La gracia del Espíritu
Finalizamos hoy el tiempo de Pascua, con la solemnidad de Pentecostés
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“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía manifestarse” (Hch 2,4), Con esta frase el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles parece querer subrayar el efecto más llamativo e impresionante de la experiencia que vivieron los discípulos de Jesús en la fiesta de Pentecostés.
Junto al huracán que sacudió la casa, aparecieron unas lenguas como de fuego, que se posaron sobre ellos. El Espíritu de Dios ayudó a los discípulos de Jesús a superar el miedo y los convirtió en valientes testigos de la resurrección y del mensaje de su Maestro.
Con el salmo responsorial nosotros repetimos una oración que revela nuestra esperanza de vida: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” (Sal 103).
Por otra parte, san Pablo asegura que solo gracias al Espíritu Santo podemos nosotros confesar y anunciar que Jesús es el Señor (1 Cor 12,3).
Fiesta del envío de los creyentes
Pentecostés es la fiesta de la misión, es decir, la fiesta del envío de los creyentes. Como el Padre envió a Jesús, también él nos envía a nosotros por los caminos del mundo.
El evangelio (Jn 20,19-23) nos recuerda que ya el mismo día de su resurrección, Jesús fue al encuentro de sus discípulos y les deseó la paz. Al mostrarles sus llagas, “ellos se alegraron de ver a Jesús”. La paz y la alegría son los primeros regalos del Resucitado.
Pero el gran regalo, el “altísimo don de Dios” es su Santo Espíritu. Si no recibimos el don del Espíritu, no podremos reconocer al Señor Resucitado. Si no acogemos con fe al Espíritu de Dios, no podremos vivir el gran regalo del perdón. Sin el Espíritu es imposible vivir, anunciar y contagiar la alegría del Evangelio.
Ignorar al Espíritu es ignorar al Padre de los cielos e ignorar las claves de la misión de Jesús. El Espíritu de Dios es principio de vida y de gracia, fuente de amor y de concordia, prenda de verdad y de caridad fraterna. El Espíritu remueve la fe y la esperanza de los discípulos de Jesús y está presente en la Iglesia, guiándola hacia el amor y la verdad.
El don y la responsabilidad
El evangelio anota que, tras el saludo, Jesús Resucitado sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Un mensaje también para hoy.
• “Recibid el Espíritu Santo”. No somos los discípulos los que creamos la vida, los que inventamos la verdad, los que producimos el amor. El Espíritu de Dios es su don por excelencia y es la fuente de todos los dones.
• “A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados”. Todos necesitamos pedir y recibir humildemente el perdón de Dios. Solo por haberlo recibido podremos nosotros transmitirlo a los demás, con generosidad, con esperanza y con alegría.
• “A quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Esta frase puede sonar muy dura en una cultura de la frivolidad que ignora la misericcordia. Pero el Señor entrega a su Iglesia la sabiduría y la responsabilidad para discernir entre el bien y el mal.
Señor Jesús, reconocemos el don y la gracia de tu Espíritu. Deseamos que él nos conduzca hasta la verdad plena. Y sabemos que él nos concederá el amor compasivo que tú nos has mostrado con tu vida, con tu muerte y tu resurrección. Bendito seas, Señor.