Derecho a emigrar y a no emigrar: artículo de José-Román Flecha Andrés en Diario de León (26-1-2013)
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La fe y la esperanza forman parte del bagaje de muchos emigrantes, "En ellos anida el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la desesperación de un futuro imposible de construir". Estas palabras encabezan el mensaje que Benedicto XVI nos ha dirigido para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2013. En este Año de la fe, necesariamente había de estar inspirado por el tema "Migraciones: peregrinación de fe y esperanza".
Por una parte, el mensaje "contempla las migraciones bajo el perfil dominante de la pobreza y de los sufrimientos, que con frecuencia produce dramas y tragedias". Pero, por otro lado, nos recuerda que "la Iglesia no deja de poner de manifiesto los aspectos positivos, las buenas posibilidades y los recursos que comportan las migraciones". Las migraciones son un problema y una promesa.
La consideración de los aspectos más dramáticos no puede llevarnos al mero asistencialismo. Es preciso "favorecer la auténtica integración, en una sociedad donde todos y cada uno sean miembros activos y responsables del bienestar del otro, asegurando con generosidad aportaciones originales, con pleno derecho de ciudadanía y de participación en los mismos derechos y deberes".
Las migraciones nos exigen a todos un esfuerzo por comprender a los otros y por colaborar con ellos. Los inmigrantes esperan ser acogidos y ayudados en el país de llegada. Esperan solidaridad y comprensión de sus fatigas y reconocimiento de los valores y recursos que ellos aportan a esa sociedad.
El Papa recuerda que toda persona tiene derecho a emigrar y tiene también el derecho a no emigrar. Ese doble derecho interpela a todos los países. Los Estados tienen el "derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero siempre garantizando el respeto de la dignidad de toda persona humana para permanecer en la propia tierra".
Toda migración es una peregrinación. Ahora bien, cuando las personas parecen más víctimas que protagonistas de su migración, en lugar de ser una peregrinación animada por la confianza, la fe y la esperanza, es un "calvario" para la supervivencia.
Por otra parte, el Papa señala que junto a la atención y cuidado a los emigrantes para que tengan una vida digna, es preciso que también ellos presten atención a los valores que les ofrece la sociedad en la que se insertan.
Tras denunciar el tráfico y explotación de personas, especialmente mujeres y niños, el Papa espera que los emigrantes recobren la confianza y la esperanza en el Señor, que está siempre junto a nosotros. Ojalá lleguen a descubrir al Señor en los gestos de bondad que reciben en su peregrinación migratoria. Pero, para ello, también los que acogemos al inmigrante habremos de imitar los gestos y la acogida de Jesucristo.
José Román Flecha Andrés