Sois el abrazo de la Iglesia
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Una de las consecuencias más dramáticas de la pandemia es la reducción a la mínima expresión de las exequias. Los entierros se realizan de una forma tan aséptica, que pierden casi todo su significado. Sin tiempo, sin presencia, sin abrazos, casi sin el más necesario adiós. La muerte tiene sus ritos y son el primer paso para poder integrarla en la vida. La renuncia es un coste necesario, pero no es un coste precisamente barato. Por eso es tan necesario cuidar la última de las obras de misericordia corporales: enterrar a los muertos.
Dos amigos diáconos, Juanjo y Dani, me hablaban estos días sobre la necesidad de estar en los cementerios y el agradecimiento que expresan las familias. La presencia cercana de un ministro en estas despidas encapsuladas es una urgencia humana. La crisis del COVID se lucha en muchos frentes, pero en los cementerios ya no hay lucha posible. Cuando ni siquiera hay espacio al abrazo, la presencia no puede ser excusable. No se puede hacer más que estar, pero tampoco menos.
Alguno podrá pensar que el sacerdote ahí no hace más que su "trabajo". O que es una función meramente ritual. O incluso que en estos tiempos podría reducirse a una mínima oración. No, nada de eso es cierto. La presencia del ministro es fundamental, con él se hace presente la Iglesia. En estos entierros minimizados el ministro es quien lleva el consuelo de la Iglesia a esa familia rota.
Por eso no hay excusas, ni criterios, ni calendarios, ni costumbres, ni protocolos pasados. Hoy hay que estar ahí. Se mueren nuestros hermanos de comunidad, y la comunidad tiene que estar con ellos, y lo está en la persona del ministro al pie del sepulcro.
El sacerdote en el entierro es la familia que no ha podido ir. Las lágrimas de quien llora desde su hogar. El pésame comunitario que acompañaría a la familia. Las condolencias que no pueden enviarse ni como corona de flores. El ministro es, en definitiva, el abrazo de la Iglesia a la familia, y ese abrazo no se puede perder. Gracias a todos los que estáis siendo ese abrazo que nosotros no podemos dar.
Javier Prieto
Seminarista de la Diócesis de Zamora