Dónde estamos (I)
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Seguro que muchos han leído en estas semanas artículos en torno a la cuestión que Ricardo Calleja tituló acertadamente como "Ubi sunt?". Un interesante debate sobre el papel de los cristianos en nuestra sociedad, especialmente en relación con la intelectualidad y la universidad. En el fondo detrás de este debate se esconde una pregunta que debería escocernos a todos, ¿Dónde estamos los cristianos para que nuestra presencia en la sociedad sea tan invisible? Y no se trata de números o de buscar formas de presión social. Se trata de presencias significativas, conforme a cada vocación específica.
Con esta pregunta en la cabeza y viendo un poco el panorama eclesial, se me ocurren cuatro "espacios" en los que estamos y tal vez no deberíamos estar, o estar de otra manera. Y otros cuatro donde deberíamos estar o estar mejor. Empiezo esta semana, con los cuatro en los que debemos replantearnos gastar fuerzas y efectivos.
Muchas veces nos encontramos a los cristianos etiquetando, especialmente dividiendo en tribus y sensibilidades el común de mortales que formamos la Iglesia. Si leen uno u otro medio, si vienen de esto o aquel movimiento, si rezan de esta o aquella manera, si usa o no clériman, si prefiere esta forma o aquella. Y estas etiquetas no son inocuas, nos dividen y fraccionan, debilitan la fuerza de nuestro mensaje, y nos llevan a otro no lugar: las batallas.
No es difícil encontrar demasiadas fuerzas creyentes puestas en la vieja lucha maniquea: buenos y malos, progres y carcas, de un papa o del otro, de reino o de ritos? Es preocupante la cantidad de tiempo y recursos dedicados seccionar la comunión de la Iglesia, con más interés en la "pureza" que en la fidelidad a la misión. Porque al final hay el mismo puritanismo excluyente en el que todo lo ve como falta de ortodoxia como en el que todo lo ve como afecto desordenado a la ortodoxia.
Y es que detrás de estas batallas hay una ideologización preocupante, tanto si el sesgo ideológico es de carácter político-civil, como si es de tipo eclesial. El cristianismo no es una ideología, no se pliega a ninguna ideología y no se defiende como una ideología. Adherir la fe a la disputa ideológica oculta el mensaje cristiano, la renovación que la semilla del reino debería dejar en la sociedad.
Si buena parte de las fuerzas "vivas" de nuestra Iglesia se quedan en disputas ad intra, otra buena parte de nuestros recursos personales y materiales se nos escapa en intentar tapar a la vez todas las grietas de una infraestructura que quizás ya no se nos ajusta del todo. Nada más lejos de mi intención hacer una exaltación adanista que consideré prescindible todo nuestro legado. (En este artículo de 2019 lo explico con más detalle) Sino una llamada a discernir en donde son más necesarios nuestros esfuerzos reparadores.
Si dejamos de estar en estas luchas y grietas tal vez podemos trasladar nuestras fuerzas a los "espacios" que demandan con urgencia la luz de Cristo: la propuesta, la esperanza, la comunión y la realidad. Por no alargarme más, lo explicaré en la próxima entrada.
Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora