Cardenal Loris Francesco Capovilla, 100 años de fidelidad
Madrid - Publicado el - Actualizado
7 min lectura
Cardenal Loris Francesco Capovilla, 100 años de fidelidad. Este miércoles 14 de octubre cumple 100 Loris Capovilla, que fuera secretario personal del Papa Juan XXIII, y que fue creado cardenal por Francisco en febrero de 2014.
Es un artículo del agustino Luis Marín de San Martín, especialista en san Juan XXIII.
"Pocos son los que llegan a la senectud, si esto no sucediera se viviría con más prudencia, pues el buen juicio, la razón y el consejo están en los ancianos".
(Cicerón, Sobre la vejez).
Los que tenemos la fortuna de conocer al cardenal Capovilla y nos honramos con su amistad sabemos lo acertado que resulta el pensamiento de Cicerón aplicado a este testigo de toda una época que ahora cumple la venerable edad de 100 años. Custodio de la memoria histórica y espiritual del papa san Juan XXIII (fue su secretario particular, su albacea testamentario y el guardián de su archivo), el cardenal Capovilla une a su formidable experiencia, una sencillez poco común, una penetrante agudeza de pensamiento y una gran afabilidad de trato.
Lo conocí hace ya bastantes años, con motivo de la redacción de mi tesis doctoral sobre la eclesiología de Juan XXIII, que tuvo a bien prologarme. Me he encontrado con él en varias ocasiones y hemos intercambiado correspondencia y escritos: siempre amabilísimo, cercano y generoso. Guardo como un tesoro el ejemplar del Quijote perteneciente a monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, adquirido cuando era nuncio en París, con su firma autógrafa, que me fue donado por monseñor Capovilla y que conservo como preciada reliquia.
Loris Francesco Capovilla es menudo y vivaz. Algo encorvado de espaldas; ojos de mirada serena, tras las grandes gafas; orejas despegadas; pelo gris muy corto; sus manos suben y bajan mientras habla en un tono fuerte, con voz perfectamente modulada. Sentado en el sillón de su cuarto de estar o en la butaca frente a la mesa, desarrolla una conversación rica, profunda, con frecuencia divertida, salpicada de anécdotas y vivencias, muy didáctica. Te hace sentir único, envolviéndote en su tertulia fascinante. A veces te toma de la mano mientras habla. Como rasgos sobresalientes: el inmenso amor a la Iglesia, el impenitente optimismo al considerar los tiempos presentes, la profundidad del pensamiento y la admiración por Juan XXIII, con quien continúa un ininterrumpido coloquio espiritual, una conversación del alma.
Loris Capovilla nació en Pontelongo (Padua, Italia), el 14 de octubre de 1915. Hijo de Rodolfo Capovilla, empleado administrativo en la Sociedad Belga de Azúcares, y de Irma Letizia Callegaro. La temprana muerte del padre, en 1922, dejó en precaria situación a la familia (viuda y dos hijos: Loris y Lía), que en 1929, se estableció en Mestre. Loris sintió pronto la vocación sacerdotal e ingresó en el Seminario Patriarcal de Venecia, siendo ordenado sacerdote en la Basílica de la Salud el 23 de mayo de 1940, por el patriarca Adeodato Piazza. Como sacerdote ocupó diversos servicios pastorales y administrativos en la diócesis. Durante la Segunda Guerra Mundial prestó servicio en aviación como capellán militar de cadetes y pilotos en Parma (1942-1943) y, tras el armisticio del 8 de septiembre de 1943, colaboró con la resistencia partisana. Recibió la Cruz al mérito de guerra. Al finalizar la Guerra Mundial, junto a otras ocupaciones, dirigió el semanario diocesano La Voce di San Marco y colaboró en diversos periódicos y programas católicos de radio. Don Loris siempre tuvo muy a gala esta veta periodística.
Su vida cambió en 1953, cuando fue a París acompañando al vicario capitular de Venecia para entrevistarse con el arzobispo Angelo Giuseppe Roncalli, hasta entonces nuncio en Francia, que acababa de ser nombrado por el papa Pío XII cardenal y patriarca de Venecia. El cardenal le propuso asumir la tarea de secretario particular. Se inició así una estrecha colaboración entre ambos, que continuó cuando, en octubre de 1958, Roncalli resultó elegido papa con el nombre de Juan XXIII. Fue testigo de primera línea del pontificado joaneo y del proceso renovador iniciado en la Iglesia con la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II. Hombre de probada fidelidad, el mismo papa Juan lo designó albacea testamentario.
