Las Edades del Hombre en Aguilar de Campoo (IV), por José Luis Calvo Calleja
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Las Edades del Hombre en Aguilar de Campoo (IV), por José Luis Calvo Calleja
El capítulo VII y último de la Exposición "Mons Dei" lleva por título "Preparará el Señor para todos los pueblos en este monte un festín…" y un subtítulo: "la vida eterna como monte definitivo". El número siete para judíos y cristianos significa la perfección, el día de descanso, el día santo dedicado a Dios, y en la muestra es el monte definitivo donde todos estamos invitados a subir y disfrutar del festín eterno del cielo.
En este apartado se reflexiona sobre los hombres y mujeres santos que ya están participando del banquete celestial, que nos han precedido y marcado el camino a seguir para subir a la nueva Jerusalén construida sobre el monte de la Salvación que es Cristo. Las obras de arte expuestas son todas ellas de cinco estrellas, pudiéndoselas calificar de maravillas y tesoros del arte sacro de la Iglesia en Castilla y León. Es un capitulo para ver muy despacio y disfrutar de tanta belleza expuesta. Es algo así como gozar del cielo en la tierra, y sentir deseos de alcanzar la belleza eterna que es Dios.
La primera obra expuesta es un pequeño grupo escultórico de Juan de Balmaseda (siglo XVI) prestada por la Fundación Siro. Bajando por una pequeña rampa nos encontramos con una talla de nogal en su color natural de San Jerónimo penitente del círculo de Alonso Berruguete, de la parroquia de San Juan de Palenzuela; para seguir disfrutando con la bellísima talla de la santa mártir Catalina de Alejandría de la catedral de Burgos y el mártir San Sebastián de El Greco de la seo palentina. Todo un lujo para la contemplación y el arrebato místico. Llama la atención el rostro sereno y meditativo del joven mártir, que mientras es asaetado, apoyado sobre una roca parece subir al cielo con su mirada hacia lo alto, esperando la corona de gloria en el monte definitivo.
El lienzo del abad y fundador San Benito de Carlos Blanco de la catedral de Ciudad Rodrigo nos habla del amor que éste sentía por los montes. En efecto, siendo joven se retiró a los montes cercanos a Roma buscando soledad y paz. Posteriormente se dedicó a la vida eremítica en la zona montañosa de Subiaco, y desde allí marchó a Monte Casino en cuya cumbre estableció su primer monasterio, su primera fundación y escribió la fructífera regla, siendo considerado como padre del monacato occidental. A continuación, se exhibe el lienzo del genial Goya, cedido por el monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid (siglo XIX), representando a San Bernardo, el monje y abad reformador. La elevada contemplación está expresada por la cogulla blanca y estriada del santo y se combina admirablemente con la inclinación que hace para ejercer la caridad con un pobre tullido arrodillado a sus pies al que bendice, cura y acoge. La gran talla barroca de San Francisco de Asís, cedida por la Iglesia de san Andrés de Valladolid, obra de Felipe Espinabete, nos introduce en la dinámica del eremitorio del monte Alvernia, donde el santo mendicante, y paradigma del desprendimiento, se encontró con Cristo crucificado.
Santo Domingo es el otro gran fundador de una orden mendicante del siglo XIII, la de predicadores. El óleo sobre lienzo de Ignacio de la Iglesia de la parroquia de santa Rosa de Venta de Baños, refleja la tradición según la cual la Virgen le entregó el santo rosario, encomendándole su difusión y práctica. Esta obra resume la vida de un hombre de Dios y de Iglesia, aquí en la tierra y en el cielo. Un modelo a seguir para llegar al banquete celestial. La vida de san Ignacio de Loyola también está unida a la montaña. El óleo de Sebastiano Conca, propiedad de la Universidad Pontifica de Salamanca y expuesto a continuación, nos muestra al santo escribiendo el libro de los Ejercicios Espirituales en la cueva de Manresa donde vivió once meses, decisivos para su itinerario espiritual y subida al monte de la santidad.
Santa Isabel de Hungría representa la cima de la caridad. En la magnífica obra de Gregorio Fernández del convento de San Isabel de Valladolid se expresa de forma muy plástica la fuerza evangelizadora de la caridad cristiana. En el pequeño y bellísimo óleo sobre cobre, anónimo napolitano, de las Madres Carmelitas Descalzas de Peñaranda de Bracamonte, representando la Transverberación de santa Teresa nos lleva a la cima de la unión mística del alma con Dios.
La grandiosa custodia de Antonio de Arfe (siglo XVI) de la parroquia de Medina de Rioseco nos introduce en el anticipo del banquete celestial que es la Eucaristía. Contemplar esta obra nos llena el corazón de hambre de Dios, de deseos de participar algún día en ese festín celestial.
Y llegamos al término de la exposición. El relato de la transfiguración del Señor en el monte Tabor nos ha servido de hilo conductor. La grandiosa Transfiguración, copia exacta de la obra de Rafael Sanzio, de la parroquia de Autillo de Campos, nos devuelve otra vez al inicio, y nos lanza, después de haber sido nosotros hoy los testigos predilectos de esta subida y transfiguración en el monte Tabor de Aguilar, a ser agentes de trasfiguración. Para ello contamos con la ayuda de la Virgen asunta representada en el grupo escultórico de Gregorio Fernandez de Villaverde (Valladolid) y finalmente el Cristo Salvador del mundo de Pedro Berruguete del Museo Diocesano de Palencia que es quien nos bendice y envía a la vez. Mons Dei en este séptimo y último capítulo es un lujo en todos los sentidos.