La dicha de la esperanza

En el Evangelio de este «domingo de la alegría» Jesús no se escandaliza de las dudas de Juan. Su respuesta incluye una bienaventuranza que nos interpela a todos los creyentes

La dicha de la esperanza

José-Román Flecha Andrés

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“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del Señor” (Is 35,5-6). Estas promesas del profeta Isaías parecerán increíbles para todos nuestros vecinos. El ambiente no nos permite creer facilmente en los milagros.

Este “pequeño apoalipsis” constituye un hermoso canto de esperanza. El profeta anuncia a su pueblo un futuro de paz y de armonía, que se verá reflejado en el mundo creado. La tierra se convertirá en un jardín. Las enfermedades de los hombres desaparecerán. Y, sobre todo, Dios se manifestará cercano. Así que todos verán “la gloria de Dios”.

Con el salmo responsorial nosotros celebramos hoy el milagro de una esperanza que resurge de las ruinas de los bombardeos o de la calamidad de una pandemia (Sal 145). Además, encontramos un apoyo en la carta de Santiago: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor... Manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,7-10).

Las preguntas

El evangelio nos presenta a Juan Bautista. Tras haber exhortado a las gentes a convertirse, había sido encerrado en una mazmorra por el rey Herodes. Allí parece preguntarse si Jesús de Nazaret es el Mesías que él anunciaba o había que esperar a otro. (Mt 11,1-11). A los mensajeros que le envía, Jesús responde con hechos cumplidos.

• “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo”. Junto al río Jordán ya se habían encontrado el Precursor y el Anunciado. Ahora ambos confían a los discípulos la responsabilidad de preguntar y de responder. Los mensajeros enviados por Juan pueden reflejar las dudas de su maestro. Pero en ellos vemos también nuestras propias preguntas.

• “Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Esa estupenda sanación de todas las debilidades había sido anunciada por el profetas Isaías. Jesús había dicho en Nazaret que esa era su misión. Y ahora presenta esos hechos como la prueba de la misma.

Y la dicha

Jesús no ignora las dudas de Juan Bautista. En su pregunta adivina la incertidumbre de los que se preguntarán por las acciones que avalan su misión como enviado por Dios. La respuesta de Jesús incluye una bienaventuranza que nos interpela a todos los creyentes.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. Muchos judíos esperaban un Mesías guerrero como Judas Macabeo, que pudiera librar a su puebo del dominio de los romanos. Pero la mansedumbre de Jesús defraudaba aquella imagen popular.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. Algunos, como los hijos de Zebedeo, habían oído a Jesús hablar del Reino de Dios y esperaban que les concediera en él los puestos más importantes. Pero Jesús les invitaba a beber su propio cáliz.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. En nuestro tiempo, algunos piensan encontrar la salvación en sus conocimientos o en la fuerza de su voluntad, como dice el papa Francisco. Pero Jesús nos propone solamente la sabiduría de la cruz.

Señor Jesús, tú sabes que nuestros prejuicios e intereses nos llevan a veces a desconfiar de ti y de tu misión. Enséñanos a reconocerte como eres en realidad y ayúdanos a acogerte y anunciarte como nuestro Salvador. ¡Ven, Señor Jesús!

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