Empezar siempre de nuevo
José Luis Restán analiza el nuevo nombramiento del cardenal Juan José Omella como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española
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En la que ha sido su primera entrevista como nuevo Presidente de la CEE, el cardenal Juan José Omella quiso recordar en El Espejo la celebración del pasado domingo en la basílica de la Sagrada Familia, en la que más de dos mil jóvenes reunidos en torno a una gran cruz llegada de Bangassou, escucharon el testimonio del obispo Juan José Aguirre, que les habló de algo inaudito: de cómo el amor del crucificado, con sus brazos abiertos al mundo, es capaz de sanar heridas que parecen incurables, e incluso de reunir en un mismo pueblo a quienes eran enemigos irreconciliables. Amar para comprender, y también para discrepar y para anunciar. “Caridad en la verdad y verdad en la caridad”: esa es, para el cardenal Omella, la forma de la presencia cristiana en este cambio de época, en el que nadie tiene la receta genial para la evangelización.
Durante esta semana los obispos españoles han pasado muchas horas juntos, muchas de ellas eligiendo a quienes asumirán los diferentes servicios dentro de esa estructura de coordinación y comunión que es la Conferencia Episcopal. El trasfondo de todas esas decisiones no es otro que la preocupación por cómo hacer presente al mundo de hoy, con gestos y palabras, el acontecimiento de Cristo que responde a la búsqueda de nuestros contemporáneos. El desafío es enorme pero también apasionante, como reconoció el nuevo Presidente de la CEE evocando un comentario del recordado cardenal Fernando Sebastián, que ante las dificultades que tantas veces nos desazonan, decía que le gustaría ser joven para empezar de nuevo la tarea, como aquellos misioneros que afrontaban territorios y situaciones con la única guía y el único amparo de su fe vivida en la compañía de la Iglesia.
Producen hastío, cuando no sonrojo, ciertas narraciones prefabricadas que reflejan esquemas ideológicos estrechos que no pueden dar cuenta de la auténtica vida de la Iglesia, aun atravesada por las limitaciones de sus hijos, incluso cuando se trata de obispos. Es cierto que existen sensibilidades y respuestas pastorales distintas, y no creo que hayamos llegado al vigor de ciertas confrontaciones de la época apostólica o de otros momentos de la historia. Pero resulta insultante que algunos caricaturicen este saludable debate (que a veces puede ser dramático) como un enfrentamiento entre partidarios de Francisco y resistentes a la conducción del papa. Es sencillamente falso.
Acabamos de vivir un acontecimiento de comunión como el Congreso de Laicos, en el que se han podido ver y escuchar numerosas iniciativas de educación en la fe, de misión y de presencia pública en una sociedad a la que amamos y de la que formamos parte. Favorecer su crecimiento, purificar su camino, dar espacio a la novedad que el Espíritu quiera regalarnos, arriesgar nuevos caminos y corregir cuando sea necesario, esas son tareas en las que deberán ocuparse los obispos de la CEE en los próximos años. Hacer que el pueblo cristiano crezca, se fortalezca y madure al aire libre, sin acomodarse en su castillo ni cavar trincheras, sino alimentándose de la raíz que es Cristo. Y forjar también un estilo de diálogo público sin complejos ni tentación de autodefensa, sin nostalgias y sin temor a contradecir la opinión dominante. Eso es lo que ha preocupado a nuestros obispos, y en eso tenemos que acompañarles, seguirles y también proponer con libertad cristiana y ánimo disponible. Y nada de cháchara estéril y autodestructiva.