciller de la Pontificia Academia de las Ciencias y de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.
Nacido en Río de Janeiro en 1962, hasta el 31 de agosto de 2019 fue Asesor del Dicasterio para la Comunicación tras haber presentado su renuncia como Prefecto. En 2015 el Papa le encargó la tarea de reunificar la comunicación del Vaticano. Dirigió el Centro Televisivo Vaticano entre 2013 y 2015. Es profesor ordinario de Teología de la Comunicación en la Pontificia Universidad Lateranense y director del Máster en Periodismo Digital del Centro de Altos Estudios de Letrán-CLAS y la Pontificia Universidad Lateranense. Gran estudioso de la comunicación, Economía, Doctrina Social de la Iglesia, ha publicado diversos estudios acerca de la relación entre los medios de comunicación y el mundo católico.
Aquí pueden leer un extracto de la entrevista publicada por Vatican News:
- En su magisterio se refiere a menudo al cine: a veces le oímos mencionar tal o cual película. ¿De dónde viene esta particular relación con el cine?
Mi cultura cinematográfica se la debo sobre todo a mis padres. Cuando era niño, iba a menudo al cine local, donde proyectaban tres películas seguidas. Es uno de los mejores recuerdos de mi infancia: mis padres me enseñaron a disfrutar del arte en sus distintas formas. Los sábados, por ejemplo, mi madre, mis hermanos y yo escuchábamos las óperas que se emitían en Radio del Estado (ahora Radio Nacional). Nos hacía sentarnos junto al aparato y, antes de que empezara la emisión, nos contaba el argumento de la ópera. Cuando estaba a punto de comenzar algún aria importante, nos advertía: "Estén atentos, es una canción muy bonita". Era algo maravilloso. Luego estaban las películas en el cine, para las que mis padres aplicaban el mismo método: como hacían con las óperas, nos las explicaban para que nos orientáramos.
- Y fue en este contexto donde nació su relación con el neorrealismo italiano...
Sí, entre las películas que mis padres querían que conociéramos estaban las del neorrealismo. Entre los diez y los doce años, creo que vi todas las películas con Anna Magnani y Aldo Fabrizi, incluida "Roma ciudad abierta", de Roberto Rossellini, que me gustó mucho. Para nosotros, los niños de Argentina, esas películas fueron muy importantes, porque nos hicieron comprender profundamente la gran tragedia de la guerra mundial. En Buenos Aires, conocimos la guerra sobre todo a través de los muchos migrantes que llegaron: italianos, polacos, alemanes... Sus historias nos abrieron los ojos a un drama que no conocíamos directamente, pero también fue gracias al cine que adquirimos una profunda conciencia de sus efectos.
- Usted ha definido a menudo el cine neorrealista como una "catequesis de la humanidad" o una "escuela de humanismo". Son expresiones muy finas con las que atribuye un valor universal a esta cinematografía. ¿Dónde está la relevancia de estas películas?
Las películas del neorrealismo formaron nuestros corazones y aún pueden hacerlo. Diría más aún: esas películas nos enseñaron a mirar la realidad con otros ojos. Aprecio mucho que este libro recoja este aspecto fundamental: el valor universal de ese cine y su relevancia como herramienta importante para ayudarnos a renovar nuestra visión del mundo. ¡Qué necesidad tenemos hoy de aprender a mirar!
La difícil situación que vivimos, profundamente marcada por la pandemia, genera preocupación, miedo, desánimo: por eso necesitamos ojos capaces de atravesar la oscuridad de la noche, de levantar la mirada más allá del muro para otear el horizonte. Hoy es tan importante una catequesis de la mirada, una pedagogía para nuestros ojos que a menudo son incapaces de contemplar en medio de la oscuridad la "gran luz" (Is 9,1) que Jesús viene a traer. Una mística de nuestro tiempo, Simone Weil, escribe: "La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se dan a través de una mirada, Dios está presente en el punto en que las miradas se encuentran". Por ello, la reflexión sobre la mirada se abre a la trascendencia. Qué maravilloso sería redescubrir a través del cine la importancia de la educación en la mirada pura. Justo como ha hecho el neorrealismo.
