Cuadros de espiritualidad, diciembre 2016, por la laica Araceli de Anca
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cuadros de espiritualidad, diciembre 2016, por la laica Araceli de Anca
Cristo nos redimió con cada acto de su vida y a través de su Iglesia Santa. Mas nuestra Salvación es causada por la potestad universal que ejerce el Señor después de su Ascensión a los Cielos.
Cuenta una leyenda que un reincidente pecador se puso delante de un Sagrario a pedir perdón a Jesús Sacramentado y que oyó la voz del Señor que le decía: estoy harto de tus continuas recaídas, no te perdono. Sucedió entonces que una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en sus brazos, ubicada en el centro del retablo, abandonando al Niño y yendo junto al pecador, se dirigió a Jesús y le dijo: No me moveré de aquí hasta que no le hayas perdonando; con lo que Jesús no tuvo más remedio que congraciarse con el pobre pecador.
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Y así es, Cristo, que nos redimió del pecado, quiso que encontráramos en la Iglesia las Fuentes de la Salvación -los Sacramentos anunciados ya por Isaías (cfr. 12, 3)-, y que la Virgen fuera nuestra Mediadora ante Él, de todas las Gracias.
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Que Jesucristo nos redimió, lo sabemos, mas ¿cuándo comenzará la Salvación para cada uno de nosotros, después de su Resurrección, después de su Ascensión?…, nos saca de esta duda el siguiente texto: "A la pregunta de qué añade la Ascensión a la Resurrección parece conveniente dar una respuesta más completa: la Ascensión no añade nada a la Resurrección con respecto a la glorificación de Cristo en sí misma, pero sí añade el ‘estar sentado a la derecha del Padre’. Esta expresión no sólo significa estar en el cielo, sino que incluye además el pleno ejercicio sobre toda la creación de su potestad universal de ‘Kirios’. Es precisamente ese ejercicio el que causa nuestra salvación"
(Ocáriz, Mateo Seco y Riestra. Misterio de Jesucristo, cap. V-4.b).
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Tal como en aquel tiempo de hambre que padeció el Pueblo de Israel, narrado en el Libro del Génesis, se decía a la gente: "…id a José" (Génesis 41, 55), ahora se nos dice que acudamos también en nuestros apuros a otro José, al esposo de la Virgen, Santo Patrono de la Iglesia y Maestro de vida interior.
Cuenta santa Teresa en el Libro de su Vida cómo acudió a san José para pedirle la curación de una enfermedad que sufría: "…y tomé por abogado y Señor al glorioso san José -escribe-, y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros Santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el Cielo hace cuánto le pide (…). Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino" (Vida de Santa Teresa de Jesús 6, 3).
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"La vocación de san José -hemos leído- se prolonga a través de los siglos, y su paternidad no alcanza sólo a Jesús sino a la misma Iglesia -Cuerpo Místico de Cristo-, que continúa su acción salvadora. Así lo reconoció el Papa Juan XXIII cuando incorporó su nombre en el Canon Romano y lo declaró Patrono universal de la Iglesia, recogiendo el sentir de toda la tradición" (Francisco Fernández Carvajal. Antología de Textos).
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Los privilegios que Dios otorga a san José, sin duda son mayores que los que en otro tiempo otorgó el rey de Egipto al otro José, el hijo de Jacob, porque su intercesión alcanza a la Iglesia universal.
"Le constituyó señor de su casa y príncipe de todo lo que poseía", leemos en el Salmo (Salmo 104, 21)
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"Gracias a ti, oh Dios, gracias a ti, verdadera y una Trinidad, una y suprema Divinidad, una y santa Unidad", reza una oración litúrgica
(Liturgia de las Horas. Solemnidad de la Santísima Trinidad. Vísperas).
Diremos que así como cuando se unen los polos opuestos de un circuito de corriente eléctrica, se produce una explosión de luz y calor…
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…así en la Familia divina de la Trinidad Beatísima, en el engendrar del eterno hoy del Padre al Hijo (cfr. Hebreos 1, 5), se produce una perpetua explosión de Amor de la que Procede el Espíritu Santo; por eso escribirá el apóstol Juan que "Dios es amor" (I Juan 4, 16): Amor es el Padre, Amor es el Hijo, Amor es el Espíritu Santo.
