Vidas en la nevera

En todos los medios de comunicación hay un archivo, conocido como nevera, con documentación sobre personas que afrontan el final de la vida e historias que

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Rodrigo Pinedo Texidor

Publicado el - Actualizado

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Recuerdo la historia de Arthur, un redactor de necrológicas que deambulaba por las páginas de Los imperfeccionistas de Tom Rachman. Consciente de que estaba en las últimas, una escritora le pedía echar un vistazo al texto que preparaba sobre ella. «¡El artículo que más me gustaría leer es el que jamás podré leer!», lamentaba ante su negativa. «La gente – aseveraba– se debe importunar muchísimo cuando aparece usted con esa libreta, ¿no? Como el de las pompas fúnebres que viene a tomarle medidas a la viuda». «La mayoría de personas no saben para qué las entrevisto. Me alivia no tener que fingir esta noche», reconocía él.

Exista o no la posibilidad de charlar con esos personajes a los que el tiempo se les acaba o cuyas vidas conviene contar hasta el último detalle, es práctica generalizada preparar documentación sobre ellos. En todos los medios hay un archivo, conocido como nevera, con perfiles prácticamente cerrados de líderes políticos y religiosos, amplias cronologías de las carreras de músicos y actores, y homenajes de terceros a personas de lo más variopintas, entre otras historias. No hay un oscuro deseo de matarlos antes de tiempo, sino una razón eminentemente práctica: informar con rapidez, de la mejor forma posible, a los lectores, espectadores y oyentes.

¿Acaso creen que las ediciones especiales de los periódicos en la muerte de san Juan Pablo II no se nutrían fundamentalmente de artículos preparados cuando el Pontífice afrontaba la enfermedad desde la absoluta confianza en Dios? ¿No saben que, aunque no haya dejado de dar muestras de su enorme lucidez, desde que Benedicto XVI se retiró –también desde la absoluta confianza en Dios– medios del mundo entero tienen preparado material sobre él?

Más allá de lo que preconizan los transhumanistas deseosos de erigirse en dioses, todos vamos a morir. Quizá de forma sorpresiva, quizá tras una larga enfermedad, pero por ahí vamos a pasar todos. De aquellos que han sembrado mucho, habrá mucho que contar y, por eso, más vale estar prevenidos. Cosa distinta es que queramos contarlo cuanto más tarde mejor; incluso los que sabemos que la muerte nunca tiene la última palabra. Ahora que aprieta el calor es más apetecible sacar a la luz otras historias que han acabado en la nevera devoradas por la rabiosa actualidad de un curso que, para variar, ha pasado muy deprisa.

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