Guía litúrgica, espiritual y pastoral para la Semana Santa (1)

Guía litúrgica, espiritual y pastoral para la Semana Santa (1)

Jesús de las Heras

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GUÍA LITÚRGICA, ESPIRITUAL Y PASTORAL PARA LA SEMANA SANTA (1): De la entrada de Jesús a Jerusalén a Getsemaní

Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa, la semana central de la fe cristiana, la semana de la celebración y de la reactualización de los misterios centrales de la historia de la salvación. La liturgia, la espiritualidad y la religiosidad popular recrean una atmósfera intensa, bella -hasta esplendorosa- y devota, encaminada a vivir en plenitud y provecho la grandeza de estos días.

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Técnicamente el Domingo de Ramos es llamado "Domingo de Ramos en la Pasión del Señor". En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo el Señor en Jerusalén para consumar allí su misterio pascual. En todas las Eucaristías ha de hacerse memoria de ello. El sacerdote ha de revestirse de ornamentos rojos, color de pasión y de martirio.

En la liturgia del día, están previstas hasta tres conmemoraciones de la entrada de Jesús en Jerusalén. La primera de ella es la procesión desde una iglesia menor u otro lugar apto fuera del templo donde posteriormente se ha de celebrar la Eucaristía. Se distribuyen los ramos o palmas, que el sacerdote procede a bendecir. En las palabras previas a la bendición de los ramos, el sacerdote evoca el camino cuaresmal preparatorio a la Pascua a través de obras de penitencia y de caridad y llama a los fieles a vivir esta celebración conscientes del seguimiento a Jesucristo en el misterio de su entrada en Jerusalén. Bendice los ramos, los rocía con agua bendita y se proclama el evangelio del ciclo dominical correspondiente, siempre con la escena de la entrada del Señor en la ciudad santa. A continuación comienza la procesión, acompañada de cantos y salmos alusivos al misterio.

La segunda forma procesional es la llamada entrada solemne. Se hace en el mismo templo, en su atrio o desde un lugar oportuno. Se repite los mismos ritos. Una de estas dos formas es preceptiva, en principio, en todas las Eucaristías principales o únicas del Domingo de Ramos. En aquellas parroquias o comunidades donde se celebren más de una misa, en la no principal se ha de hacer una entrada simple: un canto de entrada apropiado y un saludo previo al pueblo alusivo a esta conmemoración.

Tras estas ceremonias previas, comienza la misa. Se omite el acto penitencial, suplido por los ritos realizados y descritos antes, y el sacerdote reza la llamada oración colecta. Tras ella, se proclama la liturgia de la Palabra correspondiente. La lectura evangélica es siempre la pasión del Señor según el texto marcado por el ciclo trienal de las lecturas. La pasión puede ser proclamada por tres lectores. Pueden ser laicos. El sacerdote o ministro principal se reservará las intervenciones de Jesucristo. También puede cantarse la pasión. Tras la proclamación del Evangelio, las rúbricas litúrgicas aconsejan una breve homilía.

A partir de entonces la Eucaristía sigue ya su ritmo habitual. El prefacio es propio. Se trata de un texto muy hermoso, centrado en la inocencia de Jesús y en la grandeza y efectos de su muerte redentora.

El clima celebrativo del Domingo de Ramos arranca, pues, de la evocación y participación gozosas de la entrada de Jesús en Jerusalén y progresivamente se va llenando y cargando de intensidad y de unción, vislumbrando y anunciado el misterio de su cruz salvadora.

Lunes, Martes y Miércoles Santos

Son tres días feriales, bien impregnados ya de la inminencia de la cruz y de la pascua. Emerge con fuerza la figura de Jesucristo y de las consecuencias de su obra redentora. Cada uno de estos tres días tiene oraciones litúrgicas y lecturas bíblicas propias, así como un prefacio común y exclusivo para los tres días, que en su parte central dice: "Porque se acercan ya los días santos de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa: en ellos celebramos su triunfo sobre el poder de nuestro enemigo y renovamos el misterio de nuestra redención".

Lunes, Martes y Miércoles Santos son días propicios para las confesiones, las celebraciones penitenciales y para ultimar los preparativos de la celebración del Triduo Pascual.

La Misa de los sacerdotes y de los sacramentos

Jueves Santo es el día de los sacerdotes, de los sacramentos, de la Eucaristía, del amor fraterno. Es también el día -la noche, mejor- de la agonía de Getsemaní y comienzo definitivo de la Pasión y de la Pascua.

En principio, el Jueves Santo tiene dos misas: la matinal, que es la Misa Crismal, y la vespertina que es la Misa en la Cena del Señor. No caben otras celebraciones ni se puede cambiar el citado orden. Con todo, dado que la Misa Crismal solo puede oficiarla el obispo y habida cuenta de los otros quehaceres pastorales de ese día, la Misa Crismal puede adelantarse a otra fecha, siempre lo más cercana posible a la Pascua.

