Viaje al corazón de Europa
El director editorial de COPE ha analizado cómo ha sido el viaje apostólico del Papa Francisco a Hungría y Eslovaquia
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La visita del Papa a Hungría y Eslovaquia ha discurrido entre la memoria de una fe heroica, que durante medio siglo fue puesta a prueba por el totalitarismo, y los nuevos desafíos que el presente plantea a la Iglesia. Muchos de los que han escuchado al Papa son hijos o nietos de aquellos testigos, que les amamantaron y criaron en la fe. Hombres y mujeres como el cardenal Ján Korek, que era obispo clandestino mientras trabajaba como limpiacristales en Bratislava, pero también como muchas madres de familia, agricultores y obreros, personas humildes que dieron la vida amando hasta el extremo.
Hoy, aunque de otra manera, el contexto social y cultural también invita a los cristianos a resguardarse, a permanecer invisibles. De aquellos testigos aprendemos que la fe no se difunde con el poder del mundo (que a veces echamos de menos), sino con la sabiduría de la cruz. No se comunica mediante estructuras bien engrasadas, sino con el testimonio cuerpo a cuerpo de un modo de vivir que a muchos les puede parecer imposible, pero que está lleno del atractivo incomparable de Jesucristo.
La memoria cristiana nunca debe convertirse en nostalgia, sino en fuerza generadora para la misión.
Aquella misma fe que fue un factor decisivo en la lucha por la libertad bajo el comunismo, tiene que ser hoy reconocida de nuevo como fuente de libertad, de curación y de construcción, en una sociedad que, en gran medida, se ha apartado de sus raíces cristianas. Es verdad que los europeos tenemos una riquísima tradición cristiana, pero para muchos sólo es el recuerdo de un pasado que ya no orienta las decisiones de la existencia. Lo acaban de decir los obispos españoles con toda claridad en su documento “Fieles al envío misionero”. Y ante este hecho, ha subrayado el Papa, “no sirve lamentarse, atrincherarse en un catolicismo defensivo, juzgar y acusar al mundo”. Lo que se necesita es el testimonio vivo de personas que hagan presente la novedad del cristianismo: la alegría, la libertad, la racionalidad y el amor que nacen del encuentro con Cristo. Siempre en diálogo con las preguntas y preocupaciones de nuestros contemporáneos, aunque a veces sea difícil.
En el santuario nacional de Sastin, que nunca dejó de ser meta de peregrinación durante los años oscuros bajo el “telón de acero”, Francisco ha pedido a los católicos eslovacos que testimonien la belleza del Evangelio sin miedo a ser signos de contradicción. Que vivan una fe compasiva con las debilidades y dolores de todos. Que hagan resplandecer su comunión fraterna en medio del individualismo rampante, y que protejan y cuiden la vida en un contexto en el que a menudo domina la lógica de la muerte. Son pistas que no debemos echar en saco roto.