Santa Teresa y la reforma luterana

El carmelita Daniel de Pablo recuerda el comienzo de la Reforma del Carmelo en el convento san José de Ávila

Santa Teresa de Jesús

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El día 24 de agosto recordamos el comienzo de la Reforma del Carmelo entre las monjas realizada por doña Teresa de Cepeda y Ahumada, monja de La Encarnación, en el convento de San José en Ávila. Me ha parecido buena ocasión para confrontar su Reforma con la propuesta por los “luteranos”. La madre Teresa nos ha dejado suficiente información en sus obras escritas sobre la reforma luterana que utilizo como única y suficiente fuente de información para esta breve presentación del tema, un curioso capítulo del teresianismo. En este breve escrito no hago valoraciones teológicas o históricas sobre el “luteranismo”, sino que recojo algunos juicios que hace la Santa desde su mentalidad católica y una propuesta de convivencia pacífica.

1. Lo que la madre Teresa conoció de los “luteranos”. Es evidente que la versión del movimiento herético del siglo XVI en España que ofrece la Santa es muy pobre porque solo se refiere a los herejes “luteranos” y a algunas de sus doctrinas y prácticas y sabemos que las herejías del momento fueron algunas más. Sin embargo, historiológicamente, sus informaciones son de gran valor porque reflejan el conocimiento que una persona curiosa, inteligente y abierta a todos los aires culturales pudo tener en un ambiente hostil contra la herejía en España. Teresa creo que asimiló bien las informaciones que proponían los dirigentes de la Iglesia católica en sermones, manifiestos de propaganda antiherética escrita o predicada y las conversaciones entre amigos, etc.

Por poner algún ejemplo global, me resulta curiosa la afirmación de que los “luteranos” “quieren tornar a sentenciar a Cristo […], pues le levantan mil testimonios” (¡!). “Quieren poner su Iglesia por el suelo” (Camino V, 1, 5). En este contexto redaccional, introduce la Santa un inciso que lleva al historiador a constatar el origen de esas informaciones: “como dicen”. ¿Quién lo dice? ¿El pueblo ignorante de la trascendencia del fenómeno? ¿La propaganda oficial en hojas volanderas o la de los predicadores desde los púlpitos? Todo es posible.

Lo de “sentenciar a Cristo” de nuevo, suena a extraña propaganda desde las filas del catolicismo porque el luteranismo insiste en la importancia de Cristo en la vida de los creyentes porque una de sus fórmulas dogmáticas es: “Solus Christus”. Él es el único salvador y mediador entre Dios y los hombres, no la Virgen María ni los santos ni otras mediaciones posibles que puede haber inventado el pueblo en una larga historia de sus devociones populares. Ni tampoco las “obras” salvan, sino la “Sola fides”. Si se refiere a que destruyen la Iglesia católica, algunos de sus dogmas, sus tradiciones, etc., en cierto sentido es verdad en cuanto proponen un concepto de Iglesia bastante distinta a la tradicional católica. Si también incluye la destrucción de las “iglesias” católicas, también es verdad, pero corresponden a los actos vandálicos de algunos fanáticos herejes de Europa.

Si por “sentenciar a Cristo” se entiende que los luteranos quitan los sagrarios de las iglesias, también está en lo cierto, un hecho que le causaba tanto dolor a la madre Teresa porque era “tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento, que le quitan sus posadas” (Camino V, 3, 8). Sufrió también mucho al saber que los herejes eliminaron las imágenes de María y de los santos, ella que era tan devota de ellas. Flaca de imaginaria, necesitaba ese medio para orar y meditar. En este contexto oyó en su interior la voz de Cristo que le decía: “Mis cristianos, hija, han de hacer, ahora más que nunca, lo contrario de lo que ellos [los luteranos] hacen” (Cuenta de conciencia, 63, 1, edición de Editorial de Espiritualidad. Fecha desconocida).

