La misión en la cruz
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La pandemia, que parece inundar todo cuanto nos rodea, nos obliga a preguntarnos una y otra vez ¿Dónde debemos estar? ¿Cuál es nuestro lugar como Iglesia? ¿A qué prioridades debemos responder? Si usamos el lenguaje del Papa Francisco ¿A qué periferias debemos salir hoy?
Nuestras circunstancias han cambiado. Vivimos bajo la tentación de creer que la realidad de la pandemia es un mal sueño del que despertaremos como si no hubiese ocurrido. Pero la COVID19 es nuestra historia, con toda la carga dramática que lleva consigo. Por eso debemos plantearnos cuál es la concreción de nuestra misión como seguidores de Jesús hoy. Quizás obviamos demasiadas veces dónde debemos estar en cada momento.
Y es que en no pocas ocasiones podemos confundir "nuestra" misión con la Misión. La misión nos suena a ilusión, a proactividad, a futuro, a anuncio. Nos suena porque eso es misión, pero no solo es eso. La misión ante todo es una invitación de Jesús a participar de su misión (la Misión). Una misión que se enmarca en esas coordenadas ilusionantes, pero que debe encarnarse en las realidades de nuestro tiempo, muchas de ellas poco favorables.
Hoy, como siempre, estamos invitados a mirar a María como modelo de la Iglesia, María que permaneció al pie de la cruz. No cabe duda que esa es hoy una misión apremiante, estar al pie de las cruces que se levantan cada día en nuestros pueblos y ciudades: camas de hospital, habitaciones de residencias, colas del INEM, neveras vacías, tumbas abiertas. En esas cruces agonizan cada día muchos pequeños: ancianos, familias, enfermos, jóvenes desesperanzados.
Junto a la cruz de los hombres y mujeres del siglo XXI estaba la Iglesia. Ojalá este fuese el recuerdo que quedase grabado de nuestra acción durante la pandemia. La Iglesia, plural y comprometida, que todos estamos llamados a hacer visible desde nuestra vocación. Una Iglesia sin miedo a cambiar de planes y proyectos para estar en pie junto a la cruz, para acompañar el sufrimiento y el llanto de muchos.
Estar hoy junto a la cruz supone salir de la tentación de lo eficiente, de lo útil, de lo atractivo. La cruz sigue siendo hoy un lugar lejano, solitario, rechazado y ahí no podemos faltar. No podemos relativizar tantos calvarios contemporáneos, y quizás uno de los que podemos perder de vista son los campos de cruces que son los cementerios.
El cementerio es hoy un lugar en el que esconder la muerte que nos rodea. Espacios apartados de nuestras poblaciones, ocultos tras altos muros para no ver las tumbas, gestionados con frialdad burocrática. Sin embargo, ahí sigue abriéndose la gran herida del hombre, la distancia punzante entre los vivos y los muertos. Y en los cementerios también debe estar la Iglesia, aunque tal vez parezca un trámite final tras la celebración de las exequias. El último haz de luz, ahogándose al correr una lápida, es la dramática constatación de la muerte del familiar querido. Una oscuridad que puede asolar hasta el corazón más creyente, y ahí estamos llamados a hacer visible la esperanza de María, llamados a ser Iglesia.
Estar junto a la cruz puede no ser útil, puede parecer una pérdida de tiempo, puede romper nuestros planes y programas, pero es nuestra misión.
Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora