Cuatro Frailes Mártires Trinitarios en Alcorcón

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Cuatro Frailes Mártires Trinitarios en Alcorcón

UATRO MÁRTIRES TRINITARIOS EN ALCORCÓN

A comienzos del verano de 1936 la comunidad trinitaria del apacible pueblo de Belmonte (Cuenca) estaba formada por 17 religiosos. Era una comunidad de formación en la que los jóvenes profesos realizaban sus estudios. Precisamente en esos días cinco de ellos acababan de completar el ciclo formativo para la ordenación Sacerdotal. Los padres que les daban las clases atendían también pastoralmente al pueblo y mantenían una escuela, muy apreciada, para niños y jóvenes. Esta apacible vida se vio alterada cuando el martes día 28 de julio las autoridades municipales les advirtieron de la inminente llegada de peligrosos elementos revolucionarios. Gracias al aviso, esa tarde, mientras los milicianos se iban adueñando del pueblo, los jóvenes frailes con el responsable de su formación, abandonaron el convento saltando discretamente las tapias de la huerta. Los estaban esperando familias amigas que se encargaron de ocultarlos a la persecución.

A la mañana siguiente, aunque sin el habitual toque de campana, aún celebran la misa los dos padres que permanecen en el convento, el P. Melchor, superior de la comunidad y el P. Luis, muy limitado en sus movimientos a causa de una avanzada artrosis y con una pierna muy ulcerada. Está también Fray Juan, que no ha querido abandonarlos en esos difíciles momentos.

Alguien debió indicar a los milicianos que aún quedaban frailes en el convento y allí se presentaron hacia el medio día. A fray Juan, que acude a sus golpes y voces, lo amenazan con fusilarlo allí mismo si no se presentan los frailes. Baja el P. Melchor y regresa también de un intento de huida el P. Luis. Registran el convento inútilmente en busca de armas. Entre insultos y amenazas los trasladan a los tres al cercano ayun-tamiento. Allí son sometidos a una parodia de interro-gatorio y hay quien pretende arrastrarlos por las calles con el camión. Sólo desisten de ello cuando les hacen ver que el pueblo, por muy amedrentado que esté, no tolerará tal atrocidad. Los trasladan entonces a la cárcel, donde la familia del carcelero procurará atenuar los sufrimientos de su cautiverio y se prestará a trasmitir al P Santiago, el encargado de la formación de los jóvenes frailes que escapó con ellos, la preocupación del Superior por que todos permanezcan bien ocultos y por evitar la profanación del Santísimo que había quedado en el sagrario. (Serán el secretario y el alguacil del ayunta-miento los que días después recogerán reverentemente las formas consagradas para entregarlas a uno de los sacerdotes que viven en el pueblo. Aún volverá el alguacil a recoger cuanto pueda de los ornamentos y vasos sagrados que logrará salvar, tapiándolos junto con los libros en la biblioteca del convento).

En la noche del 30, cuando el P Santiago se dispone a trasladar a un refugio más seguro a dos de los jóvenes, que lo siguen a prudente distancia, es recono-cido y detenido y a las pocas horas unido en la cárcel a sus compañeros. A la mañana siguiente un camión los traslada, tras un azaroso viaje en el que varias veces estuvieron a punto de ser asesinados, a la cárcel de Cuenca. En las pocas semanas que allí van a permanecer, según el testimonio unánime de los que sobrevivieron, se entregarán a confortar y aliviar los sufrimientos de los demás prisioneros y a prepararse ellos también para una muerte que sabían cercana. El día 20 de septiembre, inesperadamente, los dejan a los cuatro en libertad. Detenidos de nuevo a los pocos metros, son llevados a otra cárcel de donde por las noches se van llevando a algunos hacia un destino que a nadie se le oculta. En la madrugada del día 24 les tocó el turno ellos. No sabemos los detalles de los últimos momentos de sus vidas. Por la mañana encontraron sus cuerpos destrozados por las balas junto a las tapias del cementerio.

Parroquia de San Juan de Mata de Alcorcón

Entre tanto, los otros trece religiosos que habían quedado en el pueblo sobrevivían en medio de sobresaltos y peligros gracias a la valiente ayuda de la gente. No pocas veces lograron escapar de la persecución trasladándose ocultos entre la mies de los carros, pasando de una casa a otra por las tapias de los corrales, ocultándose en cuevas y pozos o en alguna casa abandonada y hasta hubo uno que tuvo que pasar más de un día enterrado bajo la paja y el estiércol de una cuadra. A mediados de abril de 1937 los ocho estudiantes de Vizcaya, requeridos por el Gobierno Vasco y bajo su protección, fueron enviados al frente. El anciano P. León y el estudiante Fray Valentín, a pesar de los cuidados de las familias que los atendían, fallecieron meses después a consecuencia de las penalidades sufridas. Otro fue capturado en el campo y encarcelado. Liberado por los milicianos "porque tenía cara de infeliz" y vuelto a detener, permaneció en la cárcel de Cuenca hasta que en abril de 1937 fue enviado al frente. Los otros dos estudiantes permanecieron en Belmonte acogidos a la hospitalidad de varias familias hasta el final de la contienda.

