El Papa, en su homilía en la Jornada de los Abuelos: “Permitamos el diálogo entre la tradición y la novedad”
Francisco asegura que apoyándonos en su sabiduría sabremos mirar la historia sin ideologías, sin optimismos estériles o pesimismos nocivos
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“Para hablarnos del reino de Dios, Jesús usa las parábolas. Cuenta historias sencillas, que llegan al corazón de quien lo escucha. Este lenguaje, lleno de imágenes, se asemeja al que muchas veces usan los abuelos con los nietos, sentándolos quizás sobre sus rodillas”. Con esta bonita imagen ha comenzado el Papa Francisco su homilía en la III Jornada Mundial de los Abuelos, que el mismo instauró en el año 2021.
De ese modo, ha explicado en esta celebración en la basílica de San pedro, los abuelos comunican “una sabiduría importante para la vida. Recordando a los abuelos y a los ancianos, raíces que los más jóvenes necesitan para llegar a ser adultos, quisiera volver a leer los tres episodios del Evangelio que hemos escuchado a partir de un aspecto que tienen en común: el crecer juntos”.
Juntos, como el trigo y la cizaña
Hablando sobre la parábola del trigo y la cizaña, ha asegurado que “los que crecen juntos, en el mismo campo son como una lectura realista: en la historia humana, como en la vida de cada uno, coexisten las luces y las sombras, el amor y el egoísmo. Es más, el bien y el mal están entrelazados hasta el punto de parecer inseparables. Este planteamiento objetivo nos ayuda a mirar la historia sin ideologías, sin optimismos estériles o pesimismos nocivos. El cristiano, animado por la esperanza en Dios, no es un pesimista, ni tampoco un ingenuo que vive en el mundo de las fábulas, que actúa como si no viese el mal y dice que “todo va bien”. No, el cristiano es realista, sabe que en el mundo hay trigo y cizaña, y se mira dentro, reconociendo que el mal no llega sólo “desde fuera”, que no es siempre culpa de los demás, que no es necesario “inventar” enemigos que combatir para evitar arrojar un poco de luz en su interior”.
Para aquellos que piensan que podrán arrancar el mal con sus propias fuerzas, para salvar la pureza. El Papa ha insistido que una “sociedad pura”, una “Iglesia pura” corre el riesgo de ser “impacientes, intransigentes, incluso violentos hacia quien cayó en el error”. Y así, junto a la cizaña, se “arranca también el trigo bueno y se impide a las personas hacer un camino, crecer, cambiar”.
Por eso hay que volver a esta mirada de Dios, “su pedagogía misericordiosa, que nos invita a tener paciencia con los demás, a acoger —en la familia, en la Iglesia y en la sociedad— la fragilidad, los retrasos y los límites. No para acostumbrarnos a ellos con resignación o para justificarlos, sino para aprender a intervenir con respeto, sacando adelante el cultivo del buen grano, con mansedumbre y paciencia. Recordando siempre que la purificación del corazón y la victoria definitiva sobre el mal son, esencialmente, obra de Dios. Y nosotros, venciendo la tentación de dividir el trigo y la cizaña, estamos llamados a entender cuáles son los modos y los momentos mejores para actuar”.
Los hijos y los nietos realizan sus propios “nidos”
Por otro lado, el Papa ha valorado la ancianidad: “Es un tiempo bendecido también para esto, es la estación para reconciliarse, para mirar con ternura la luz que se expandió a pesar de las sombras, en la confiada esperanza de que el buen trigo sembrado por Dios prevalecerá sobre la cizaña con la que el diablo ha querido infestarnos el corazón. Veamos ahora la segunda parábola. El reino de los cielos, dice Jesús, es la obra de Dios que actúa de manera silenciosa en la trama de la historia, hasta el punto de parecer una acción minúscula e invisible, como la de un pequeño grano de mostaza”. “Pienso en los abuelos, hermosos como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios “nidos”, aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo. Se trata de crecer juntos. El árbol exuberante y los pequeños que necesitan del nido, los abuelos con los hijos y los nietos, los ancianos con los más jóvenes. Necesitamos una nueva alianza entre jóvenes y ancianos, para que la linfa de quien tiene a sus espaldas una larga experiencia de vida irrigue los brotes de esperanza de quien está creciendo. En este intercambio fecundo aprendemos la belleza de la vida, construimos una sociedad fraterna, y en la Iglesia permitimos el encuentro y el diálogo entre la tradición y las novedades del Espíritu”.
Mezclarnos y recorrer juntos el camino
Por último, la tercera parábola, en la que crecen juntas la levadura y la harina, el Papa ha hablado de “la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, venciendo a individualismos y los egoísmos, y nos ayuda a generar un mundo más humano y fraterno”.
De ese modo, hoy la Palabra de Dios “es una llamada a vigilar para que nuestras vidas y nuestras familias no marginen a los más ancianos. Estemos atentos, para que nuestras aglomeradas ciudades no se conviertan en “concentrados de soledad”; para que la política, que está llamada a proveer a las necesidades de los más frágiles, no se olvide precisamente de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a “descartes improductivos”. “Por favor, mezclémonos, crezcamos juntos. No olvidemos a los abuelos y a los ancianos. Muchas veces, gracias a una caricia suya hemos vuelto a levantarnos, hemos reanudado el camino, nos henos sentido amados, sanados por dentro. Ellos se han sacrificado por nosotros y nosotros no podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades. Crezcamos juntos, vayamos adelante juntos. El Señor bendecirá nuestro camino”, ha concluido el Papa.