Paren antes de que las ciudades sean cementerios
El editorial de la revista ECCLESIA del mes de marzo se une al grito del Papa Francisco ante la invasión de Ucrania: En nombre de Dios, ¡paren!
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El grito del Papa Francisco sonó con fuerza en la plaza de San Pedro y resonó en el corazón que late con dolor, en este momento, en Ucrania: «En nombre de Dios ¡detengan esta masacre!». Así se expresaba el domingo 13 de marzo, al finalizar el Ángelus, cuando el Pontífice celebraba el noveno aniversario de su elección como Obispo de Roma. Con dolor unía así su voz a la de tanta gente común que implora el fin de la guerra... y de tantas guerras silenciadas en el mundo: «Frente a la barbarie de la matanza de niños, de personas inocentes y de civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: ha de cesar la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios». La claridad del Papa no tiene límites ante el grito de los que sufren, es una constante en su Pontificado porque los descartados son los preferidos del Señor.
Tras poner por primera vez al país ucraniano en el mapa del mundo, millones de personas descubren atónitos, de nuevo, que las sociedades están interconectadas: Rusia y Ucrania juegan un rol estratégico en los mercados mundiales de productos básicos. Son grandes exportadores de materias primas básicas, desde trigo y demás cereales, hasta petróleo, gas natural y carbón, oro y otros metales preciosos.
Esta invasión televisada mueve a la solidaridad y a la acogida: desde quien recorre miles de kilómetros para traer a España una familia ucrania, hasta las diócesis que abren sus seminarios para alojar a refugiados. Es la otra cara de la moneda, la de la bondad del ser humano, que contrasta con los bombardeos y atentados. La Iglesia pide también acoger a tantos inmigrantes que huyen de sus países por hambre, por violencia, por buscar una vida mejor, desde Marruecos y desde tantos otros lugares.
A la invasión rusa se unen otros conflictos: la guerra que sufre el pueblo sirio; el largo conflicto de Irak, que todavía tiene dificultad para levantarse; la muerte olvidada cada día en Yemen... Israel y Palestina continúan en tensión con unos efectos sociales y políticos cada vez mayores. El Líbano sufre una crisis sin precedentes... Myanmar se encuentra golpeada por la intolerancia y la violencia. Etiopía, el Norte de África, Sudán y Sudán del Sur... cuántos países se colocan en el mapa a raíz de los conflictos bélicos. Es necesaria una voz de paz y de esperanza como la que alza el Papa, quien también fue claro y firme ante el uso distorsionado de la religión para justificar las masacres que se cometen: «Dios es solo el Dios de la paz, no es el Dios de la guerra y los que apoyan la violencia profanan su nombre».
¿Cómo construir esa paz duradera? Con diálogo entre generaciones; con la educación como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo; y con el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Pero ahora, cuando las imágenes bombardean las conciencias y mueven a la solidaridad, los cristianos nos unimos al grito del Papa: En nombre de Dios: ¡Paren!