Subamos las persianas
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cada vez me fijo más en las ventanas de los edificios e imagino la vida que puede haber detrás de esos cientos de cuadrados que dan a la calle en una ciudad como Madrid. Desde el confinamiento cada vez hay menos cortinas y ese hueco, antes tapado, solo dejaba ver veladamente algunas sombras. Ahora si levanto la cabeza, si voy en coche o incluso desde la ventana de mi casa, también con la cortina corrida, puedo observar la cotidianeidad de sus habitantes, sin filtros. Hay hábitos derivados del confinamiento que no deberían cambiar.
En una casa veo una luz y alguien que trastea por su comedor. En otra ventana una mujer tecleando en su ordenador. En otra un abuelo asomado viendo el tiempo pasar. En otra una familia poniendo la mesa…y así otras, otras… otras vidas que podemos suponer felices o no tanto. Pienso qué les habrá deparado sus días. Qué será de ellos o cómo han sobrellevado esta pandemia, este tiempo oscuro que nos ha tocado vivir. Cada uno de esos habitantes anónimos estará luchando con sus soledades, sus amores, sus tentaciones, su memoria, sus sufrimientos o su paz. Creerá en Dios o dudará ante tanto dolor. Todo mezclado, incluso muchas veces dándose a la vez.
Siempre me había sorprendido al viajar al extranjero que España era el único país con persianas, ya no solo cortinas, sino además persianas. Bien cerradito todo, no fuera a ser que la intimidad se colase por las celosías. La excusa del calor es buena, pero creo que va más allá. Es innegable que aquí tenemos costumbres de la cultura árabe muy enraizadas. Aunque seamos muy sociables, nos gusta vivir para dentro de la casa y reservar nuestro hábitat solo para los "elegidos". Nos da pudor. Y quizá, a veces, puede ser un pudor insano.
En los países protestantes centroeuropeos, con costumbres calvinistas, lo natural es abrir las casas y sus ventanas son como un escaparate. No solo no hay persianas, sino que tampoco hay cortinas. No les importan que les vean y, es más, con ello quieren demostrar que no hay nada que esconder, que no tienen miedo a enseñar si son pobres o ricos. No eres digno por lo que posees, eso es lo de menos, sino por cómo te comportas con los demás.
Por ello, esta costumbre de abrir ventanas y subir persianas, sin estar pendiente de si mi vecino observa lo que hago y sin yo juzgar cómo actúa el de enfrente, se debería quedar con nosotros. Si limpiamos el polvo de nuestras casas y de nuestras sacristías, que se nos vea. Que esté no solo la ventana, sino la puerta abierta. Así quizá borremos de algunos labios que una cosa es predicar y otra muy diferente dar trigo. Si hay trasparencia, el encuentro llega. Si en este tiempo donde predomina el postureo, logramos mostrarnos con sencillez tal como somos y creemos, quizá a muchos se les derribarían los prejuicios.
El escritor Manuel Vilas, en su última novela titulada "Los Besos", relata con una delicada prosa poética, cómo en mitad de una crisis universal, en medio de esta pandemia, dos seres humanos, ya en una edad madura, se encuentran y se enamoran. Cómo la vida y el amor, en medio de guerras, fracasos, enfermedades, sigue buscando sus rendijas. Infinidad de veces los mayores momentos de AMOR, del amor con mayúsculas, los experimentamos, ya sea con un hijo, con una madre, con un amigo, en medio del sufrimiento.
El protagonista de la novela, ambientada en la España confinada, a partir de los acontecimientos que han ido sucediendo desde marzo de 2020, afirma en uno de los párrafos: "quiero esto: la honestidad, la dignidad, el beso, el cariño, la caricia, el acompañamiento, la confianza, la amistad. Que se eleven las cosas, eso quiero, eso quise siempre. Que asciendan las cosas".
Quiero esto: que consigamos entre todos elevar nuestros días. Poner la mirada en el de arriba y confiar.
Que suene la música:
Sin Ti no soy nada.
Los días que pasan
Las luces del alba
Mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada
Porque yo: sin ti no soy nada
Sin ti no soy nada
Sin ti no soy nada
(Amaral)
Cristina del Olmo
@olmocris
15/ 09/ 2021