- Además de proporcionar una pedagogía de la mirada, el cine, en general, también tiene un gran valor social...
El cine fue y es un gran instrumento de agregación. Especialmente en la Italia de la posguerra, contribuyó de manera excepcional a la reconstrucción del tejido social con tantos momentos de agregación. Cuántas plazas, cuántos cines, cuántos oratorios, animados por personas que, al ver una película, trasladaron esperanzas y expectativas. Y a partir de ahí recomenzaban, con un suspiro de alivio, en las ansiedades y dificultades de la vida cotidiana.
También fue un momento educativo y formativo, para reconectar relaciones consumidas por las tragedias vividas. Incluso hoy, mirando más allá de las dificultades del momento, el cine puede mantener esta capacidad de agregación o, mejor aún, de construcción de comunidad. Sin comunión, la agregación carece de alma.
- Pero, ¿cómo puede este cine enseñarnos a mirar?
El cine neorrealista es una mirada que provoca la conciencia. I bambini ci guardano (Los niños nos miran) es una película de 1943 de Vittorio De Sica que me gusta citar a menudo porque es muy hermosa y rica en significado. En muchas películas, la mirada neorrealista ha sido la mirada de los niños sobre el mundo: una mirada pura, capaz de captarlo todo, una mirada clara a través de la cual podemos identificar inmediata y claramente el bien y el mal. Recuerdo las palabras de mi hermano Jerónimo, arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, a propósito de una de las realidades más duras de nuestro tiempo: "Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer inmediatamente, en su totalidad, la 'quiebra' de la humanidad" (Discurso en el campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).
En muchas ocasiones y en muchos países diferentes, mis ojos se han encontrado con los de niños, pobres y ricos, sanos y enfermos, alegres y sufrientes. Ser mirado a través de los ojos de los niños es una experiencia que todos conocemos, que nos llega a lo más profundo del corazón y nos obliga a hacer un examen de conciencia. El cine neorrealista ha universalizado esta mirada de los niños: su mirada, que es mucho más que un simple punto de vista, nos interroga aún más hoy, cuando la pandemia parece multiplicar las bancarrotas de la humanidad.
- El neorrealismo también puede verse como un gran proceso de construcción de una memoria colectiva, que de otro modo habría quedado enterrada en los escombros de la guerra. ¿Qué valor tiene para usted el cine en la dinámica entre historia y memoria? ¿Y qué importancia tiene conservar esta "memoria a través de las imágenes"?
Es una cuestión decisiva para el futuro. En mi experiencia como pastor, he recurrido varias veces a la "memoria en imágenes": en Amoris laetitia, me refiero a la película El festín de Babette [en el nº 129, ed], de Gabriel Axel (1987), para explicar la importancia de la "alegría que produce el deleite de los demás"; en Fratelli tutti hay tres referencias [en el nº 48-203-281, ed] a la película Papa Francisco - Un hombre de palabra, de Wim Wenders (2018). El cine enseña a crear y conservar la memoria, a través de una mirada capaz de traducir y descifrar el mensaje. Pienso también en la densidad de la memoria que las imágenes de la "Statio Orbis" del 27 de marzo de 2020 han sedimentado en el corazón de muchas personas.
En este sentido, también para la Iglesia, la dinámica historia-memoria encuentra un importante punto de referencia en el cine. Veamos el neorrealismo: el arte del cine consiguió iluminar la trama de los hechos para revelar su significado profundo. Esta es otra razón por la que es importante volver a esas películas no con nostalgia, sino con un compromiso con el futuro.
- Hacer más por parte de la Iglesia significa, en primer lugar, no dispersar el patrimonio de fuentes audiovisuales, o tal vez poder prever algo que se sitúe al lado de las grandes instituciones vaticanas del Archivo y la Biblioteca Apostólica...
Pienso en una institución que funcione como un Archivo Central para la conservación permanente, ordenada según criterios científicos, de los fondos audiovisuales históricos de los organismos de la Santa Sede y de la Iglesia universal. Podríamos llamarla Medioteca, junto al Archivo y la Biblioteca, para la recogida y custodia del patrimonio de fuentes históricas audiovisuales de alto nivel religioso, artístico y humano.