Para completar esta breve alusión al “luteranismo”, podemos recordar algunas afirmaciones negativas contra los herejes. Son “traidores” de la causa cristiana y una “desventurada secta” (CaminoV, 1, 2); “se quieren cegar y hacer entender que es bueno aquello que siguen” (Vida, 7, 4); sus almas son un espejo “quebrado” (Vida, 40, 5); por todo ello, se condenan al infierno (CaminoV, 1, 4). Y, al final de las Moradas, pide a los lectores que oren para que Dios ilumine a los “luteranos” (conclusión, n. 4). En consecuencia, y desde una apreciación social, los “luteranos”, son “un fuego” por el que “estáse ardiendo el mundo” (CaminoV, 3, 1 y 1, 5) aludiendo no solo a las disputas entre teólogos de las que conocería poco, sino a la lucha armada entre las naciones de Europa y a los disturbios callejeros en algunas de sus ciudades. Tan grave le parece la situación creada por los herejes, que pide a Dios que venga el fin del mundo [¡!] o que remedie tan “gravísimos males” (Ib. 35, 3-4). ¡Qué apreciación tan dolorosa supone este lamento!

2. No más guerras entre cristianos por motivos religiosos. Esta es la valiente y original medida que propone la reformadora Teresa en contra de la ideología y praxis existente en su tiempo entre las naciones de Europa, como lo expresa en un breve inciso: “Viendo tan grandes males que fuerzas humanas no bastan para atajar este fuego de esos herejes (con que se ha pretendido hacer gente para, si pudieran a fuerza de armas remediar tan gran mal que va tan adelante…)” (Camino V, 3, 1). El censor de turno de la segunda redacción del Camino, tachó lo escrito, suponiendo -creo- que era una crítica de las guerras de religión contra las herejes declaradas por Carlos V y Felipe II. Es curioso que el censor de la primera redacción del libro no advirtiese la intención antibelicista de la autora porque no lo corrigió.

3. Superación del luteranismo: ser cristianos de veras. Es una original propuesta de la madre Teresa que conviene recordar y valorar en un momento en que las “guerras de religión” no consiguieron la derrota de los herejes, sino que concluyeron en una paz forzada entre los estados en guerra el año 1555 (la paz de Augsburgo) para que las autoridades de cada región impusieran su propia religión.

La oferta de la madre Teresa hubiera sido más eficaz y duradera, mucho más evangélica, pero implicaba un cambio de vida de todos los contendientes siendo “cristianos de veras”; o sea, que los católicos y protestantes vivan los preceptos evangélicos, sobre todo la humildad-verdad, la caridad y el desasimiento de todo lo creado (Camino V, 4, 4). Curiosamente, la Santa ha organizado una especie de guerra santa pacífica contra los herejes. Imagina que el Señor de un territorio se refugia en una ciudadela defendida por la “gente escogida”, los “buenos cristianos”, dirigidos por los “capitanes”, que son los “predicadores y teólogos”. Al final, vencerán a los enemigos posiblemente evitando las guerras, sobre todo por motivos religiosos (Camino V, 3, 1-2). En la retaguardia, Teresa colocó a sus monjas descalzas del recién fundado convento de San José en Ávila.

Termino recordando que la existencia de los herejes “luteranos” en Europa y en España motivaron la cualificación moral y espiritual de la Reforma de la orden del Carmen iniciada por la madre Teresa. El conocimiento de la herejía y su imparable expansión influyó en la mayor exigencia evangélica del proyecto reformador, como lo expresa en un importante texto al comienzo del Camino:

“Al principio que se comenzó este monasterio a fundar […] no era mi intención hubiese tanta aspereza en lo exterior ni que fuese sin renta, antes quisiera hubiera posibilidad para que no faltara nada […]. En este tiempo vinieron a mi noticia los daños de Francia y el estrago que habían hecho estos luteranos, y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta […]. Y como me vi mujer y ruin […] determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino V, 1. 1-2).

Sobre todo, influyó en una mayor exigencia de vivir en pobreza absoluta, confiadas en la divina Providencia no en el producto de las rentas del capital. Es un texto muy conocido, pero vale la pena recordarlo en el contexto de este breve comentario.

(Para mayor conocimiento, cf. DANIEL DE PABLO MAROTO, Santa Teresa de Jesús. Historiadora, Burgos, FONTE – Editorial de Espiritualidad, 2021, cap. 6, pp. 107-115. Y la bibliografía citada).

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