Hildegarda de Bingen

Hildegarda de Bingen fue una católica con una vida increíble, que pone de manifiesto cómo en la Iglesia se han dado cita la razón y la fé, la ciencia

Hildegarda de Bingen

Alfonso V. Carrascosa

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Hildegarda de Bingen nació en 1098 en una familia numerosa y piadosa. Última de diez hermanos, fue entregada, como era costumbre en la época, a un convento, al cuidado de Jutta de Spanheim, una monja benedictina que la instruyó en la religión y la ciencia. Cunado Jutta murió, la sustituyó como abadesa.

A los 40 años tuvo una visión a partir de la cual comenzó a escribir con una erudición fuera de lo normal, es decir, extraordinaria, sobre los más diversos temas religiosos y científicos. El Papa Eugenio III confirmó la autenticidad de su inspiración religiosocientífica, y la instó a que siguiera la misma, cosa que hizo, convirtiéndose en un personaje crucial para la reforma de la Iglesia, de multitud de conventos, al que acudían personalidades relevantes de la sociedad a pedir consejo tales como el emperador Federico I Barbarroja o el Papa Anastasio IV.

Una pionera en el ámbito de la homeopatía

Particularmente en el servicio a los enfermos, algo inherente al carisma benedictino —recuérdese que fue en los monasterios donde nacieron los hospitales de la era moderna—, Hildegarda desarrolló un magisterio evangélico y médico asombroso. Intuyó mucho de lo que la ciencia médica acertó a entender siglos más tarde, parte de lo cual dejó escrito en sus obras Physica y Causae et curae, escritas entre 1151-1158.

Además se adelantó totalmente a la homeopatía. No dudó en relacionar enfermedad y pecado, aspecto a día de hoy vigente en el Magisterio de la Iglesia. Su éxito en la capacidad curativa no solo se achaca a su conocimiento inspirado, sino a la poderosa capacidad de oración que poseía. Salvando las distancias, recuerda a Madre Teresa de Calcuta, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 100 años, en su amor y entrega a los pobres.

Además escribió un conjunto importante de obras teológicas, sobre el conocimiento de Dios, poético-musicales, etc. La primera mujer en escribir textos médicos. Ojalá su recuerdo sirva para lo que en palabras de san Juan Pablo II en la Mulieris dignitatem podría ser de mucha utilidad para la propia Iglesia: «En este sentido, sobre todo el momento presente espera la manifestación de aquel «genio» de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano»

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