El sentido de la vida no puede olvidarse

El sentido de la vida no puede olvidarse

Javier Prieto

Publicado el - Actualizado

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La red social Twitter es un gran contenedor en el que sabiendo buscar pueden hallarse cosas muy interesantes. En esa categoría valiosa deberíamos situar el debate suscitado por Pedro Herrero (@aparachiqui), responsable del Podcast Extremo Centro, sobre la teleología de nuestra vida, el para qué de nuestra biografía personal y la necesidad de devolver al debate público las propuestas de "vida buena".

Más allá de la polémica suscitada entre algunos tuiteros, la propuesta de Herrero, ampliada por el profesor Miguel Ángel Quintana Paz (@QuintanaPaz) en The Objective, pone sobre la mesa algo fundamental, la vida tiene un sentido y está en nuestras manos descubrirlo y alcanzarlo. Se trata de atrevernos con algunas preguntas incómodas ¿para qué vivo? ¿a dónde me conducen mis decisiones? ¿para qué trabajo? ¿tiene un sentido mi vida?

Seguramente en el plano teórico todos tenemos claro el valor de la pregunta sobre el sentido de nuestra vida, una pregunta además de raíz profundamente cristiana. No olvidemos que si algo caracteriza la vida de Jesús es precisamente el ser para, la proexistencia. Sin embargo, mientras que en Jesús el sentido de su vida se concreta hasta el último extremo, en nuestros discursos el para qué se queda muchas veces en un eslogan más naif que realista.

Es ahí donde he encontrado la gran aportación de Herrero, su radical realismo ¿para qué trabajamos? ¿se puede ser feliz sin un proyecto personal serio? ¿es igual de saludable vivir por el éxito que para el cuidado? ¿Es lo mismo vivir para uno mismo que vivir para otros? Preguntas que llevamos dentro y que sin embargo hemos retirado de la esfera pública.

Hemos aceptado como objetivos principales de la vida lograr una carrera de éxito, alcanzar un determinado cliché social, cumplir un anhelado paradigma de moda. Elementos que pueden tener su valor en un momento concreto, o no, pero que no responden a la búsqueda de sentido. Frente a ello, ¿Para qué estudias, trabajas o te cuidas? ¿Hay un para quién? ¿Cuál es el lugar de la felicidad? ¿Qué sentido tiene tu vida?

Hablar de teleología, de sentido, de un fin en la vida, puede parecernos algo teórico, pero sin ese sentido la vida se encamina hacia un foso nihilista en el que los días se suceden sin horizonte. Si abrimos los ojos descubriremos a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, tirando la toalla por no saber hacia dónde va su vida. Generaciones que logran los ítems sociales que les prometieron la plenitud de su carrera y que poco tienen de plenitud personal: éxito, belleza, dinero, bienes.

Por eso como Iglesia tenemos mucho que aportar en este campo, proponiendo con valentía modelos de vida buena, de vidas que merecen la pena. Quizás si abrimos los ojos al debate social descubramos que nuestra sociedad está muy necesitada de redescubrir el sentido de una vida hilvanada en la familia, el cuidado, la entrega, el amor. Bienes universales en los que la vida encuentra su sentido, descubriendo que estamos llamados a la Vida.

Javier Prieto

Seminarista de la Diócesis de Zamora

@Javi_PrietoP

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