Santa Teresa Benedicta de Jesús y la verdadera ciencia

Lo dejó todo por amor a Jesucristo. Una científica más que consideró pérdida lo que para algunos es hoy en día lo más que se puede alcanzar

Santa Teresa Benedicta de Jesús y la verdadera ciencia

Alfonso V. Carrascosa

Publicado el - Actualizado

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Hoy la Iglesia ofrece como segunda lectura del Oficio un fragmento de la obra ‘La ciencia de la Cruz’ de santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa. La Cruz, presente en todas las capitales y grandes ciudades con sede episcopal europeas en forma de catedral, sigue siendo el símbolo fundamental de Occidente. Pero más allá de la simbología, merece la pena ahondar si quiera un poco en su significado. Dice así la lectura del Oficio:

"Cristo se sometió al yugo de la ley, guardando plenamente la ley y muriendo por la ley y por medio de la ley. Liberó, por ello, a los que desean recibir la vida. Pero no la pueden recibir, salvo que ellos mismos ofrezcan la suya propia. Porque los que han sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte han sido bautizados. Son sumergidos en su vida para devenir miembros de su cuerpo y padecer y morir con él, como miembros suyos.

Esta vida vendrá abundantemente en el día glorioso, pero ya ahora, mientras vivimos en la carne, participamos de ella, si creemos que Cristo ha muerto por nosotros para darnos la vida. Con esta fe nos unimos con él como los miembros se unen con su cabeza; esta fe nos abre a la fuente de su vida.

Por eso, la fe en el Crucificado, es decir, esa fe viva que lleva aparejada un amor entregado, viene a ser para nosotros puerta de la vida y comienzo de la gloria; de ahí que la Cruz constituya nuestra gloria: Fuera de mí gloriarme en otra cosa que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Quien elige a Cristo ha muerto para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo los estigmas de Cristo, se ve rodeado de flaquezas y despreciado por los hombres, pero, por este mismo motivo, se halla robusto y vigoroso, ya que la fuerza de Dios resplandece en la debilidad.

Con este conocimiento, el discípulo de Jesús no solo acoge la cruz sobre sus espaldas, sino que él mismo se crucifica en ella. Los que son de Jesucristo han crucificado la carne con sus vicios y concupiscencias. Lucharon un duro combate contra su naturaleza a fin de que la vida del pecado muriese en ellos y poder así dar amplia cabida a la vida en el Espíritu. Para esta pelea se precisa una singular fortaleza.

Pero la Cruz no es el fin; la Cruz es la exaltación y mostrará el cielo. La Cruz no sólo es signo, sino también invicta armadura de Cristo: báculo de pastor con el que el divino David se enfrenta contra el malvado Goliat; báculo con el que Cristo golpea enérgicamente la puerta del cielo y la abre. Cuando se cumplan todas estas cosas, la luz divina se difundirá y colmará a cuantos siguen al Crucificado".

(La puerta de la vida se abre a los que creen en el Crucificado. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edit Stein), mártir. Del libro «La Ciencia de la Cruz»)

Pero ¿tiene esto algo que ver contigo y conmigo?. Veamos. ‘Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo en la cual, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo’ dice san Pablo. No está mal para empezar ¿no?. Y dice más, hablando de qué supone la Cruz de Cristo en todo hombre, en ti y en mí: ‘…si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos para que los que viven no vivan más para sí, si no para aquel que murió y resucitó por ellos’.

Es decir, nuestro drama es que lo vivimos todo para nosotros mismos, nos ofrecemos todo, TODO, hasta la vida religiosa, buscando una espiritualidad satisfecha como señalara Benedicto XVI, que no es el fin último de la salvación de Cristo, si no vencer la muerte en nosotros, porque vino para ‘…destruir, mediante la muerte, al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a quienes por el miedo a la muerte viven de por vida sometidos a esclavitud…’.

Es decir, la buena noticia, el kerygma, es que hay uno que ha destruido mi muerte y tiene el poder de resucitarme de la muerte que no es otra cosa que unirme a Dios dándome el perdón de los pecados, rompiendo las ataduras de mi corazón que me impiden amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo, haciendo lo cual Dios dijo a Moisés en el Sinaí que Israel tendría vida eterna. Esto es lo que Dios quiere que todo hombre conozca, sepa, esto es la verdadera ciencia, pero santa Teresa Benedicta de la Cruz fue también científica tal y como suele entenderse hoy.