La Misa Crismal debe, en principio, oficiarse en la catedral de la diócesis y ser presidida por el obispo diocesano. Es celebración eminentemente sacerdotal y debe visibilizar la comunión del obispo con su presbiterio. También están llamados a participar en ella los fieles, con quienes obispo y sacerdotes comparte el llamado sacerdocio común que se deriva del bautismo.

Se llama Misa Crismal porque el obispo bendice y distribuye por arciprestazgos o zonas pastorales los óleos que consagra antes del ofertorio de esta Eucaristía. Son los óleos sacramentales de los enfermos (sacramento de la Unción), de los catecúmenos (sacramento del Bautismo) y del crisma (sacramento del Orden Sacerdotal). La Misa Crismal es así -por decirlo coloquial y gráficamente- la Misa sacerdotal y sacramental por excelencia.

La Eucaristía ha de ser solemne y participada. En ella, como excepción dentro del tiempo litúrgico de Cuaresma, se canta el Gloria. Los ornamentos sagrados son blancos. Tras la liturgia de la Palabra, homilía incluida en la que el obispo exhorta a los sacerdotes a la fidelidad al ministerio recibido, tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales. El obispo formula tres preguntas a sus presbíteros. En la primera, pregunta sobre la voluntad de renovar, en general, las promesas sacerdotales; en la segunda, sobre la identificación con Jesucristo; y en la tercera sobre el ejercicio presbiteral de los oficios de enseñar, regir y santificar confiados por la ordenación a los sacerdotes. El rito de la renovación de las promesas sacerdotales concluye con unas oraciones y preces dialogadas entre el obispo y la asamblea.

Otro elemento propio y de gran belleza y significado de esta celebración de la Misa Crismal es el prefacio. En él se expresa el paralelismo entre el sacerdocio de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y la vida y ministerios de los presbíteros, prolongadores y servidores de este único sacerdocio. Con la Misa Crismal concluye el tiempo litúrgico de Cuaresma y comienza el interregno al tiempo de Pascua que es el llamado Triduo Pascual.

La Misa de la Eucaristía, la misa de las Misas

La misa vespertina del Jueves Santo es la llamada misa vespertina en la Cena del Señor. Actualiza y conmemora la Ultima Cena de Jesús. Ha de haber en las parroquias y comunidades una única misa de la Cena del Señor. No puede haber celebraciones sin pueblo. La hora de la misma, en la medida de lo posible, se ha ajustar al final de la tarde. Las vestiduras son blancas. Es la misa de la Eucaristía, la misa de las Misas.

Los ejes litúrgicos y bíblicos de la celebración son tres: la evocación de la pascua hebrea, la celebración de la Ultima Cena y la expectación de la cruz. En este sentido, el ritmo celebrativo de la Misa en la Cena del Señor nos va llevando, por este orden, a los misterios que forman parte de su identidad.

Tras los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra -con tres lecturas más salmo responsorial- y la homilía, llega el rito del lavatorio de los pies, cuyo relato evangélico joaneo ha sido proclamado en el Evangelio de esta misa. Mediante el lavatorio de pies se expresa una de los legados capitales de la Ultima Cena del Señor: el mandato del amor fraterno. La caridad ha de ser el distintivo esencial del cristianismo. El lavatorio de los pies habla de caridad y de servicio, habla del nuevo orden instituido por Jesucristo. El lavatorio de los pies simboliza el corazón y el alma de la fe y de vida cristiana.

La Eucaristía prosigue su ritmo habitual hasta los ritos finales, hasta el alba de su finalización. La misa no concluye como las demás. Tras la oración de la postcomunión, el sacerdote incensa las formas consagradas que no han sido consumidas -se ha de prever esta circunstancia en orden a la procesión y reserva eucarísticas y en orden a la distribución de la comunión en los oficios del Viernes Santo- y procede a trasladarlas solemnemente hasta el llamado monumento, en sagrario o en capilla adicional preparada al efecto. Esta procesión eucarística ha de estar acompañada de cánticos apropiados. Es la exaltación de la Eucaristía y la preparación a la vigilia del Viernes Santo. Mediante esta procesión, el pueblo fiel rememora y hace suyo el camino jerosolimitano de Jesús desde el monte Sión donde celebró la Ultima Cena hasta el monte de olivos, donde se retiró en oración y en agonía.

Este preludio ya inmediato del Viernes Santo es conmemorado habitualmente con la praxis de la Hora Santa u otras celebraciones y vigilias similares, transidas del rico contenido ya vivido y celebrado del Jueves Santo y con la mirada dirigida hacia el Calvario, hacia la Cruz.

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