Católicos y científicos: Malaspina, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Católicos y científicos: Malaspina, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

Alfonso V. Carrascosa

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Católicos y científicos: Malaspina, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC

La famosa Expedición Malaspina 2010 fue en realidad un importante proyecto de investigación científica en el que juegó y juega un papel destacado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), mayor organismo de investigación español de todos los tiempos, fundado por los católicos Ibáñez-Martín y Albareda.

La expedición valora, entre otras cosas, los efectos del cambio climático, y continúa permitiendo avanzar significativamente en el conocimiento del apasionante mundo de la microbiodiversidad marina. Alejandro Malaspina (1754 ? 1810), en honor de quien la actual expedición toma nombre, y que protagonizó a las órdenes de la corona la más importante expedición científica española de la era ilustrada. Alejandro Malaspina era católico y científico.

Por más que la leyenda laicista, con su dudosa memoria histórica, trate de ocultarlo, Malaspina era católico, y no sólo porque naciera en el seno de una familia católica y, por ello, fuera bautizado, etc., etc., etc., si no porque en su obra, al igual que en la de otros muchos destacados científicos, convivieron ciencia y religión, o razón y fé, de un modo no sólo pacífico, si no además productivo. Se trataba además de un extraordinario navegante.

Toda su formación académica la recibió en la Iglesia Católica, fundamentalmente en el colegio Clementino de Roma. Este colegio fue fundado por el Beato Gerardo, y pertenecía a los religiosos de la Congregación Somasca ?orden fundada por san Gerolamo Emiliani en 1528- que seguían la Regla de san Agustín. Su cometido fundamental era instruir a ignorantes y acoger a huérfanos. Su educación en dicha institución se realizó teniendo al padre Antonio Mª de Lugo, teólogo, como preceptor. Muchos de los textos científicos que estudió habían sido a su vez escritos por científicos creyentes católicos de la talla de Galileo, Leibnitz, Petau?Por ello no resulta chocante que desde joven tuviese conocimiento directo de algo que la Iglesia Católica sigue defendiendo, y que Benedicto XVI incluye en su magisterio, y que es la unidad del saber, y la complementación de lo que hoy conocemos como ciencia con la filosofía. Todo ello y con la misma inspiración religiosa fue fundamental en la puesta en marcha del CSIC.

Pero en el Colegio Clementino, además de conocimiento clásico, se introducía a los alumnos en la entonces denominada filosofía natural, que incluía la física, las ciencias naturales?en definitiva la actual ciencia experimental. Un auténtico privilegio del saber que la Iglesia Católica promovía.

Cuando Malaspina volvió de su viaje, informó del mismo a través de múltiples escritos. En ellos decía entre otras cosas? la inmensidad del espacio no debe ser confundida con la de Dios?expresando así su sobrecogimiento ante todo lo visto. Todo el enfoque de sus notas es una perfecta mezcla entre la constante observación de la naturaleza y el sentido último de todo en la Sabiduría de Dios. De particular interés resultan sus comentarios sobre la importancia de la religión en los territorios de América y Asia visitados?la predicación evangélica tenía el doble halago de la compasión y la dulzura? el eclesiástico?educado con una privación contínua de casi todas sus comodidades y expuesto a ver no legitimado lo que posee, no se ocupa si no de su bienestar y con poco vive contento?algo tan alejado de la visión que la leyenda negra da del papel de la Iglesia Católica en la función misionera. Continuaba diciendo sobre los clérigos que? pueden influir mucho en formar la sociedad? y calificaba a sus ideas de? sublimes, que solas nos hacen la religión al mismo tiempo necesaria y agradable.

Conocidas son sus disputas sobre la transmigración de las almas, algo que matizaba pero sin negar la existencia del alma inmortal ?como el científico Ramón y Cajal- que le llevó a ser acusado y a comparecer ante la Inquisición, resolviéndose el problema sin ni siquiera arresto o sanción, seguramente por su fé fácilmente demostrable y conocida. Manifestó asombro -como el mismo que expresara el también católico y científico Félix Rodríguez de la Fuente- al encontrarse en toda civilización indígena estudiada el fenómeno religioso. A todo ello sólo resta añadir que fue Caballero de la Orden de Malta, a la cual accedían sólo los que sus propios estatutos permitían, es decir, o bien profesos con votos religiosos de obediencia, castidad y pobreza; o bien quienes hubieren jurado tender a la perfección de la vida cristiana, y en todo caso conocidos católicos practicantes de la época con cierta relevancia social, como la tenía en lo científico y marinero Alejandro Malaspina.