¿Dónde está Dios ante el coronavirus?
Publicado el - Actualizado
3 min lectura
"Mamá, ¿por qué Dios no hace algo para acabar con el coronavirus?".
Es lo que tiene la cuarentena: que deja mucho tiempo para pensar. Y, si la mente de un adulto da mil vueltas, la de un niño parece una lavadora en pleno centrifugado. Hace un par de noches, ni pequeña rompió el silencio de la madrugada con esta pregunta.
Lo cierto es que, aunque saliera de la boca de una niña de ocho años, ese interrogante también está presente en los pensamientos de muchos adultos. No es la primera vez. Ante una dificultad, como una muerte inesperada, una enfermedad, un divorcio traumático, nos enfadamos con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea. También con Dios. Y nos preguntamos dónde está y por qué permite que suframos tanto. No es extraño pensar que muchas personas incluso lleguen a tener crisis de fe en estos momentos. "¿Dónde estaba Dios en los campos de concentración?", se preguntaba hace años el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel. ¿Dónde está Dios ahora, en medio de la crisis del coronavirus?
A los niños les enseñamos en catequesis, en el cole, en casa, que Dios es bueno, que nos quiere y nos cuida. ¿Cómo encajar esto en una situación tan terrible como la que estamos padeciendo? Es más, ¿cómo explicarles que no es que se haya enfadado con nosotros y nos castigue para que seamos mejores, que no es un Dios castigador sino un Padre misericordioso?
Es aquí donde tenemos que recordar que Dios no tiene una varita mágica, que le rezamos y al día siguiente todo el sufrimiento ha desaparecido. Más bien es un Dios encarnado en la humanidad, que la acompaña y sufre también con ella. Y, sobre todo, que nunca la abandona en mitad de la tormenta.
Dios no acaba con el sufrimiento de manera instantánea: nos anima y acompaña para que seamos nosotros mismos quienes podamos obrar el cambio necesario para vencer. Y nos acompaña ahora para que sepamos capaces de darnos cuenta de que, aunque nos creíamos dioses, somos vulnerables y limitados. Aunque creíamos dominar todo, la realidad nos ha golpeado para recordarnos que la vida y la muerte escapan a nuestro control.
Por eso, como le dije a mi pequeña, Dios está ahí. Está en las manos cansadas de enfermeras y médicos. Está en el trabajo de transportistas y comerciantes. Dios está respirando por nosotros en las UCI de los hospitales. Llora las mismas lágrimas de quienes pierden a sus familiares, y muere también con cada víctima del virus. Sufre cuando ve el dolor de quien tiene dificultades para conseguir alimentos, y tiene el mismo miedo e incertidumbre de aquel que no sabe qué va a pasar con su trabajo. Pero también está en cada balcón a la tarde, aplaudiendo cada uno de esos pequeños gestos que hacen la vida mejor. Está con los padres que hacen una parada en sus agendas llenas de trabajo para jugar con sus hijos. Está en las llamadas de teléfono a nuestros mayores. Dios está en nuestra ventana cuando rezamos entre lágrimas implorando que deje de morir tanta gente. Nos escucha. Nos comprende. Está ahí, y podemos notarlo.
Y así, sólo así, descansaremos confiados y tranquilos, sabiendo que todo pasará, porque Él hará que pase … obrando el milagro en cada uno de nosotros. Obrando el milagro de una sociedad que aprende de sus errores y hace lo posible por corregirlos.
… y mi pequeña sonrió al escucharme. Y se puso a rezar.