Cuadros de espiritualidad, mes de febrero 2014, por la laica Araceli de Anca Abati

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Cuadros de espiritualidad, mes de febrero 2014, por la laica Araceli de Anca Abati

Estando en Cristo estaremos con el Padre Celestial, porque el Padre jamás deja de estar con Cristo (cfr. Juan 16, 32).

¡Ojalá que ni tú ni yo tengamos que entonar nunca cantos de soledad como éstos que dejo escritos Lope de Vega!: "A mis soledades voy, de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos"…

…ni nos tengamos que lamentar con el salmista:

"Me parezco a un búho del desierto,

soy como lechuza de las ruinas.

Me encuentro insomne y gimiendo;

estoy como pájaro solitario en el tejado" (Salmo 101, 7-8).

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Si somos cristianos, fieles cristianos, no deberemos quejarnos de soledad, ya que:

– caminamos con Jesús hacia la Casa del Padre;

– el Espíritu Santo habita en nosotros, siempre que estemos en Gracia santificante, convirtiéndose en nuestro "compañero" inseparable como lo fue de Jesús en expresión de san Basilio;

– vivimos cobijados bajo el manto de María y al amparo del Señor san José y custodiados por los Ángeles de la Guarda;

– además de que nuestra peregrinación al Cielo la hacemos acompañados del Pueblo de Dios.

Mas si por un momento nos parece que Dios nos deja solos, escuchemos lo que a todos nos dice el Señor, como le dijo a santa Teresa: "Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti"

(Poesías IV).

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Que no malgastemos con quejas de soledad ni tu vida ni la mía…, que la gastemos en la apasionante búsqueda de Cristo, el Amor de los amores, a Quien también busca la Esposa del Cantar de los Cantares.

"¿Hacia donde se dirigió tu amado,

y lo buscaremos contigo?

Mi amado bajó a su vergel,

a las eras de las balsameras,

a pastorear su ganado en los huertos

y a coger lirios.

Yo soy de mi amado y mi amado es mío:

el que apacienta entre los lirios"

(Cantar de los Cantares 5, 17 y 6, 1-2).

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La importancia de ser agradecidos.

De antiguo es el dicho, "es de bien nacidos ser agradecidos".

Y bien nacido fue aquel gitanillo que por un beso de cariño que alguien le dio, le dijo ser capaz de pagárselo bailando hasta dejarse los "higadi­llos".

"Bien nacido" no hace referencia al ilustre abolengo, sino a la nobleza de corazón, tanto si se nace entre encajes como si en cuna de escaso pelaje.

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Parafraseando a san Juan evangelista, podríamos decir que si no damos las gracias por los favores recibidos al prójimo a quien vemos, ¿cómo se las vamos a dar a Dios a Quien no vemos? (cfr. I Juan 4, 20).

Y si ser agradecidos es importante porque hace grata la vida a nuestros semejantes, ser agradecidos a Dios es de vital importancia.

A Dios le daremos gracias por habernos creado; por todo lo bueno, bello y noble que hay en el mundo; por aquello que nos gusta y también por lo que nos disgusta, porque todo puede transformarse, por el Amor, en materia redentora, purificadora y santificadora, capaz de merecer la Vida Eterna en el Cielo.

Y el motivo más sublime para dar gracias a Dios es su Plan de Salvación, por el que Cristo, muriendo y resucitando, nos trajo el Espíritu Santo, nos conquistó la Filiación divina y nos dio a su Madre como Madre nuestra.

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La Acción de Gracias a Dios es uno de los cuatro Fines de la Santa Misa, por tanto, por uno de los que Cristo murió y resucitó: Eucaristía significa Acción de Gracias. Y la palabra "gracias" se oye en los Prefacios de la Liturgia Eucarística: "Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor".

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En el Cielo veremos a Dios tal cual es (cfr. I Juan 3, 2).

Aunque en esta vida terrena, "vemos como en un espejo, oscuramente" (I Corintios 13, 12), después de la Venida de Cristo, por Él, que es la Luz del mundo, recibimos un mayor conocimiento de Dios, pues Cristo, "imagen del Dios invisible" (Colosenses 1, 15), nos lo ha dado a conocer (cfr. Juan 1, 18).

Y ahora, en nuestro tiempo, por las nuevas técnicas del siglo XX, ¡maravilloso descubrimiento!, podemos contemplar la fisonomía de Cristo en cuanto Hombre: la explosión de luz y la radiación que se produjo en el momento de su Resurrección dejó impresos sus rasgos en la Sábana Santa que se custodia en Turín (cfr. J0RGE LORING, S.I. LA AUTENTICIDAD DE LA SABANA SANTA DE TURIN. J.L. CARREÑO. LAS HUELLAS DE LA RESURRECCION).

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Sin embargo, más importante que conocer los rasgos del Señor, es saber que si somos fieles…

…llegaremos a ser conformes a la imagen de Cristo, Hijo de Dios (cfr. Romanos 8, 29), pues por el Bautismo fuimos incorporados a su Cuerpo Místico, Iglesia, Pueblo de Dios…

…y por la Sagrada Comunión, seremos consumados cada vez más estrechamente en Cristo.

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Y hasta el Fin del mundo, viviendo cada cual su historia de cercanía personal con Cristo, aunque no le veamos le tendremos siempre entre nosotros (cfr. Mateo 28, 20) hasta que llegue el tiempo definitivo, tan extenso que no acabará nunca, donde jamás nos separaremos de Él y para siempre le "veremos cara a cara" (I Corintios 13, 12).

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La gran dignidad que es para el discípulo de Cristo ser instrumento de Dios.

Que no, que no puede ser que un hombre sea esclavizado por otro hombre, utilizán­dolo como mercancía o como juguete de placer o diversión.

Que sí, que sí debemos servirnos los unos a los otros, como Cristo, que siendo Dios y Hombre, no vino a ser servido sino a servir, como dijo de Sí mismo (cfr. Marcos 10, 45).

Por lo que nos preguntamos: ¿Será entonces mucho que nosotros nos pongamos a disposición de Dios para servirle, honrarle y amarle, teniendo en cuenta que nuestra deuda con Él es por habernos redimido, nada menos que al precio de la Preciosísima Sangre de su Cristo? (cfr. I Pedro 1, 19).

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Es honra la que Dios nos hace cuando se sirve de nosotros: suerte que no nos dejará sin recompensa.

"Dios concede su benevolencia a los que le sirven por el hecho de servirle -escribe san Ireneo-, y a los que le siguen por el hecho de seguirle (…). Si Dios solicita el servicio de los hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el servicio divino" (TRATADO CONTRA LAS HEREJIAS, 4).

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Cuando Dios te escoja como instrumento para llevar a cabo obras de su Voluntad: ¡Cúmplela!

Cuando Dios te envíe -te utilice para Evangeliza­r-: ¡Déjate utilizar! "Id, pues -nos dirá Jesús-, y haced discípulos a todas las gentes (…), enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado" (Mateo 28, 19-20).

Y cuando Cristo se te acerque en la persona del necesitado, del pobre, como medio de suscitar la buena obra: ¡Socórrele!, pues cualquiera que dé de comer o de beber al necesitado o acoja al peregrino o ayude a sus hermanos más pequeños, a Él mismo le da de comer, le acoge o le ayuda (cfr. Mateo 25, 40).

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Indispensable es la petición humilde de perdón para restañar la ofensa.

Nos lo contaron. En cierta refriega, un hombre hirió a otro, y el muy desalmado agresor le abandonó dejando su cuerpo sangrando.

Pasado el tiempo, el agresor se arrepintió, pero como su amor propio no le permitía reconocer la ofensa, queriendo congraciarse con él le hacía regalos y le invitaba a fiestas. ¡Todo inútil! Este proceder irritaba al agredido. ¿Por qué?, porque el agresor debía haber curado primero la herida de la ofensa y después ya vendrían los regalos y las fiestas. Y es que él no sabía que la herida del corazón no se repara, no se cura, sino es por quien le hirió y con la petición de perdón.

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De la misma manera, la ofensa del pecado original de Adán y Eva al Amor divino y los posteriores pecados, debían ser reparados.

Mas, teniendo en cuenta que quien ofendió a Dios, Ser infinito, fue el hombre, criatura pobre y muy limitada, nunca habría podido restañar la herida, curarla por sí mismo, se hizo pues necesario que Jesucristo, Persona divina, enviado por el Padre, acudiera en su auxilio para conseguir el perdón.

Y así, porque Cristo es Dios y Hombre, de naturaleza divina y humana, pudo reparar nuestras ofensas.

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Jesucristo nos redimió, pues "por causa de nuestras iniquidades -leemos en el Libro del profeta Isaías- fue él llagado, y despedazado por nuestras maldades: el castigo que de que debía nacer nuestra paz con Dios, descargó sobre él, y con sus cardenales fuimos nosotros curados (…), a él sólo le ha cargado el Señor sobre las espaldas la iniquidad de todos nosotros" (Isaías 53, 5-6).

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El Espíritu Santo santificará al cristiano cuando viva por Cristo, con Él y en Él.

Lo dicen los científicos. Tiempo atrás se creía que el átomo era el componente más pequeño de la materia. Recientemente se ha descubierto el quark, constituyente básico de las partículas elementales llamadas hadrones: es el mundo del microcosmos. Por contraste, existe el mundo del macrocosmos, del que no hace mucho se han descubierto nuevas galaxias.

¡Y cuánto más no se descubrirá! ¡Cuánto más no habrá oculto que desconocemos!

¡Maravilloso!: tú y yo vivimos adentrados en el mundo del macrocosmos, y… adentrado en nosotros, dentro de ti y de mí, todo un mundo del microcosmos.

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De modo semejante, dentro del alma se desarrolla un mundo sobrenatural, interior, riquísimo, de inmensa profundidad, altura y extensión, de Gracia santificante: mundo sobrenatural accionado con la fuerza divina del Espíritu Santo que nos lleva, por Cristo, con Él y en Él, a adentrarnos en la misma Infinitud de la Trinidad Santísima.

Mas esto supone que previamente cada uno de nosotros se haya adentrado en la Iglesia ?"macrocosmos sobrenatural"-, condición para que Dios Espíritu Santo, Alma de la Iglesia-Pueblo de Dios, se adentre en nuestro corazón y le vivifique con su Gracia divina, pues, como dice el Concilio Vaticano II, "En todo tiempo y en toda nación son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia. Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en verdad y le sirviera santamente" (Const. Lumen gentium, nº 9).

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Para vitalizar el "ecosistema sobrenatural"…, para fortalecer más y más la Iglesia -Cuerpo Místico de Cristo-, los hijos de la Iglesia han de trabajar por la unión de los cristianos.

Reza Jesús al Padre: "Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado (…). Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí" (Juan 17, 21-23).

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Si yo quiero lo que Dios quiere, a pesar de mi torpeza e imperfección, eso saldrá adelante.

Sabiendo que Dios hizo todo de la nada, preguntamos: ¿Se desarrolló toda la Creación a partir de una primera explosión o creó Dios cada cosa en particular?… ¡Tanto da!, sea como sea, ¡Dios creó de la nada! (cfr. II Macabeos 7, 28).

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Después, a lo largo de los siglos, la Providencia divina se servirá de personas, animales, cosas o circunstancias ?causas segundas- para llevar a cabo la obra de su Voluntad.

Así, para llevar a cabo disposiciones suyas, Dios, que se sirvió ocasionalmente de la parlanchina burra de Balaam (cfr. Números 22, 28-35), se servirá de los grandes cerebros de san Agustín y santo Tomás, así como del buen hacer del sencillo cristiano.

Después, si actuamos con fidelidad, la Obra que Dios se propone saldrá adelante, pues Él dice: "Cuando yo obro, ¿quien puede impedirlo?" (Isaías 43, 13).

Mas si nuestra libertad se decantara por la infidelidad, oiríamos otra vez el lamento del Señor a santa Teresa: "Yo quise, Teresa, pero los hombres no quisieron".

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Y si queremos hacer eso que Dios quiere…, que no nos paralice el miedo a hacer con imperfección la obra que Dios nos pide… ¡Que jamás dejemos de actuar!, porque a pesar de nuestras limitaciones, imperfecciones, si confiamos en Dios le daremos Gloria porque en esa confianza proclamamos su Grandeza.

"El Señor acabará por mí su obra" -nos dice el salmista- (Salmo 137, 8). Obras de Dios, de las que Él nos asegura: "Como lo dije, lo hago suceder; como lo imaginé, lo realizo" (Isaías 46, 11).

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"Corre en pos de Dios, nos urge san Juan Crisóstomo, que por cosas pequeñas te da otras que son grandes" (Hom. Sobre S. Mateo 7, 6).