"No es soledad, es compañía -recita el Himno litúrgico-/es un hogar tu vida entera,/ es el amor que se desborda/ de un mar inmenso sin riberas.
Padre de todos, siempre joven,/ al Hijo amado eterno engendras,/ y el Santo Espíritu procede/ como el Amor que a los dos sella" (Himno de Laudes en la festividad de la Santísima Trinidad).
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¡Gracias, Dios mío!, porque ese fogonazo de Amor que con tanto calor y fuego llega a la tierra, provoca cuanto de bueno hay en ella; y ¡gracias te damos, Señor!, porque nuestros actos merecerán recompensa sobrenatural cuando sean hechos en el Amor y por el Amor divino que derramas en nuestros corazones (cfr. Romanos 5, 5).
Escribe san Atanasio, obispo: "El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, ‘que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo’, en cuanto Padre, principio y fuente; ‘lo penetra todo’, por su Palabra; ‘lo invade todo, en el Espíritu Santo" (Carta 1 a Serapión).
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Lo subjetivo de nuestros criterios pasa a ser criterio objetivo si lo conformamos según Dios, que es quien tiene en su Mano todos los datos.
¡No!, no somos ni tú ni yo, ni el albañil ni el soldado, los que debemos decidir, y menos rectificar los planes a seguir del arquitecto o la estrategia del capitán. Nuestros criterios personales no harán buenos o malos aquellos planes, sino la técnica arquitectónica o la táctica militar.
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Y en el plano divino, diremos que si únicamente Dios todo lo juzga con Sabiduría infinita y puede saber si nosotros caminamos en la verdad (cfr. III Juan, 3)…, a nosotros nos toca aprender a hacer el bien, que dice Isaías (cfr. 1, 17), porque entonces lo haremos no según nuestro criterio subjetivo, sino según la Verdad objetiva que solamente una conciencia bien formada puede reconocer.
Verdad que se encuentra en Cristo, porque Él es la Verdad (cfr. Juan 14, 6)…
…porque "Toda sabiduría viene de Dios", conforme leemos en la Escritura Santa (Eclesiástico 1, 1).
Que no es bueno lo que a nosotros nos parece bueno, sino lo que es según Dios, tal como lo expresa un Proverbio de Salomón: "Todos los caminos del hombre son puros a sus ojos, mas quien sondea los espíritus es el Señor" (Proverbios 16, 2).
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Si tú y yo conformamos nuestros criterios con los de Dios, haremos obras grandes, porque entonces los resultados de nuestras obras darán resultados divinos.
Así, la Virgen Santa María porque renunció a sus decisiones personales y siempre se fio de los quereres divinos, fue escogida por la Trinidad Santísima para ser la Madre de Dios y cooperar a la Obra de la Redención que nos trajo Jesucristo.
La respuesta de María al mensajero angélico fue clara: de ella ha escrito san Juan Pablo II: "‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’ (Lucas 1, 38). Nunca en la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de la criatura humana" (Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, nº I, 2).
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¡Gracias te damos, Señor! porque vivimos con la Esperanza de poder verte con la Luz de la Gloria.
Tenues son los rayos del sol que en el amanecer cubren de color el inmenso horizonte…
…mas, rojos de fuego, regalos de luz y calor, son los de un sol que se esconde en el ocaso, para mañana volver, otra vez, a caer explosivos sobre la tierra…
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No, no fue artificio, no fue ilusión, cuando recién creada la tierra ?en la que en ella todo "era confusión y caos, y la tiniebla cubría la faz del abismo" (Génesis 1, 2)-, una explosión de luz iluminó la tenebrosa oscuridad, pues sobre ella Dios, el Creador, dijo: "Haya luz, y hubo luz" (Génesis 1, 3).
Tampoco es artificio ni ilusión pensar que las acciones del que vive una vida limpia y noble y en unión con Dios, brillen con una especial luz, pues como explica san Josemaría Escrivá, "cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios (…). En la línea del horizonte (…), parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria" (Hom. Amar al mundo apasionadamente, nº 116).
Y verdadera explosión de Luz, sin duda, ¡inefable Luz!, se produce cuando en la Santa Misa Cristo baja al Altar del Sacrificio. Y explosión de Luz cuando entra en contacto con nuestros corazones en la Comunión Eucarística. Luz divina que en esta vida no podemos contemplar porque su esplendor cegaría nuestros ojos.