Cuando Edith Stein dejó de rezar

Edith Stein, la última de once hermanos, nació en Breslau el 12 de octubre de 1891, cuando su familia judía festejaba el Yom Kippur, importante fiesta hebrea, el día de la expiación, que coincide y no por casualidad con nuestra Exaltación de la Santa Cruz. Llegado el uso de razón Edith perdió la fe en Dios. "Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar".

Pronto se interesó enormemente por los problemas de la mujer, tanto que formó parte de la organización 'Asociación Prusiana para el Derecho Femenino al Voto'. Más tarde escribía: "como bachiller y joven estudiante, fui una feminista radical. Perdí después el interés por este asunto. Ahora voy en busca de soluciones puramente objetivas".

En 1913, se fue a Gottinga a estudiar filosofía. Allí asistió a las clases de Edmund Husserl, de quien llegó a ser discípula y asistente, consiguiendo con él el doctorado. Sus discípulos entendían que en su filosofía proponía un viraje hacia lo concreto. "Retorno al objetivismo". Sin intención por su parte, Husserl llevó a muchos de sus alumnos al cristianismo precisamente por este planteamiento. En 1915 superó con la máxima calificación el examen de Estado. Edith Stein conoció allí también nada menos que al filósofo Max Scheler , y se interesó por el catolicismo.

Durante la primera guerra mundial prestó servicio en un hospital militar austríaco. Tras cuya experiencia siguió a Husserl a Friburgo y en 1916 obtuvo el doctorado summa cum laude con una tesis 'Sobre el problema de la empatía'. Por aquel entonces ocurrió algo que siempre recordaría: observó cómo una aldeana entraba en la Catedral de Frankfurt con la cesta de la compra, quedándose un rato para rezar, dejando escrito "Esto fue para mí algo completamente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes que he frecuentado los creyentes acuden a las funciones. Aquí, sin embargo, una persona entró en la iglesia desierta, come si fuera a conversar en la intimidad. No he podido olvidar lo ocurrido". Después, el día que conoció a la esposa del asistente de Husserl en Gottinga, Adolf Reinach, después que ambos se habían convertido al Evangelio.

Escribiendo sobre el encuentro diría "Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores… Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo" y más tarde "lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que -visto desde el lado de Dios- no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y, ante los ojos absolutamente clarividentes de Dios, presenta una coherencia perfectamente ensamblada".

Luchó por ser habilitada para ser docente, pero tal condición se le negó por ser judía de origen. Tras leer el Nuevo Testamento, a Kierkegaard y sobre todo los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, hasta llegar a la autobiografía de Teresa de Ávila. La leyó durante toda una noche: "Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad". Se bautizó en 1922: "Había dejado de practicar mi religión hebrea y me sentía nuevamente hebrea solamente tras mi retorno a Dios". Se confirmó el día de La Candelaria. Dio muchas conferencias sobre todo sobre temas femeninos. Además tradujo las cartas y los diarios del período precatólico del Cardenal John Henry Newmann y la obra Quaestiones disputatae de veritate de Tomás de Aquino, en una versión muy libre por amor al diálogo con la filosofia moderna. En 1932 se le asignó una cátedra en una institución católica, el Instituto de Pedagogía científica de Münster, donde tiene la posibilidad de desarrollar su propia antropología, puesto que se le había negado en ámbitos no católicos. Finalmente entró en el monasterio de las Carmelitas de Colonia y el 14 de abril de 1934 tomó el hábito con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. Hizo la profesión perpetua el 21 de abril de 1938.

El 2 de agosto de 1942 llegó al monasterio de Carmelitas de Colonia el socialismo ateo de Hitler en forma de la Gestapo, siendo apresada y trasladada de inmediato al campo de concentración de Westerbork. Al amanecer del 7 de agosto salío una expedición de 987 judíos hacia Auschwitz. El 9 de agosto Sor Teresa Benedicta de la Cruz, junto con su hermana Rosa y muchos otros de su pueblo, murió en las cámaras de gas de Auschwitz.

Una mujer admirada por San Juan Pablo II

San Juan Pablo II diría con ocasión de la beatificación de Edith Stein en Colonia, el 1 de mayo de 1987:"Nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz; una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy…; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios".

Como San Pablo, todo lo consideró pérdida con tal de ganar a Cristo. ¡Demos gracias a Dios y no dejemos de encomendarle a nuestra querida y herida Europa, para que se vuelva a la Cruz Gloriosa del Señor Resucitado y abrace así la verdadera ciencia!

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