Valor y reto del premio Nobel de la Paz a la UE ? editorial Ecclesia

Valor y reto del premio Nobel de la Paz a la UE – editorial Ecclesia

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Oslo, la capital de Noruega, acoge un año más el 10 de diciembre, aniversario de la declaración universal de los derechos humanos, la solemne ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz. Dos meses antes, concretamente el 12 de octubre, el comité noruego de dicho premio concedió su preciado y a la vez polémico galardón de este año a la Unión Europea (UE), por haber logrado que "la paz, la democracia y los derechos humanos" hayan arraigado en Europa y que la "guerra continental" acabase con "la paz continental".

La noticia fue acogida en España y en otros países europeos, singularmente en Grecia, con demasiado escepticismo. En concreto, España, como consecuencia de la crisis económica, ha pasado de ser uno de los países más satisfechos con su integración y pertenencia a la Unión a ser uno de los más euroescépticos, según revelan las últimas encuestas.

Como ya indicábamos antes, los Nobel de la Paz suelen venir rodeados cada año de la polémica. En muchas ocasiones, estos galardones rezuman excesiva politización e ideologización, fácilmente reconocibles. Sin embargo, creemos que el premio de este año a la UE es no solamente justo, sino también necesario y oportuno.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y a través de las sucesivas configuraciones y denominaciones ?Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Mercado Común, Comunidad Económica Europea, Unión Europa-, el viejo continente ha vivido las seis décadas más prósperas, democráticas y pacíficas de su pluricentenaria historia, toda ella plagada de episodios intermitentes, pero reales y dramáticos, de hostilidades, enemistades y conflictos. La UE, a la que pertenecen en la actualidad 27 Estados, ha hecho posibles cuotas y cotas de igualdad, desarrollo y bienestar para todos hasta ahora inalcanzables y su voz puede resonar unida ante las grandes potencias del mundo como son Estados Unidos de América, Japón, la misma Rusia ?que, por cierto y significativamente, expresó su malestar por la concesión del premio- y la emergente y sinuosa China.

La crisis económica, que desde hace cinco años nos golpea tan duramente, ha puesto y está poniendo a prueba a la UE y, sobre todo, al euro, quizás su más ambiciosa "criatura". Con todo, bueno será recordar que la crisis económica no ha nacido solo en la UE, que la UE no es solo su culpable y que es solo en y desde la UE como la podremos superar. Sin embargo, para que esto sea posible, la UE debe recuperar sus principios fundacionales y demostrar a sus países y ciudadanos miembros que este proyecto, que esta realidad, es mucho más que la desaparición física de las fronteras, una moneda única, una economía de mercado y de competitividad o mejores carreteras y más o menos subvenciones públicas.

Al hacerse pública la concesión del premio, el cardenal Marx, presidente de la COMECE (la comisión de los episcopados de los países de la Unión) y arzobispo de Múnich y Frisinga (Alemania), declaró (ver ECCLESIA, número 3.646) "sentirse especialmente feliz de que la significación de la UE sea recompensada con el premio Nobel de la Paz en estos tiempos de crisis". Por su parte, Jean Monet, político católico, economista y diplomático francés, considerado uno de los padres fundadores de lo que hoy entendemos por UE y representante, pues, de aquella extraordinaria pléyade de políticos católicos ?ya lamentablemente casi en vías de extinción- que alumbraron la Unión, expresó también su satisfacción. "A pesar de todos los problemas que tenemos que afrontar en Europa, esta recompensa nos recuerda hasta qué punto la integración europea ha contribuido al desarrollo pacífico de nuestro continente y qué parte sustancial han asumido los cristianos que se han comprometido políticamente al servicio de este proyecto".

Y Europa, solo si mantiene los valores auténticos y la solidaridad, sus raíces inequívocamente cristianas, sin jamás ocultarlas, minimizarlas y menos aún renegando de ellas, seguirá estando llamada a suscitar sociedades, gobernantes y ciudadanos menos egoístas, más justos, más generosos, más responsables, más fraternos y más unidos. La UE debe asimismo fortalecerse y hacer ahuyentar el espectro de los nacionalismos periféricos y excluyentes que sembraron la desolación y la división en los siglos XIX y XX. Y la UE y solo la UE, desde estos principios, se ha de convertir y se puede convertir en el primer motor de la salida de la crisis económica actual, atajándola y sanándola, además, desde sus mismas raíces y causas más profundas.