El Descendimiento de Cristo crucificado
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El Descendimiento de Cristo crucificado
Homilía, en el Viernes Santo de 2017, para la celebración del Descendimiento de Cristo en la catedral de Sigüenza, tras su recuperación 237 años después
Jesús de las Heras Muela
1.- La recreación del descendimiento de Jesucristo de la cruz, tras su muerte y en espera de la resurrección, dato bíblico esencial en los relatos de la Pasión, es también, en la tradición seguntina y de tantos otros lugares de toda la Iglesia, una evocación de la historia. Una historia entendida, en este caso, en una doble dimensión: la historia más grande jamás contada (la historia que sigue siendo ayer, hoy y siempre del misterio del amor más grande y de la misericordia más inconmensurable) y también de la historia de la piedad popular en nuestra querida ciudad de Sigüenza.
Una historia, en el caso de Sigüenza, que arrancó hace cuatro siglos y que desde hace más de doscientos años (237 exactamente), por razones más que comprensibles, hubo entonces de interrumpirse tras la intervención en el asunto de uno de los más grandes obispos de la historia de nuestra ciudad y diócesis (don Juan Díaz de la Guerra, que legó a nuestro arte y cultura el barrio de San Roque, la Puerta del Mercado de la catedral, la Fuente y el conjunto de la Obra del Obispo o la bellísima fachada del Palacio de Infantes, amén de otras muchas obras de beneficencia en Sigüenza y en otros lugares de la diócesis).
Esta evocación a la historia nos ha de servir para ser fieles a ella, no desde el arqueologismo estático, sino desde la creatividad respetuosa y la interpelación por proyectar hacia el presente y hacia el futuro las señas de la identidad de esta historia, una historia que, en el caso de Sigüenza, no se entendería sin su inequívoco ADN cristiano, católico para más señas.
Reconstruir la historia de Sigüenza y proyectarla en el hoy y en el mañana sin la fe cristiana y sin su adecuada, coherente, activa y comprometida inserción eclesial nos desnaturalizaría y nos abocaría al desgajamiento de nuestras mejores raíces.
2.- El descendimiento de Jesucristo es un ejercicio de piedad, una obra de misericordia, que José Arimatea y Nicodemo realizaron en aquel atardecer de tinieblas del primer y definitivo Viernes Santo de la historia.
Y ¿qué significa hoy evocar y actualizar este ejercicio de piedad, esta obra de misericordia del Descendimiento de Jesucristo y su enterramiento posterior? Significa, en primer lugar, respetar, amar, cuidar y potenciar la vida desde que es engendrada y hasta su ocaso natural. Toda vida humana y la vida de todos es útil, es preciosa, es un don de Dios a preservar y a mimar. No existe la vida inútil ni indigna, excepto cuando el egoísmo humano arrastra a tantos hermanos nuestros a las cloacas y a las cunetas de la existencia. Y tampoco debe existir para un cristiano la tentación de pensar en acortarle a nadie la vida, al albur de presuntas muertes dignas, que están haciendo que en países como Holanda, donde es legal la eutanasia, esta, la eutanasia (esto es, la acción directa y voluntaria de acortar la vida) ocasione ya el 4% de los fallecimientos en este país.
El ejercicio de piedad, la obra de misericordia, que José Arimatea y Nicodemo realizaron con el Descendimiento de Cristo en aquel atardecer de tinieblas del primer y definitivo Viernes Santo de la historia nos urge asimismo, en segundo lugar, a no frivolizar con la muerte, ni con la hora de la muerte, ni con el sagrado cuerpo de nuestros cuerpos, que es más que nunca templo y sagrario del Dios del amor y de la vida y realidad llamada a la resurrección gloriosa en cuerpo y en alma a imagen de Jesucristo crucificado y resucitado.
De ahí, que tal y como la Santa Sede y el Papa Francisco nos han pedido recientemente, hemos de evitar cualquier frivolidad, banalización y superstición a la hora de dar cristiana sepultura a nuestros difuntos.
3.- Recrear el descendimiento de Jesucristo no es un dejar al Señor sin más en el sepulcro y llorar su ausencia durante un tiempo para que luego todo vuelva a ser igual, sino que es apostar por la dignidad sagrada de la persona humana y de cuerpo, que ha sido creado a imagen y semejanza del Dios creador providente y misericordioso, a imagen, pues, de su Hijo, rostro eterno de la Misericordia.