Una vez terminada la guerra, enviaron a Belmonte para hacerse cargo del convento al P. Andrés Sagarna, uno de los profesos que habían sobrevivido a la persecución, ordenado ya de sacerdote. Una de sus primeras preocupaciones será recuperar los cuerpos de sus hermanos asesinados en Cuenca. Gracias a los archivos del juzgado y del cementerio, no le resulta difícil. Los restos entonces se depositan en el panteón de una familia amiga en el mismo cementerio. Allí permanecen hasta que en enero de 1953 se los traslade triunfalmente a la iglesia de su convento.

Al tener que abandonar los trinitarios el pueblo de Belmonte, se llevarán también los restos de los mártires al nuevo convento de Alcorcón. En la nueva iglesia parroquial de San Juan de Mata han permanecido discretamente en un nicho en el muro junto a la subida al coro desde marzo de 1966. Una sencilla lápida de mármol rojo con la escueta inscripción de sus nombres y la fecha de su muerte señalaba su presencia.

El proceso de su martirio y beatificación, que había iniciado el obispo de Cuenca en 1958, culminó con la firma del decreto que reconoce que su muerte fue un verdadero martirio, el 26 de junio de 2006. La ceremonia solemne de beatificación, junto con otros cinco mártires de la Familia Trinitaria y otros cerca de quinientos compañeros víctimas de persecución religiosa, tuvo lugar en Roma el 28 de octubre de 2007.

La tarde del 18 de noviembre de 2007, después de una solemne eucaristía de acción de gracias presidida por el obispo de la diócesis, los restos de los Mártires (que previamente habían sido reconocidos canónica-mente por el tribunal diocesano y depositados con los requisitos que garantizan su autenticidad en artísticas arquetas de metal repujado) fueron depositados en la capilla del Santísimo Sacramento en un altar nuevo, hecho expresamente para acogerlos, donde permanecen expuestos a la veneración de los fieles.

ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS DE LOS MÁRTIRES

El Beato Luis Erdoiza, nació en Amorebieta (Vizcaya) en 1891. Profesó en Algorta, en 1907. Estudió en La Rambla (Córdoba) (1907-8) y en la Gregoriana de Roma la filosofía (1910-13), y la teología (1913-1917), y en el Angelicum, Derecho Canónico (1917-19). Ordenado sacerdote en Roma en 1916. El 1920 fue destinado a Viena, donde permaneció hasta octubre de 1925. Fue maestro de profesos (1925-29); superior de Belmonte (1929-33), y definidor provincial de 1933 hasta su muerte. Desde 1925 fue profesor de filosofía y teología, hasta su fallecimiento. A pesar de su salud precaria, y sus continuos dolores siempre se esforzó por cumplir bien sus obligaciones.

El Beato Melchor Rodríguez nació en Laguna de Negrillos (León) en 1899. Profesó en la Bien Aparecida en 1918. En Córdoba curso Filosofía (1918-20), y Teología (1920-24). Se ordenó de sacerdote en 1924. Muy pronto fue enviado de profe-sor a Alcázar de San Juan, de donde fue Superior (1933-36), y de Belmonte desde mayo de 1936 hasta su muerte. Se dedicó a la instrucción de los hijos de los trabajadores hasta el día de su detención, pues pensaba que también en verano hay que aprovechar el tiempo.

El Beato Santiago Arriaga nació en Líbano de Arrieta (Vizcaya) en 1903. Profesó en la Bien Apare-cida en 1920. Cursó filosofía en Villanueva (Jaén) (1920-22) y en Roma (1922-24); y teología (1924-28) en la Universidad Gregoriana. Ordenado sacerdote en 1927, volvió a España y fue profesor en Algorta hasta 1930. Trasladado a Belmonte, enseñó Filosofía y Teología y fue maestro de profesos (1932-36). Siempre llamó la atención por su alegría y su disponibilidad para todo.

El Beato Juan Joya nació en Villarrubia (Toledo) en 1898. Pronto se trasladó a Madrid buscando trabajo. Allí conoció la comunidad trinitaria. Profesó en Algorta en 1920. Trasladado a Chile, pasó después a Buenos Aires y en 1930 a Roma, hasta que vino a Belmonte en 1934. Tenía un talento especial y una gran creatividad para la catequesis de los más pequeños.