El riesgo de ser prescindibles

El riesgo de ser prescindibles

Javier Prieto

Publicado el - Actualizado

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Estas últimas semanas vivimos con preocupación el recrudecimiento de la pandemia y nos vemos obligados a asumir de nuevo medidas más restrictivas. En las próximas semanas y meses se tomarán medidas, muchas afectarán a nuestra vida religiosa, y no podemos ser indiferentes a ello. Esto nos obliga a tomarnos muy en serio las circunstancias sanitarias y las repercusiones sociales que traen consigo. No podemos negar que las medidas higiénico-sanitarias son necesarias y fundamentales, pero eso no nos puede cerrar los ojos ante decisiones desproporcionadas que debemos valorar y contrastar. La primera ola de la pandemia nos obligó a tomar medidas drásticas, casi sin tiempo para discernir. Ahora han pasado los meses y eso debería traducirse en alternativas menos lesivas.

Por todo ello, las medidas tomadas por la Junta de Castilla y León para las ciudades de Salamanca y Valladolid sientan un peligroso precedente. Ambas diócesis han manifestado su malestar en sendos comunicados, que merece la pena leer: Salamanca y Valladolid. Para quien no conozca la medida, entre las restricciones más duras están la reducción de aforo en entierros y velatorios (10 o 15 en función de si es al aire libre o en espacio cerrado) y la limitación a 25 personas para la asistencia a actos de culto (50 si se celebran en el exterior), con independencia de las dimensiones del espacio de culto.

La pregunta entonces es ¿por qué se aplican medidas tan fuertes a los actos de culto? Si evitamos la tentación de las teorías de la conspiración creo que la respuesta apunta a un peligro mayor: son consideradas actividades prescindibles. Ante la necesidad de reducir las concentraciones de gente, las medidas se centran en evitar aquello que se considera prescindible: actos religiosos, actos culturales, entierros, velatorios. El ser humano pragmático del siglo XXI parece que puede vivir renunciando a este tipo de actos, pero no sin poder ir a una terraza.

Este es el punto más grave y el que debería hacernos reflexionar ¿Es prescindible la vida religiosa pública? ¿Podemos renunciar a las celebraciones sin que nuestra vida de fe se resienta? ¿Los ritos funerarios son un lujo que hoy no nos podemos permitir? Debemos estar convencidos que la respuesta es no, que habrá que tomar medidas, que habrá que ser escrupulosamente prudentes, pero necesitamos vivir nuestra vida religiosa.

Por tanto, la restricción de los actos de culto o de los rituales funerarios no puede hacerse de forma desproporcionada. No se trata de algo prescindible que puede reducirse sin que suponga una merma de derechos fundamentales. Una comprensión integral del ser humano requiere asumir su dimensión espiritual, en la que es fundamental la expresión de su vida de fe con actos y ritos. Si de verdad nos creemos esto, si nuestra fe no es un complemento para días de fiesta, debemos promover, defender y argumentar que lo religioso no es prescindible. Nuestros ritos son fundamentales para nuestra vida, y por tanto merecen al menos el mismo tratamiento que otras realidades fundamentales como el trabajo, la educación, la familia o el ocio.

El silencio bienintencionado de muchos católicos, que han vivido con esfuerzo y dificultad la limitación de los actos de culto durante el Estado de Alarma, no puede usarse como justificación para medidas restrictivas. La Iglesia y la Administración deben garantizar la posibilidad de celebrar actos de culto de forma segura. Ese debe ser el objetivo y el marco de trabajo. Es nuestra responsabilidad demostrar que la expresión de la fe no es un lujo prescindible, sino una necesidad humana que un Estado de Derecho debe ser capaz de garantizar.

Javier Prieto

Seminarista de la Diócesis de Zamora

@Javi_PrietoP

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