La alegría de las monjas

La alegría de las monjas

José Antonio Rosado

Publicado el - Actualizado

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Con este título quizá sobran las palabras. Basta solo conocer a alguna religiosa para entender de qué alegría hablamos. Pero hoy quiero tenerlas presentes en la Zona Cero de Ecclesia.

Son muchas las monjas a las que conozco y creo hablar por todos cuando digo que lo primero que se dibuja en su rostro es una sonrisa. Da igual el tiempo, el lugar, lo que esté pasando en el mundo e incluso si el motivo de la reunión es duro. La sonrisa de una monja hace que todo cambie. Estas mujeres, conocedoras de Dios, tienen una alegría y felicidad ajena al mundo. Y eso se contagia. Están tan enamoradas de Dios y sirven tanto a los hombres y mujeres sin distinción, que su entusiasmo sería capaz de gobernar países enteros.

Durante el mes de junio, mi mujer y yo salimos a andar por caminos tranquilos para disfrutar de momentos en la naturaleza y sin el alboroto de la ciudad. Esos caminos los compartimos con dos jóvenes monjas, de 33 y 40 años. Comenzamos a andar, a hablar y nos contaron sus historias. La alegría y la fortaleza que emanan, no serían posibles sin la fuente de la que beben: Jesús. Cuando les pregunto a estas dos, y a alguna otra de clausura también, si son felices, pese a haber estado en lugares peligrosos, ayudando en zonas de muchas hambre y enfermedad y ahora en esta España un tanto hostil con la Iglesia, siempre muestran confianza en Dios y su repuesta es inequívoca: ¡Sí, soy feliz! ¡Muy feliz!

Desde pequeño siempre recuerdo a las monjas Salesas, quienes son como de la familia. Acompañaba a mi madre a visitarlas. Ella se educó con las Hermanas de La Cruz, de Sor Angela, hoy ya santa Ángela, también muy querida en casa. Yo en mi colegio, con las Hermanas Carmelitas-Vedruna, de quienes guardo muy buen recuerdo, pese a la dureza de algunas de sus clases, sobre todo Historia. Pero aún así, le agradezco pues fijó en mi personalidad más necesidad de esfuerzo en la vida. Todas ellas, siempre coincidieron en lo mismo cuando era muy niño: reza a María, Ella es también tu mamá. ¿Cómo no van a ser felices estando siempre con Jesús en medio de sus vidas y teniendo a la Virgen como esa mamá celestial? Pacientes, amables, entusiastas, empáticas y felices, siempre felices. Así son las monjas, mujeres dedicadas a la Humanidad y cuya alegría es el anticipo de lo que se ha de vivir en el cielo.

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