Llamados a la comunión
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En estos tiempos de aislamiento social puede parecer extraño pensar que estamos llamados a la comunión ¿Llamados a la comunión sacramental ahora que las celebraciones son sin fieles (que no privadas)? ¿Llamados a la comunión social cuando nos piden que nos quedemos en casa?
Pues creo que sí, que por ambas razones estamos llamados a profundizar en el sentido de la comunión. No podemos negar que la imposibilidad, para la mayoría de los católicos españoles, de recibir la comunión sacramental es una triste noticia, pero debemos ver en ella una oportunidad para profundizar en su sentido. No podemos caer en aquello que cantaba Sabina de que al amor lo apagan los años, en nuestro caso los días. La espera, el anhelo, el deseo de lo inaccesible ha incendiado siempre las grandes historias de amor.
Y es que la comunión eucarística es más que un encuentro individual con el Señor, es recibir el cuerpo sacramental de Cristo para ser también su cuerpo eclesial. Por eso, además de a la comunión espiritual, esta espera nos invita a tomarnos más en serio la segunda dimensión de la comunión, la de ser Iglesia, cuerpo vivo de Cristo.
No necesitamos investigar demasiado para ver la necesidad de unión en nuestro mundo: crispación política, tensiones territoriales, desigualdades económicas, crisis de la familia, individualismo? síntomas todos de una sociedad que ha olvidado hablar desde el nosotros, que no recuerda el bien común y que ya no es capaz ni tan siquiera de ponerse de acuerdo para afrontar esta crisis sanitaria.
¿Y la Iglesia? ¿Somos realmente modelo y ejemplo de unidad? ¿Más aún, de comunión? Debemos serlo, pero nos sigue costando muchísimo, los mismos que nos entristecemos por no poder acceder a la comunión sacramental olvidamos muchas veces contribuir a la comunión de la Iglesia.
Me pregunto, y quizás esté equivocado. ¿No estamos a veces compitiendo entre proyectos y carismas? ¿No nos resulta casi imposible coordinarnos para una acción común? ¿No hemos abandonado todo intento de unir fuerzas? Y esto nos cuesta a todos, al primero a quien escribe. Por eso, ahora que tenemos tiempo para pensar, renovemos en el silencio de la oración esa llamada a la comunión, a unir fuerzas para construir el reino, a ser uno: sin mezcla ni confusión, pero sin división ni separación.
Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora