Que no sea en vano
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Esta semana intentamos volver poco a poco a nuestra rutina personal y eclesial. La vida no ha parado, ni tan siquiera se ha echado a un lado, la vida es un camino y ahora nos toca una etapa escarpada en la que nos cuesta ver hacia donde nos dirigimos. Es importante no poner todo lo que nos ha pasado en un paréntesis de silencio e indiferencia.
Como buenos caminantes no podemos obviar ninguna etapa, y ésta que hemos pasado ha sido una etapa donde la realidad se nos ha mostrado con crudeza. En esta parte de la ruta han caído muchos: personas con rostro e historia que han fallecido, familias que se han roto, trabajos, proyectos? Por eso no podemos pensar que ha sido una pesadilla de la que despertamos confiando en que quede más que un ligero recuerdo.
Esta herida nos pertenece para siempre como sociedad y por desgracia parece que tardará en cicatrizar del todo. La COVID-19 ha marcado nuestra piel, nos ha recordado que somos vulnerables, y en esa fragilidad podemos encontrar un espacio de salvación, un lugar de crecimiento si sabemos mirarla con los ojos de Dios.
Por eso ahora que pisamos la calle, no lo hagamos sin haber pensado qué nos ha pasado, qué les ha pasado a nuestros hermanos, qué hemos redescubierto, qué hemos aprendido. Que todo este dolor no haya sido en vano, que al menos nos lleve a preguntarnos quiénes somos y hacia dónde caminamos.