El Papa crea 21 nuevos cardenales, entre ellos dos españoles, "para ser Iglesia sinfónica y sinodal"
El Papa recuerda a los purpurados que son "una orquesta" que debe sonar "a sinodalidad": "La tarea es servir y fomentar la escucha recíproca"
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El relato de Pentecostés, "el bautismo de la Iglesia", ha sido el eje de la homilía del Papa Francisco desde la Plaza San Pedro de la ciudad del Vaticano, en el Consistorio para la creación de los nuevos cardenales. Entre los 21 nuevos cardenales, tres españoles: el arzobispo de Madrid, José Cobo, el rector mayor de los Salesianos, Ángel Fernández Artime, y el obispo de Ajaccio (Córcega), Francisco Javier Bustillo, nacido en Navarra pero ligado a la Iglesia francesa.
El Papa Francisco ha aludido a un detalle del pasaje evangélico, fijándose las palabras expresadas por los judíos que dijeron "somos «partos, medos y elamitas». Esta larga enumeración de pueblos me hizo pensar en los cardenales, que gracias a Dios provienen de todas partes del mundo, de las naciones más diversas. Ese es el motivo por el cual elegí este pasaje bíblico".
Esos “partos, medos, elamitas” que el Papa ha asociado a los cardenales, "no pertenecían al grupo de los discípulos, estaban fuera del cenáculo, eran parte de esa «multitud» que «se congregó» al oír el ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento. Los Apóstoles eran “todos galileos”, mientras que la gente allí congregada había venido «de todas las naciones del mundo», precisamente como los obispos y cardenales de nuestro tiempo".
Evangelizados que evangelizan
Francisco ha incidido en esta inversión de roles para reflexionar y porque además "revela una perspectiva interesante": "Se trata de que hagamos nuestra —y me incluyo también yo— la experiencia de esos judíos que por un don de Dios se encontraron siendo protagonistas del acontecimiento de Pentecostés. Redescubrir con asombro el don de haber recibido el Evangelio. Recordar con gratitud el don de haber sido evangelizados y de haber sido sacados de pueblos que, cada uno en su momento, recibió el Kerigma, el anuncio del misterio de la salvación, y acogiéndolo fueron bautizados en el Espíritu Santo y entraron a formar parte de la Iglesia. La Iglesia Madre, que habla en todas las lenguas, que es una y es católica".
Así, esta Palabra del Libro de los Hechos nos hace pensar que, antes de ser apóstoles, sacerdotes, obispos, cardenales, somos “partos, medos, elamitas” y esto debería reavivar en nosotros "el asombro y el agradecimiento por haber recibido la gracia del Evangelio en nuestros respectivos pueblos de origen".
La fe es transmitida “en dialecto” por las madres y las abuelas."Somos evangelizadores en la medida que conservamos en el corazón el asombro y la gratitud de haber sido evangelizados; más aún, de ser evangelizados, porque en realidad se trata de un don siempre actual, que requiere ser renovado continuamente en la memoria y en la fe", ha insistido el Papa. "La Iglesia —y cada uno de sus miembros— vive de este misterio siempre actual. No vive «de rentas», ni mucho menos de un patrimonio arqueológico, por valioso y noble que sea".
Orquesta sinfónica
"Ustedes, neocardenales, han venido de diversas partes del mundo y el mismo Espíritu Santo que fecundó la evangelización de sus pueblos ahora renueva en ustedes su vocación y misión en la Iglesia y para la Iglesia". El Colegio Cardenalicio está llamado "a asemejarse a una orquesta sinfónica, que representa la sinfonía y la sinodalidad de la Iglesia".
El Papa ha hablado de la “sinodalidad” no sólo porque estamos en la vigilia de la primera Asamblea del Sínodo que tiene precisamente este tema, sino porque "la metáfora de la orquesta puede iluminar bien el carácter sinodal de la Iglesia. Una sinfonía cobra vida de la sabia composición de sonidos de los diferentes instrumentos. Cada uno brinda su aporte, a veces solo, a veces unido a algún otro, a veces con todo el conjunto. La diversidad es necesaria, es indispensable".
Cada sonido debe contribuir "al proyecto común" y para eso es fundamental "la escucha recíproca". "Cada músico debe escuchar a los demás. Si uno sólo se escuchase a sí mismo, por más sublime que pudiera ser su sonido, no beneficiará a la sinfonía; y lo mismo sucedería si una sección de la orquesta no escuchase a las otras, sino que sonara como si estuviera sola, como si fuera el todo. Y el director de la orquesta está al servicio de esta especie de milagro que representa cada ejecución de una sinfonía".
Él debe escuchar más que todos los demás "y al mismo tiempo su tarea es ayudar a cada uno y a toda la orquesta a desarrollar al máximo su fidelidad creativa, fidelidad a la obra que se está ejecutando, pero creativa, capaz de darle un alma a esa partitura, de hacerla sonar en el aquí y ahora de una manera única".