Porque el descendimiento de Cristo y su sepultura, previo embalsamiento con cien libras de una mixtura de mirra y aloe, como nos relata la Pasión según San Juan, es una profesión de fe en la Resurrección y en la vida, una espera junto a Él, junto a nuestros muertos, de que se cumpla y se haga realidad nuestra vocación de eternidad. Porque no hemos nacido para la muerte, sino, como Jesús, para la Vida.
Para los cristianos, ni la vida ni muerte son un absurdo, una quimera, una aventura en manos del azar, la física o la materia, sino un tiempo de gracia que Dios nos da hacernos mejores personas y mejores cristianos y para construir, en y con ese poquito que hay en mí y yo puedo, un mundo mejor.
4.- El descendimiento de Jesucristo y su recreación es acariciar y respetar un cuerpo herido y ultrajado, uncir nuestras manos con su piel sagrada y ya lívida carne lacerada e inerte, y dejarnos rociar por su sangre redentora.
Es un encuentro, piel con piel, alma con alma, que clama y exige una expresión de testimonio público de caridad y de solidaridad, permanente y convincente ?no por ello sin esfuerzo, incluso no por ello sin vacilaciones ni altibajos? no de un día, de una tarde, de una noche, de un funeral, de un entierro, de un duelo, sino de toda una vida para portar, transmitir y servir su cuerpo entre los más pobres y entre los más débiles ("los pobres y los débiles son la carne de Cristo", como tantas veces repite el Papa Francisco), y para completar en nuestra vida y en nuestra carne, cargando cada día con la cruz y siguiéndole, lo que le falta a la Pasión de Cristo.
5.- El descendimiento de Jesucristo es (lo dejé ya antes apuntado) un compromiso de profesión de fe y de vida en una comunidad que se llama Iglesia y que demanda de nosotros que seamos no solo cristianos del Viernes Santo, del Corpus Christi y del día de la Virgen de la Mayor o Virgen de la Salud, sino que también sigamos llenando nuestros templos, nuestras catequesis, nuestras clases de Religión, nuestros movimientos apostólicos y nuestras Cáritas todos y cada uno de los días de nuestra vida.
Una profesión de fe que significa también el que, con humildad, servicialidad, mansedumbre y claridad, sepamos reclamar, sobre todo con nuestra vida y testimonio, que también los cristianos y católicos tenemos derechos y deberes, los mismos que el resto de los ciudadanos, y sepamos defenderlos frente a persecuciones abiertas, como en Oriente próximo y Oriente lejano, y, entre nosotros mismos, en Occidente y hasta en nuestra patria, ante ridiculizaciones, minusvaloraciones, intromisiones y pretensiones varias de relegarnos a la sacristía, a la irrelevancia, a la privacidad, a la parálisis y al desánimo.
6.- El descendimiento de Jesucristo es volver a entregar su Cuerpo, que es también la Iglesia (tú y yo, todos cuantos formamos la comunidad vida de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo), a María Santísima, la Madre de la Iglesia. Y, por ello, en esta tarea, en esta misión del seguir realizando el descendimiento de Cristo, no estamos, pues, solos, nunca estaremos solos. Está María, está la Madre, está la Virgen de los Dolores y de la Soledad.
"Estaba la Dolorosa junto al leño de la Cruz. ¡Qué alta palabra de Luz! ¡Qué manera tan graciosa de enseñarnos la preciosa lección del callar doliente! Tronaba el cielo rugiente. La tierra se estremecía. Bramaba el agua? María
"Mirad la Virgen que sola está,
Triste y llorando su soledad.
"No llores, Madre, no llores más.
Que yo tu llanto quiero enjugar.
Sufro contigo, triste penar.
Perdón, oh Madre.
Os quiero amar".
Mirad, hermanos, a la Virgen, a María, a la Madre. ¿Cuándo una madre dejar de amar y de servir a sus hijos? María tampoco. Mirad a María, pero antes, en silencio, en arrobo, en plegaria, en respeto sagrado y conmovido, hagamos todos juntos, descender a Cristo de la cruz y oremos y hasta lloremos con el gran Lope de Vega:
"Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?".
Catedral de Sigüenza,
Viernes Santo, 14 de abril de 2017
Jesús de las Heras Muela