Solemnidad de la Natividad del Señor
En este día de Navidad, cada uno de los seguidores de Jesús ha de preguntarse si en su vida, en su mente y en su corazón hay un espacio para acoger y hospedar al Señor
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“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz” (Is 9,5). El profeta Isaías se refiere sin duda a un hijo del rey que acaba de nacer.
En él ha puesto el pueblo sus mejores esperanzas de paz y de justicia, de racionalidad y discernimiento. En todos los tiempos, las gentes suspiran por poder gozar de armonía social y de prosperidad. Pero con el tiempo, el pueblo de Israel vería ese poema como una profecía de los tiempos mesiánicos.
Nosotros hoy hacemos nuestras las palabras del salmo responsorial. Esperamos que la celebración del nacimiento de Jesús nos lleve a comprender que él es nuestro Señor y que en él radica la justicia. “Alégrese el cielo, goce la tierra… delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra” (Sal 95).
Pero ese don exige nuestra responsabilidad. San Pablo nos exhorta a llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos (Tit 2,11-14).
Los pañales y el pesebre
El evangelio que se proclama en la misa de la medianoche, nos traslada a Belén. Allí han acudido José y María para empadronarse según el edicto de Augusto. Mientras estaban allí, le llegó a María la hora del parto, dio a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre (Lc 2,1-7).
• “Lo envolvió en pañales”. Esa primera acción de María nos parece obvia. Es cierto que el evangelista no está interesado en dar otros detalles que vendrían a satisfacer nuestra curiosidad. Pero, sin duda, trata de subrayar la humanidad de ese hijo, cuya naturaleza divina había sido anunciada por un ángel.
• “Lo acostó en un pesebre”. Ese detalle que anota el evangelista nos da cuenta de la pobreza de esa familia, descendiente del linaje del rey David. El hijo de María encuentra su lugar de acogida y de descanso en un establo de animales. El que ha de proclamar dichosos a los pobres de espíritu ha sido un pobre de nacimiento.
La posada
El evangelio anota que José y María no tenían lugar en la posada, tal vez un “khan” de aquellos en los que descansaban las personas y los animales de las caravanas.
• Con todo, la piedad cristiana ha recordado siempre ese detalle para reflexionar sobre la marginalidad a la que se vio expuesto el Señor desde el primer momento de su vida. Es un particular que no puede ser ignorado.
• En nuestros tiempos son muchas las personas que no encuentran un sitio de acogida en los lugares a los que han sido empujados por sus necesidades económicas o por la persecución política.
• Por otra parte, cada uno de los seguidores de Jesús ha de preguntarse si en su vida, en su mente y en su corazón hay un espacio para acoger y hospedar al Señor que ha querido compartir nuestra suerte.
Señor Jesús, nosotros te reconoceos como nuestro Salvador. Y queremos reconocerte también en todos los que no encuentran acogida en las estructuras de nuestra sociedad. Amén.