¡Sí!, ¡es cierto! Si los búcaros con flores, las cortinas que visten las ventanas, las obras de arte que adornan los muros y rincones… suman valor material a la estancia, entonces digo yo que ¡cuánto valor añadido no sumarán a esa estancia las ilusiones, las alegrías y las penas y las esperanzas cumplidas… vividas entre sus paredes!

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Pues si a esos sumandos añadimos, además, los de orden sobrenatural: la vida ofrecida a Dios, el espíritu de servicio que por Amor a Dios volcamos en los demás, la oración de unos por otros, los sacrificios de nuestra lucha ascética y las cosas pequeñas vividas por Amor, nos dará un resultado de inmenso valor, que, reconocible solamente por Dios, nos será remunerado después en el Cielo.

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"De buen corazón da gloria a Dios ?leemos en el Libro del Eclesiástico-, y no cercenes las primicias de tus manos. En toda ofrenda muestra tu cara alegre, y santifica tus diezmos con regocijo. Da al Altísimo según lo que Él te ha dado y, con alegría, ofrécele de lo que hallaren tus manos, porque el Señor es remunerador y te volverá siete veces más" (Eclesiástico 35, 10-13).

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"No aparezcas delante del Señor con las manos vacías", se nos pide en el Libro Sagrado (Eclesiástico 35, 6).

Nos contaron esta fábula: Hubo en tiempos un egoistón, merecedor de todo y nunca obligado a nada, con la mano siempre abierta para recibir y cerrada para dar, que andaba por la vida pasando la gorra sin disimulo, cual pobre indigente.

Cuando murió, dicen que le enterraron con su gorra, pues tan sujeta la tenía que no la pudieron despegar de sus manos.

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Volvamos ahora la vista a su opuesto: al generoso, al desprendido, al de manos dispuestas siempre a dar, al que porque da gracias a Dios por lo que tiene y no se queja de lo que no tiene, del que dirá el Autor sagrado que la "ofrenda del justo enriquece el altar y es olor de suavidad delante del Altísimo" (Eclesiástico 35, 8).

Y así, cuando muera este justo no hará falta que nadie le arranque nada de sus manos, porque habiendo entregado todo a los demás ya nada tiene de unos bienes que, enviados adelantadamente al Cielo, fueron por Dios contabiliza­dos en méritos.

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Si el Señor nos dice que no nos presentemos ante Él con las manos vacías…, al que quiere pero sin querer de veras, la Palabra divina, le dirá: "No intentes sobornarlo (a Dios) con dones defectuosos, porque no los aceptará" (Eclesiástico 35, 14).

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Por la Obra de la Redención -Acción conjunta de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad- nos salvamos.

Dios Padre, Primera Persona de la Santísima Trinidad, Creador, Sumo Legislador, guiará hacia Jesucristo, a los que sean fieles a la Ley Natural, pues "Nadie puede venir a mí -dice el Señor- si no lo atrae el Padre" (Juan 6, 44).

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Después, Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios y Hombre verdadero, Único Mediador nuestro ante el Padre, conducirá a la Casa del Cielo a quien persevere en su Palabra, manifestada en la Tradición, en la Sagrada Escritura e interpretada por el Magisterio de la Iglesia, pues afirma Jesús: "…nadie va al Padre sino por mi" (Juan 14, 6), nos dice.

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Y Dios Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, santificará a quienes estando en amistad con Dios luchen por impregnar de sentido sobrenatural los quehaceres de su vida: el trabajo, las penas y alegrías, la lucha contra las malas inclinaciones, las obras de fraternidad y toda tarea que aparentemente, sin relieve, pasa inadvertida.

A Dios Espíritu Santo le pedimos:

"¡Oh luz santísima!,

llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles.

Sin tu ayuda, nada hay en el hombre,

nada que sea inocente.

(…)

Concede a tus fieles, que en ti confían,

tus siete sagrados dones.

Dales el mérito de la virtud,

dales el puerto de salvación, dales el eterno gozo"

(Secuencia del Domingo de Pentecostés).

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Cómo en el Antiguo Testamento aletea el Nuevo y en el Nuevo Testamento está patente el Antiguo, lo explica san Agustín.

Se escuchan frases de admiración:

¡Impresionante el chorro de esa fuente!, ¡cuántos querrían beber de ella!; mas porque el chorro es demasiado fuerte para llevarse el agua a la boca, muchos acudirán a beber de las aguas del riachuelo al que la fuente continuamente abastece.

