Visita a Galilea
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Visita a Galilea
¿Cómo pasar por Galilea sin tomar notas de lo que percibe el corazón a la orilla del mar? ¿Cómo caminar por el lugar de las llamadas del Señor sin sentir el paso del Maestro? ¿Cómo fijar los ojos en las aguas serenas de Tiberiades sin contemplar el reflejo de la mirada del Nazareno?
Es moción interior consoladora la certeza de la brisa compartida con Quien pasó por esta orilla llamando a sus amigos al seguimiento, Jesús de Nazaret. La calma y la bonanza, el frescor de la mañana, la misma luz del alba, impactaron los sentidos del Hijo de Carpintero.
¡Es verdad!, en Galilea se entra en comunión con el Maestro al mirar el cielo, y se siente la voz en las entrañas, al percibir aquellas palabras que llaman a seguir detrás de Él por los caminos.
No es ilusión surgida de la necesidad el sentimiento de la presencia amiga, como tampoco lo es percibir en la conciencia la frágil condición humana. Al avanzar por la senda del Evangelio, tras las huellas del Señor, a la vez se siente la fuerza y la distancia, mas siempre salvada por su mano tendida.
Sobre el mar de Galilea se sucedieron miedos y certezas; noches recias y amaneceres remecidos de luz y de abundancia; sensación de hundimiento en la noche oscura y experiencia de sentir la mano que libra del ahogo.
La memoria de la enseñanza de Jesús hace retornar la confianza de que no podrá la tormenta a la calma; la crisis, a la esperanza; la debilidad, a la mirada entrañable del Maestro.
Se conmueve el alma cuando se siente paz al intuir la aprobación de Jesús por la forma en que se le presenta como amigo. Me sucedió en Nazaret: un instante de luz y de sentir la sonrisa dibujada en el rostro del Hijo de María después de haber hablado de Él a compañeros. Percibí su semblante sereno, satisfecho por cómo mostraba a los demás sus misterios de encarnación y de nacimiento.
Parece pretencioso confesar lo que me vino al pensamiento en el instante cumbre de la celebración de la Eucaristía, en la basílica de la Anunciación en Nazaret: "Estoy contento por cómo trasmites mi paso por la tierra y por cómo me presentas". No se puede contener el estremecimiento en las entrañas, ni el gozo, a la vez que surge la súplica al Verbo hecho carne, para que sea Él mismo quien me sostenga como vocero, mediación sincera y anunciador de su Evangelio.
¡Galilea! Y retornan a mi mente los días de luz y de templanza, y quedo sumido en el silencio, para escuchar las palabras de Jesús, que se guardan bajo la bóveda del mar y en la ribera: "Vente conmigo". "Sígueme". "No tengas miedo". "Tu fe te ha salvado". "Perdonados te son tus pecados". Y las de los discípulos: "Apártate de mí, que soy pecador". "Tú eres el Hijo de Dios". "Tú eres el Mesías".