La confianza entre periodistas y fuentes
Intento entablar una relación de respeto y cierta complicidad con los periodistas por la buena información. Quien siembra desconfianza, recoge desconfianza
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«Cuando un asesor político se traviste de dircom, se nota. Preguntas:
–¿Nos pasarías cuestionario?
–No. Prefiero hablar cara a cara.
–¿Qué enfoque tendría el reportaje?
–El de las fuentes. No tengo un titular prefabricado.
–Ok. Ya le llamaríamos si eso.
El condicional les delata».
El periodista y escritor Álvaro Sánchez León, que hace entrevistas en profundidad a personajes conocidos, contaba esta anécdota hace unos días en su cuenta de Twitter (@asanleo). Escenifica bien la desconfianza que a veces se instala entre fuentes y profesionales; una situación que, al final, se traduce en peor información.
Como he estado al otro lado, en mi trato con juntaletras y demás colegas intento entablar una relación de respeto y cierta complicidad. Normalmente, lo único que queremos ambas partes es hacer bien nuestro trabajo en aras de una buena información. Cuando me llama un periodista, dice en qué medio trabaja o a quién le quiere ofrecer la historia que prepara, si necesita entrecomillados literales o contexto, e incluso a veces plantea la posibilidad de introducir algún matiz off the record… En el caso de las entrevistas, nunca pido por adelantado el cuestionario, aunque sí intento acotar los asuntos que se van a abordar.
Quizá algunos me tilden de ingenuo, pero entiendo que el periodista no va a hacer trampas luego ni va a usar el material (grabado o no) con una finalidad distinta a la apalabrada. En estos cuatro años al frente de Medios del Arzobispado he tratado con centenares de periodistas de medios tanto religiosos como generalistas, más o menos cercanos a la Iglesia, y me sobran dedos de una mano para contar los que han pecado de falta de profesionalidad.
No quiero dar publicidad a ninguno de ellos y además creo que la vida, tarde o temprano, acabará colocándolos en su sitio. Sin entrar en mucho detalle, a poco que uno vea más allá de un reciente titular sensacionalista, al texto se le ven las costuras; emergen las inconsistencias, las supuestas revelaciones se convierten en simples chismorreos sin fundamento y en juicios ideológicos, y el supuesto periodista queda retratado. Cuando se acabe su minuto de gloria se dará cuenta de que se le han cerrado muchas puertas y de que otras ya nunca se le van a abrir. El que siembra desconfianza, recoge desconfianza. Y eso es algo que un periodista no puede permitirse.