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De modo semejante, porque a mucha gente sencilla se le hace denso e incomprensible asimilar la Palabra de Dios de los Libros de la Biblia -Fuente de la Revelación divina-, acudirán a la lectura de libros ascéticos y espirituales para la mejor comprensión de la Palabra divina, aunque muchos intelectuales tomarán con frecuencia estos libros para recrearse en Ella con argumentos sencillos.

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Sin embargo, es tan conveniente nutrirse directamente de la Sagrada Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, y no sólo de libros de espiritualidad…, que san Pablo nos lo hace ver con este simbolismo: "…todo el que se alimenta de leche no conoce bien la doctrina de la justicia, porque es como un niño. En cambio, el alimento sólido es propio de los perfectos, de los que poseen sus facultades bien desarrolladas para discernir el bien y el mal"

(Hebreos 5, 13-14).

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Dios nos ofrece su Gracia, pero no nos obliga a aceptarla; cada cual puede ofenderle o no, hacerse santo o diablo.

¡Admirables los canales de Ámsterdam! Verdadera construc­ción faraónica que robando a las aguas una parte de sus dominios los hace habitables, logrando poner puertas al mar.

Mas para esos pocos metros cuadrados, ¡cuánto esfuerzo y cuántos medios económicos y técnicos!

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En aras de la razón, ¿no admiraremos más la obra del Creador, que puso a todos los mares del mundo unas puertas tan potentes como invisibles, con el solo poder de su Querer?

Al mar, dice el Señor a Job, "le tracé mi lindero y púsele cerrojo y puertas. Y dije: ‘¡Hasta aquí llegarás y no continuarás; y aquí se romperá la soberbia de tus olas!'" (Job 38, 10-11).

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A Dios, que pone puertas en nuestro interior contra las tentaciones de nuestros enemigos -mundo, demonio y carne-, le pedimos que después ninguna mala inclinación abra esas puertas al pecado; y se lo pedimos para que no se sienta defraudado en su desvelo por nosotros.

"…fiel es Dios -escribe san Pablo-, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, junto con la tentación os dará también el éxito para poder soportarla" (I Corintios 10, 13).

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Desgraciado afán por el consumismo; por él se cuelan en nuestra vida diabólicas costumbres.

Pongámonos tristes por un momento.

En los países ricos se han introducido por la puerta incontrolada del consumismo varias clases de demonios de la "tribu hedonista", a los que muchos se les rendirán como a dioses. Así, los que se les someten, les ofrecerán días totalmente dedicados a sus fiestas-juergas; días, que, libres de cualquier otro compromiso, los calificarán de sagrados, profanando de este modo el concepto sagrado con la palabra y con los hechos.

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Quienes caen en el hedonismo, en la búsqueda del placer -en donde se dan cita muchos demonios-, dejan en sordina su sensibilidad ante el pecado, por lo que no tendrán más que dejarse arrastrar en el fácil camino de la cuesta abajo:

– comiendo y bebiendo a capricho, sin necesidad, a deshora, sólo porque apetece, sin otra justificación,

– creando necesidades sin necesidad: consumir por consumir.

– moviéndose con pereza y reposando el cuerpo sin estar cansado,

– usando indiscriminadamente los medios audiovisuales, la droga, el juego… cayendo en esclavitudes crueles,

– trivializando el sexo, destructor del verdadero amor,

– celebrando fiestas que no celebran ninguna fiesta… orgías donde se oscurece la grandeza humana,

– y arriesgando inútilmente la vida ante gestas indignas de tal nombre.

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Es lo que ocurre cuando se vive como si Dios no existiera… Cuando habiendo abandonando la lucha interior se desenvuelve la vida en un primario creer que no se peca porque no se mata ni se roba…

Si el hedonista rectifica, lucha con fuerza para no dejarse llevar por el ambiente, se arrepiente, hace penitencia…, no tendrá que oír de Jesucristo lo que hace el espíritu inmundo en los que no se vuelven a Dios con sincero corazón, explicando que ese espíritu inmundo irá y tomará "consigo otros siete espíritus peores que él y entrando habitan allí, con lo que la situación final de aquel hombre resulta peor que la primera" (Mateo 12, 45).

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