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Describe san Lucas que cuando en Belén, el Ángel del Señor anuncia a los pastores el Nacimiento del Mesías, "la gloria de Dios los rodeó de luz" (Lucas 2, 9): es la misma luz que verán quienes vayan a gozar para siempre de Dios en el Cielo.
"…en Ti, (Señor), está la fuente de la vida -dice el Salmista-, en tu luz veremos la luz" (Salmo 35, 10).
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No hacer de la misión de la Iglesia -explican los obispos europeos- una especie de organización internacional humanitaria al estilo de la Cruz Roja, porque eso sería hacerla víctima de una secularización interna (Año 1996).
Sin duda, el corazón de los cristianos debe volcarse en las asociaciones benéficas, en las obras de fraternidad, en las organizaciones no gubernamentales cristianas, en los bancos de alimentos… ¡fabuloso!, ¡estupendo!, y lo es porque además de ser necesario se cumple con el mandato del amor proclamado por Cristo en su Última Cena: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado"
(Juan 15, 12).
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Mas por loable que sean las tareas de solidaridad y servicio a los demás, esas no son "misión" de la Iglesia, pues la suya es la misma que la de Jesucristo: Evangelizar, difundir la Doctrina de la Buena nueva a lo largo y ancho del mundo y administrar los Sacramentos. Las palabras de Jesús a sus Apóstoles: "Como el Padre me envió así os envío yo" (Juan 20, 21), enlazan con las últimas que dijo en la tierra, momentos antes de su Ascensión al Cielo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mateo 28, 19).
Se explica entonces que cuando a Juan el Bautista le llegó la noticia de las obras de Cristo, y envió a preguntarle por medio de sus discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?… Jesús no dijo: los pobres son dados de comer o a los sin techo se les facilita una casa, sino que respondió: "Id y anunciad a Juan las cosas que habéis oído y visto: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan sanos y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se anuncia el evangelio" (Mateo 11, 3-5).
En adelante, la Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, su Fundador, administrará los medios de santificación, predicará la Fe, curará a los que pecaron, es decir, resucitará a los que murieron a la Gracia; y a los pobres, y pobres somos todos porque pobres somos en virtudes, les enseñará la Doctrina de Cristo y les impartirá los Sacramentos de la Nueva Ley, además de alentar, ¡cómo no!, las obras de fraternidad.
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En el Libro de las Actas se ve cómo ya desde el principio los Apóstoles deslindan del campo de la misión de la Iglesia la función benefactora con motivo de una queja de desatención en la asistencia diaria. "Los Doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: no es conveniente que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir las mesas. Escoged, hermanos, de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos para este servicio, mientras que nosotros nos dedicaremos asiduamente a la oración y al ministerio de la palabra" (Actas 6, 2-4).
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Por la Fe, por la Esperanza y por la Caridad, se produce el encuentro con Dios: es lo que alguien ha llamado "la teología de los encuentros con Dios".
En los tiempos del Antiguo Testamento el encuentro de Dios con el hombre tiene lugar en el diálogo; la Palabra divina se manifiesta diáfana a las personas que Dios escoge como Profetas.
Deliciosamente transcribe el escritor sagrado la invitación que el Señor hace a Samuel a seguirle como Profeta de Israel, y la respuesta que Elí le aconseja que dé al Señor: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (I Samuel 3, 10).
Y Samuel -continúa diciendo la Sagrada Escritura- "iba creciendo, y el Señor estaba con él, y no dejó caer en tierra ninguna de las palabras que iba pronunciando" (o. c. 3, 19).
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"…en la plenitud de los tiempos", la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnándose en el seno virginal de Santa María, viene al encuentro del hombre. "En diversos momentos ?leemos en la Carta a los Hebreos- y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también los siglos" (Hebreos 1, 1-2)…
…y Él, Jesucristo, Dios y Hombre, tendrá muchos encuentros con mucha gente en su paso por la tierra, como aquel que narra el evangelista san Lucas cuando saliendo al encuentro de los dos discípulos de Emaús, interesándose por lo que comentaban y discutían, les pregunta: "¿Qué conversación lleváis entre los dos mientras vais caminando y por qué estáis tristes? (…). Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se refería a él?" (Lucas 24, 13-27).
