Villancico de Winter Springs, poema navideño de Francisco Vaquerizo Moreno

Villancico de Winter Springs, poema navideño de Francisco Vaquerizo Moreno

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Villancico de Winter Springs, poema navideño de Francisco Vaquerizo Moreno

Con este poema os deseo una feliz Navidad. Es un recuerdo de mi estancia en Florida con Manolo, Lita, Nacho, Daniel y Paula. Me permito dedicárselo a ellos de manera especial y en agradecimiento al buen trato que me dispensaron durante aquellos veinte días. (Excepto cuando Daniel y Paula, en Disney, me subieron a un artilugio infernal de alto riesgo). Han pasado los años. Manolo, Lita y yo, somos muy mayores. Nacho, con su esposa e hijos, vive en Miami. Daniel y los suyos, en San Diego (California) y Paula, con su esposa e hijos también, en Seatle (Estado de Washington, en la costa del Pacífico, entre Canadá y Oregón). Nacho me dice que vuelva a pasar otra Navidad con ellos y escriba una "Pascua en Florida II"?¡Si no fuera por los años y el miedo a estar tantas horas en un avión!

Feliz Navidad a todos y que el Niño Jesús nos traiga un año de gracia, de paz, de prosperidad y de fraternal alegría. Mi más cordial, sincero y entrañable abrazo. Francisco.

VILLANCICO DE WINTER SPRINGS

El Niño estaba en la cuna

con los ojillos abiertos

y una sonrisa en los labios

que daba gloria de verlo;

porque no sé, digo yo

que, si él estaba contento,

es que no tenía quejas

– no grandes quejas, al menos –

de nosotros, pese a tantos

desaliños y tropiezos.

El Niño estaba, ya digo,

muy ufano y muy risueño,

más morenito el color

que yo qué sé lo moreno,

y más pequeñín de hechura

que no cabe más pequeño;

pero daba mucha gloria,

ya digo, sólo de verlo

tan seguro de su gozo

y tan seguro del nuestro.

El Niño, no sé, tenía

– aparte de su misterio,

como es propio de un infante

que es Hijo de Dios eterno ?

una pinta de indio maya,

azteca, no sé, o huasteco,

o de indio sin más, no sé,

sólo sé que, desde luego,

era de majo y de rico

que daba gloria de verlo.

(Lita lo había traído

de su lindísimo Méjico)

Estaba en la cuna el Niño,

la mar de guapo y risueño

y fue Paula, de repente,

se le acercó, le dio un beso

y dijo:- ¿Por qué, a este pobre

indito, no le traemos

algún juguete, algún oso

de peluche, algún tebeo?

Saltó su hermano Daniel

y comentó:- Yo le puedo

traer mi coche de mandos,

aunque, claro, es muy pequeño

para saber manejarlo.

Y dijo Manolo luego:

-Que mamá traiga su bici,

yo mi barquito velero,

Nacho su computadora

y que Paco haga unos versos.

Yo dije: – ¡A mi me parece

demasié para su cuerpo!

¿Qué va a hacer el pobre Niño,

digo yo, con tanto invento?

Mejor, no sé, lo llevamos

a Disney, un día de estos,

o a que vea en Cabo Kennedy

las torres de lanzamiento

o que suba con nosotros

a Jacksonville?

– Lo volvemos

loco, en tal caso ? habló Lita-

y no es cosa de volverlo,

que aquí, no sé, digo yo,

lo que hacen falta son cuerdos.

Estaba el Niño, ya digo,

escuchando y sonriendo

desde su cuna, y la noche

por Winter Springs era un bello

espectáculo de lagos,

y luces, y estrellas, y ecos

que venían, yo qué sé,

de muy cerca y de muy lejos.

Ya digo que estaba el Niño

tal como lo estoy diciendo,

cuando un ángel ? no sabría

decir si joven o viejo ?

con las alas perfumadas

en la rosa de los vientos

y más rubio que la miel

de nuestra Alcarria? Pues, bueno,

se plantó junto al indito

y de pronto exclamo: -¡Cielos!

¿Qué pasa? ? dijimos todos.

Y dijo el ángel, poniendo

cara de sorpresa.- ¿Pasa?

¡Pues que da gloria de verlo!

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