Pablo VI lo nombró perito conciliar (1963), arzobispo de Chieti-Vasto (1967) y, sucesivamente, arzobispo titular de Mesembria y prelado de Loreto (1971), donde permaneció hasta su jubilación, el 10 de diciembre de 1988. Desde entonces vive en Sotto il Monte, pueblo natal de Juan XXIII. El papa Francisco lo creó cardenal en su primer consistorio, el 22 de febrero de 2014, recibiendo el título presbiteral de Santa María in Trastevere.
Su lema episcopal es el mismo que el del papa Roncalli: Oboedientia et pax. Ha difundido incansablemente los escritos y el pensamiento de san Juan XXIII y es autor de numerosas publicaciones. Está en posesión de la Legión de Honor y del título de Justo entre las Naciones. Es doctor honoris causa por la Academia Rusa de las Ciencias y tiene la medalla de la Fundación Wallenberg.
Loris Capovilla se define "contubernale" del papa Juan. Es un término italiano cuyo significado él mismo explicó en un escrito del año 2000: "Contubernale es quien sirve en silencio, quien se dona gratuitamente a una causa. Es quien profesa la fe junto a su superior y con él cultiva la pietas. Con él reza, sufre, trabaja. Parte el pan cotidiano junto a él, incluso sin sentarse a su lado, porque lo come en una esquina de la cocina".
Su vida está unida a la de Juan XXIII, de quien sin duda es memoria viviente. En este sentido ama recordar las palabras que el santo papa le dirigió en su lecho de muerte: "Hemos trabajado juntos y hemos servido a la Iglesia, sin detenernos a recoger las piedras que, de una y otra parte, nos lanzaban. Y no las hemos vuelto a lanzar a ninguno. Tú has soportado mis defectos y yo los tuyos. Siempre seremos amigos. Tenemos muchos amigos y, ya verás, aún tendremos más. Te protegeré desde el cielo". El cardenal Capovilla, nervioso de carácter, es ordenado y preciso en el pensamiento y la palabra que, en ocasiones, puede parecer tajante. Aunque siempre está dulcificada por la exquisita cordialidad, la afectuosa cercanía. Es abierto y amigable. Habiéndome presentado sin avisar en su casa de Sotto il Monte, pedí a las religiosas que le atienden que le preguntaran si podía recibirme. "¡Súbito, súbito!", le oí exclamar desde la habitación vecina. Y, siempre, la conversación sin tiempo, el regalo de libros y recuerdos y la bendición. Últimamente es él quien pide la mía. Porque el cardenal Capovilla es un hombre humilde ("ciertamente -dice con sencillez- he entrado en una historia más grande que yo").
Siguen emocionándome las palabras que me escribió en una de sus cartas: "Llego con el corazón cargado de recuerdos y de esperanzas. Ahora leo poco y escribo menos. Estoy sereno. Creo. Rezo. Amo". Y, en una reciente publicación, al recordar sus años con el papa Juan XXIII y hacer memoria de la vida transcurrida, ha señalado con impresionante sinceridad: "No estoy satisfecho conmigo mismo y, con toda seguridad, tampoco lo estuvieron ni lo están muchos de los que cruzaron sus pasos con los míos. Extiendo la mano y pido la caridad como un mendigo y, a la espera de recibir el pan del perdón, recito el padrenuestro en el umbral de las casas, como hacían antiguamente los pobres? Mi hora no puede tardar? El ángel de la muerte está a mi lado desde siempre, y no es un esqueleto con la guadaña en la mano; es un rayo de luz que rasga las tinieblas. Me preparo para el juicio sin presunción ni temor".
La última vez que tuve la fortuna de visitarle en Sotto il Monte, me recibió afablemente, abriendo los brazos y diciéndome con una sonrisa: "Padre, suponía que la próxima vez que nos encontráramos iba a ser en el Paraíso". Querido y venerado don Loris: Ad multos annos!
Luis Marín de San Martín, OSA