El Concilio: Memoria y examen, artículo de José-Román Flecha Andrés en "Diario de Léon" (20-10- 2012)
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Hace unos días se han cumplido cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. Aquel acontecimiento ha sido evocado en muchas ocasiones por los papas posteriores. En la carta apostólica con la que convocaba el gran jubileo del año 2000, Juan Pablo II afirmaba que la apertura del Concilio al mundo "ha sido la respuesta evangélica a la reciente evolución del mundo con las desconcertantes experiencias del siglo XX, atormentado por una primera y una segunda guerra mundial, por la experiencia de los campos de concentración y por horrendas matanzas" (TMA 18). En el mismo documento Juan Pablo II ha trazado en pocas líneas un resumen de la actividad del Concilio. Según él, poniéndose en dócil escucha de la Palabra de Dios, la Iglesia confirmó la vocación universal a la santidad; dispuso la reforma de la liturgia, "fuente y culmen" de su vida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular, la colegialidad episcopal".
Juan Pablo II recordaba, además, que en ningún otro Concilio se habló con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a cabo su mandato misionero, de los medios de comunicación social" (TMA 19).
Ya en el primer año de su pontificado, Benedicto XVI afirmaba que no se debe interpretar el Concilio desde la perspectiva de la discontinuidad y la ruptura, sino desde el criterio de la reforma y la renovación de la misma Iglesia.
La Iglesia se mostró dispuesta a entablar un amplio y serio diálogo entre la razón y la fe. Ese diálogo sigue siendo importante y urgente. "Se debe desarrollar con gran apertura mental pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo con razón espera de nosotros precisamente en este momento".
Evidentemente, no es suficiente con volver la vista atrás. El Espíritu de Dios nos convoca a una nueva evangelización. Ello nos exige revisar nuestras actitudes, nuestras intenciones personales, pero también nuestros programas pastorales.
A los cincuenta años de la apertura del Concilio todos hemos de formularnos con honradez algunas preguntas. Los testigos del Concilio que todavía quedamos vivos ¿hemos transmitido con fidelidad y coherencia su mensaje? Los que no lo vivieron en persona ¿se han preocupado de conocer sus orientaciones y documentos? Y unos y otros ¿no habremos tratado de ajustar aquel vendaval del Espíritu a nuestros gustos personales o al estilo propio del grupo en el que nos situamos?
José-Román Flecha Andrés