Jornada del Migrante 2021: Una sola Iglesia, una sola casa, una sola familia, por Emilce Cuda
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Los católicos tenemos fe en Dios uno y trino, y confianza en la Iglesia como unidad en la diferencia. Del mismo modo que tenemos fe en las personas divinas cuya identidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo se constituye en las comunicaciones intratrinitarias, también tenemos confianza en las personas humanas cuya identidad -a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad-, se constituye en comunidad. Pensar que puedan constituirse identidades personales por fuera de las relaciones comunitarias es contradictorio en sentido teológico e ilusorio en sentido social. El principio trinitario, ministerio de la fe cristiana y fundamento del discernimiento social católico, es la clave hermenéutica que nos permite ver, juzgar y actuar como una sola Iglesia, que habita y cuida una sola casa común, en el amor fraternal de una sola familia humana. De acuerdo con eso, resulta inadecuado pensar que los migrantes y refugiados puedan ser incluidos o excluidos de las comunidades receptoras. Por el contrario, ellos ya son parte constitutiva de estas, solo que la relación que los une y constituye como miembros de la nueva comunidad receptora permanece oculta tras las sombras del sistema productivo.
Utilizar socialmente términos como inclusión-exclusión para referirse a la situación de las personas migrantes es apelar a construcciones discursivas imaginarias desprovistas de toda relación. Los migrantes y refugiados se integran, no se incluyen. Son parte de nosotros. No es recomendable, desde el punto de vista evangélico, hacer diagnósticos sociales sin tener presente la unidad en la diferencia como constitutiva de las identidades personales en un pueblo. Sabemos como Iglesia, por principio de fe, que el mundo no fue creado para la división sino para la unidad. Se trata de despejar las sombras que facilitan una equivocada comprensión reduccionista de las relaciones sociales que nos unen a las personas que se ven obligadas a migrar. Eso aleja a la comunidad eclesial del llamado a la unidad. Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros (Jn 17, 21-22). Olvidar o dejar de lado las palabras de Jesus lleva a concebir la ilusión de que las personas y los pueblos puedan sobrevivir aislados unos de otros. Pensar soluciones que atiendan la dura realidad de los migrantes con las mismas reglas del juego de la inclusión-exclusión sólo logrará reproducir el actual sistema que los margina. Fratelli Tutti nos advierte acerca de las sombras del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal (FT 9).
La situación de desprotección laboral y jurídica de los trabajadores migrantes, lejos de ser un modo de exclusión, por el contrario, expresa una relación de inclusión productiva que se mantiene oculta tras las sombras de un discurso engañoso. Si somos una sola familia humana no podemos admitir una forma económica consistente en desconocer, invisibilizar y devaluar el trabajo de nuestros hermanos migrantes para luego apropiarse de su valioso aporte. Las denominadas actividades esenciales realizadas durante la pandemia del Covid19, por personas trabajadoras migrantes, pusieron al descubierto las condiciones de desprotección social en que se encuentran los trabajadores sin empleo formal.
Como familia sabemos que el intercambio de saberes y actividades laborales cretaivas garantizan el cuidado de la casa común y el desarrollo integral de la vida de cada uno de los miembros que la habita. Como familia, sabemos también que la productividad es una realidad efectiva y afectiva al mismo tiempo. Cuidar de la casa común no implica sólo identificar necesidades y sumar esfuerzos físicos e intelectuales. Se requiere también de confianza comunitaria en todos los que la habitan, de reconocimiento institucional de todas las labores colaborativas y sueños sociales compartidos. Como familia conformamos un pueblo en el que la confianza comunitaria se expresa en instituciones. Los trabajadores migrantes ya son parte del nosotros pueblo desde el momento que integran los procesos productivos. Sin embargo, su contribución económica permanece contablemente oculta. Hacer realidad el principio social catolico de solidaridad con migrantes y refugiados no significa solo ayudar de manera personal, sino también, y principalmente, visibilizar las relaciones laborales colaborativas actualmente existentes pero ocultas, mediante formas institucionales concretas y disponibles para el resto de los trabajadores como: salario, protección social y credenciales de residencia.
El trabajo, además de ser el modo de manifestación y realización de la persona humana a imagen de su creador (LE), es el primer organizador social. Trabajar cuidando y desarrollando la creación es mandato divino. Impedir el trabajo a los refugiados y migrantes es atentar contra su dignidad humana y contra la estabilidad de los gobiernos. El desempleo es el primer desestabilizador. La falta de puestos de trabajo asalariado con protección social para los migrantes y refugiados es hoy la principal causa de la brecha social que enfrenta a los trabajadores entre sí e impide la común unidad. No sea así entre ustedes (Lc 22, 26), nos dice Jesús. Los trabajadores migrantes son los constructores de la casa común. Se sabe y se cuenta con el valor agregado que producen, sin embargo se los deja fuera de la contabilidad nacional. Hasta que ese valioso aporte no sea visibilizado en la cadena productiva, toda inversión del Estado para protegerlos socialmente será percibida culturalmente como gasto público. Comunidad es comunicación equitativa de saberes, cuidados, tecnología, protección social, seguridad jurídica y ciudadanía. La unidad en las diferencias constituye nuestra identidad católica presente en cada bautizado como miembro del único Pueblo de Dios.
Por Emilce Cuda