Beata Francisca de la Encarnación (María Francisca Espejo Martos)

Beata Francisca de la Encarnación (María Francisca Espejo Martos)

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Beata Francisca de la Encarnación (María Francisca Espejo Martos)

Nació en Martos (Jaén) en 1873. Huérfana de madre, entró muy pequeña en el convento de monjas trinitarias de su ciudad natal, donde pasó toda su vida como una humilde, trabajadora y fervorosa religiosa de clausura, prácticamente desconocida para la mayoría de sus conciudadanos. Sufrió el martirio en Casillas de Martos (Jaén) el 13 de enero de 1937. Es la primera religiosa trinitaria que sube a los altares en la historia de nuestra familia religiosa.

Su fiesta se celebra el 13 de enero.

Vida

(1873-1937). María Francisca Espejo Martos nació en la ciudad de Martos (Jaén). Muy pronto queda huérfana de madre; María Francisca fue admitida como educanda en el convento de las trinitarias, Francisca va descubriendo la vocación trinitaria. En 1893 vistió el hábito, y en 1894 emitió los votos solemnes. Tomó el nombre de sor Francisca de la Encarnación.

Sor Encarnación era una religiosa tranquila y dedicada completamente al cumplimiento de sus deberes religiosos, a los trabajos comunitarios.

Su vida fue la de una mujer oculta la mayor parte de sus años entre los muros del convento trinitario, dedicada a la oración, al trabajo, a la penitencia. Sus oficios fueron los de enfermera, sacristana, portera y tornera, ejercidos con su característica sencillez, espíritu de servicio y obediencia. Padeció mucho con el reúma, sufriendo en una ocasión un ataque que la dejó paralizada durante varios meses, prueba que sobrellevó con paciencia admirable. Sor Encarnación fue de carácter retraído, introvertido, muy tímida y asustadiza.

Durante toda su vida religiosa estuvo cuidando a su tía Rosario, también religiosa, y de agrio carácter.

El 21 de julio de 1936, a las diez de la mañana, se presentaron en el convento los milicianos, con orden de desalojarlo y apoderarse de sus instalaciones. Sor Francisca, con su tía, sor Rosario, y una tercera religiosa, sor Dolores, se fueron a refugiar a casa de Ramón, hermano de sor Francisca. Les dieron como aposento una habitación grande en la planta alta de la casa.

Quedaron tía y sobrina. Vestían de negro, con un pañuelo oscuro en la cabeza, sin salir de casa para nada. En su habitación seguían la vida regular propia del convento, con los mismos horarios de oraciones y labores.

Un frío 12 de enero de 1937, se presentaron en el domicilio familiar unos milicianos, diciendo que querían llevarse a las monjas. Sin permitirles llevar nada consigo, sacaron a sor Francisca y a su anciana tía, sor Rosario, de su casa. El día anterior, 11 de enero, la aviación franquista había bombardeado la zona; como represalia, los milicianos decidieron vengarse, fusilando a cincuenta personas, señaladas por sus ideas políticas de derechas o por su carácter religioso. Especialmente, señalaron a las superioras de las tres comunidades religiosas femeninas de Martos; nadie sabe por qué, pero creyeron que sor Francisca era la priora.

Madre Francisca de la Encarnación fue encerrada en los calabozos del Ayuntamiento, linderos con su convento. Allí coincidió con la superiora del colegio de la Divina Pastora, y con sor María de los Ángeles, religiosa trinitaria, que sobrevivió a los hechos. Aquella noche del 12 al 13 de enero de 1937, sacaron en camiones a los cincuenta presos. Todos varones, menos tres religiosas: sor Francisca, la beata sor Victoria Valverde (superiora de las religiosas de la Divina Pastora) y madre Isabel, abadesa de las clarisas. Los llevaron a la aldea de Casillas de Martos, y en su cementerio fueron fusilando a los presos. De las tres monjas, a dos las llevaron a las verjas del cementerio, tratando de abusar de ellas; éstas se resistieron, abrazándose a las verjas, y allí mismo fueron fusiladas.

A Sor Francisca, se la llevó un miliciano a una hondonada cercana, para abusar de ella, sin lograrlo, porque ésta se resistió con todas las fuerzas, provocando la ira del agresor, quien la mató a fuerza de golpes en la cabeza, con la culata del fusil, como luego se pudo comprobar al exhumar el cadáver. Una vez muerta, la llevó arrastrando hasta echarla a una de las tres fosas que habían cavado en el cementerio, en que yacían ya los hombres recién fusilados. La cruda narración de los hechos proviene de un testigo directo.

Fray José Borja.