Tenemos muchas oportunidades para descubrir que queremos brillar, sobresalir, quedar por encima. Anhelamos que nos reconozcan y que nos alaben. No soportamos quedar en la oscuridad de una presencia discreta. A menudo el segundo plano nos repugna. Hay momentos de nuestra vida en los que nos descubrimos siendo altaneros, con un genio vivo y erizado, dando contestaciones con un punto de nerviosismo e incluso violencia. Así nos parece que nos hacemos valer, que no somos pusilánimes, es decir, de aquellos que se amilanan. Nos parece que el protagonismo va unido siempre a la razón. Sin embargo, si miramos las cosas más despacio y a la luz del Evangelio, nos damos cuenta de que ese camino no lleva a ninguna parte. Nos hace daño a nosotros y a los que viven a nuestro lado.
Hoy puede ser un buen día para revisar nuestra manera de reaccionar. Pidamos al Señor dejar ese camino, no tener miedo a reconocer que hemos pretendido ser luz sembrando un fuego no pocas veces devorador o una fría oscuridad. Esto debe quedar claro: El camino de la prepotencia no es el camino que recorrió Jesús. Tengamos hoy la valentía de acoger la propuesta de Dios, una propuesta que nos hace llegar por medio del profeta Isaías, y que alcanzó su cumplimento en la vida de Jesucristo.
En la primera parte del texto que hemos leído, el profeta dice lo que tenemos que hacer: desterrar de nosotros la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, partir nuestro pan con el hambriento y saciar el estómago del indigente. Preguntémonos: ¿a quién estoy oprimiendo o despreciando?, ¿hacia quién dirijo palabras duras, irrespetuosas o hirientes?; en mi día a día, ¿de verdad tengo presente a los débiles y necesitados?, o más bien hablo mucho en favor de ellos y luego no hago nada. Si hacemos lo que nos dice el profeta, viviremos.
En la segunda parte del texto leído, Isaías detalla las consecuencias que nos acarreará un cambio de actitud: brillará tu luz, vivirás en la claridad. Una luz y una claridad cuya fuente no eres tú, sino la luz de la ternura de Dios que te quiere envolver por fuera y por dentro, hasta llevar tu humanidad a la plenitud. A este respecto, nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium: "Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?" (EG, 7-8)
Hoy podríamos elegir uno de los signos de los que habla Isaías: alejar de nuestra vida todo gesto amenazador, desterrar todo gesto de dominio u opresión sobre el otro, compartir con los hambrientos, ¿por qué no invitas a tu mesa a alguna persona necesitada?, actuar de puente entre personas diferentes y provocar encuentros familiares o de amistad.
De esta manera estarás propiciando la aparición de una verdadera riqueza. Tú que quieres brillar, descubrirás el gozo de reflejar la luz de Dios, la alegría de colaborar a difundir la verdadera luz, la luz misericordia y la benevolencia de Dios. Atrévete a ir más allá, a dejarte llevar por Jesús, más allá, no sólo de tus oscuridades, sino incluso de tus buenos propósitos, y así comunicarás la Buena Noticia de lo que Dios ha hecho contigo.
(Mireia Bonilla para RV, 12-1-2017)
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