Es Jesucristo, ahora, Quien nos sale al encuentro en los Sacramentos, de los que dice san León Magno que "Lo que fue visible en nuestro Redentor pasó a los Sacramentos" (Sermón 2, sobre la Ascensión).
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Y hoy, ahora, en cada momento, nosotros, en el interior de nuestra alma, podemos tener tantos encuentros con Dios como rica sea nuestra vida de unión con el Espíritu de Cristo, pues Dios viene una y otra vez a estar con nosotros de muchas maneras, además de por su Palabra y por los Sacramentos.
"Hijos míos -nos dice san Josemaría Escrivá-, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres" (CONVERSACIONES… nº 113).
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"Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida", se lee en el Apocalipsis (2, 10).
El santo y seña "ora et labora", que lo fue de muchos cristianos, sigue de plena actualidad…
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…reza y trabaja, con calma pero sin pausa…, trabaja y reza…
…porque si te abandonas, "si dices basta, pereciste", en el decir de San Agustín.
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¡Ánimo!, ¡adelante!, nos alienta Isaías, porque "los que esperan en el Señor renuevan las fuerzas, remontan el vuelo como águilas, corren y no se fatigan, andan y no se cansan" (Isaías 40, 31).
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Señor, Dios mío, a tus Manos encomiendo lo pasado, lo presente y lo futuro: cuanto de bueno hice, te pido, Señor, que lo perfecciones y que me perdones lo que hice mal a tus Ojos.
Que la cruz es inseparable del hombre, lo comprobamos todos los días, pero que esa cruz sea la Santa Cruz, lo sabrá solamente quien tenga Visión sobrenatural.
Ahora bien, cuando esa cruz se manifiesta en el peligro que nos acecha, viéndolo como dibujado en el horizonte en forma de cruz, entonces será lógico huir, pues Jesucristo dejó dicho: "Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra" (Mateo 10, 23)…, y que en la huida debemos ayudarnos con los medios sobrenaturales de la oración, también lo escuchamos de Jesús, cuando nos invita a rogar para superar todo obstáculo (cfr. Mateo 24, 20).
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Mas cuando ya no sólo es el peligro el que nos acecha, sino que el sufrimiento nos envuelve plenamente viendo que nuestras manos están siendo como clavadas en la cruz, lo cristiano será entonces aceptarlo amorosamente, uniendo nuestra cruz a la Santa Cruz de Cristo, diciendo con Él: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22, 43).
Y pues sabemos que todo está gobernado por la Amorosa Providencia divina, porque dice Jesús, "hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mateo 10, 30)? la cruz aceptada llenará el alma de serenidad, echando fuera el temor a lo que nos pueda pasar.
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Pues bien, cuando clavados en la cruz Dios añada su aparente desamparo -¡la mayor desolación que un alma puede sentir!-, aún nos quedará el recurso de unir una amorosa queja a la de Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27, 46).
El Señor nos concederá entonces un esperanzado abandono, que, unido al suyo, hará que brote de nuestro corazón sentimientos y palabras como las que dijo antes de dar su último suspiro: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23, 46).
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Aceptar la vida sin quejas.
Lo leímos en su autobiografía: recomendaron a santa Teresita del Niño Jesús, en su preparación para la Primera Comunión, adornar en su corazón la Cuna del Niño Jesús con toda clase de flores: toda clase de virtudes para el gran día de su Venida.
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Pues así como las rosas, todas ellas, tienen aroma, color -¡belleza!-, mas también hojas y espinas…
…la vida lleva como las flores espinas (el esfuerzo, el dolor y el sacrificio del día a día y la heroicidad de las virtudes cristianas).
– y lleva hojarasca (las pérdidas de tiempo, las quejas inútiles por nuestra flojedad y las tristezas que paralizan…)
Tarea nuestra, eficaz, será entonces ¡ensalzar la belleza de una vida vivida con alegría! y limpiar la maleza ?faltas y pecados- que la estropea…
"Cantad alegres al Señor toda la tierra ?entona el salmista- servid con alegría, entrad en su presencia con júbilo" (Salmo 99, 1-2).
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Si toda espina acompaña a la rosa y toda rosa se ve rodeada de espinas…
…¡haremos de nuestra vida una rosa para Dios y le ofreceremos las espinas que nos pide el Cielo!:
"¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo! ?pide el Ángel a los videntes de Fátima- (…). De todo lo que pidierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores" (Segunda Aparición del Ángel).