Dios con nosotros
En este 4º Domingo de Adviento, reflexionamos acerca de la fe y la aceptación de los planes de Dios
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“Mirad: la virgen está encinta y da a luz a un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa, Dios con nosotros)” (Is 7,14). Los reyes de Siria y de Israel se han unido para atacar al reino de Judá. En previsión de un asedio a la ciudad de Jerusalén, el rey Acaz está revisando los canales de conducción de agua a la ciudad.
En ese momento, el profeta Isaías se acerca y le anuncia que no habrá guerra. Ante la desconfianza del rey, el profeta le sugiere que pida una señal. Pero el rey asegura que no necesita pruebas. Ante su autosuficiencia, el Señor le ofrece la señal de la vida. Está para nacer un niño que se llamará Emmanuel, es decir: ¡Dios con nosotros! Y crecerá en paz.
En el salmo responsorial resuena la promesa de la cercanía de Dios a nuestro mundo y a nuestra situación personal: “Va a entrar el Señor. Él es el Rey de la gloria” (Sal 23).
San Pablo, por su parte, nos exhorta de nuevo a creer que Jesús, descendiente de David, es Hijo de Dios y nuestro Salvador (Rom 1,1-7). Es preciso esperar y acoger su venida.
La duda y la inquietud
El evangelio de este cuarto domingo de Adviento nos presenta la anunciación del ángel a José de Nazaret, esposo de María (Mt 1,18-24). Dios le hace ver que lo ha elegido precisamente a él para tutelar la vida del Mesías.
A primera vista nos impresiona la situación de José y las dudas que surgen en él al percibir el estado de su esposa. Es verdad que en la memoria de Israel había ya acontecimientos que denotaban que Dios intervenía de forma insospechable en el nacimiento de las personas que elegía para una importante misión.
Pero la fe y la aceptación de los planes de Dios no dejan de inquietar a aquel artesano que tenía ya un proyecto para su vida. Sin embargo, el ángel del Señor le ayuda a aceptar el don de la vida que se anuncia y el plan que Dios tiene sobre su propia existencia.
Además, el ángel le confiere el honor y la responsabilidad de poner nombre al niño que va a nacer de su esposa: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1,21). Así que José ha de aceptar con fe la salvación que Dios ofrece a su pueblo y ofrecer su tutela a ese niño por el cual viene la salvación.
La presencia de Dios
El evangelio de Mateo recuerda la antigua profecía de Isaías. Pasados los siglos, se hace realidad tanto aquella promesa de paz como la certeza de la presencia de Dios.
• “La virgen concebirá y dará a luz un hijo”. La doncella anunciada por Isaías al rey Acaz es ahora presentada como una virgen. El hijo que va a nacer de ella no es fruto del esfuerzo y de los planes humanos. El Salvador que Dios envía a la humanidad es un don gratuito que viene a redimir la pobreza y la humillación humana.
• “Le pondrá por nombre Emmanuel”. Dios había estado siempre al lado de su pueblo. Ahora se manifiesta en el hijo de María. Pero Dios se mostrará cercano no solo a su pueblo, sino a todos los pueblos y a todas las gentes, sean del origen que sean. Es más, adoptará su naturaleza y sus sueños, su fatiga y sus esperanzas.
- Padre de los cielos, en este tiempo de turbación y de dudas, de crisis y desaliento, concédenos la limpieza de María y la silenciosa docilidad de José, para que tu hijo Jesús haga presente entre nosotros tu salvación y tu misericordia. Amén.