Dejando atrás el confinamiento

Dejando atrás el confinamiento

José Antonio Rosado

Publicado el - Actualizado

7 min lectura

Voy a hacer memoria.

Últimos de febrero, primeros de marzo. Probablemente el coronavirus ya estaba en nuestro país pero no éramos conscientes ni conocedores de ello. China y Wuham quedaban muy lejos. Habíamos visto, oido y leído por los medios de comunicación la situación de aquellos andaluces que venían del gigante asiático y estuvieron en cuarentena en el Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid. Las noticias del coronavirus iban, casi sin darnos cuenta, ocupando cada día más espacio público y el debate de si era o no una exageración o una mera gripe fuerte ya estaba en la calle. Tuve la suerte de tener información técnica y real, muy actualizada, de un muy buen amigo que trabaja en un organismo internacional, cuyos pronósticos se iban cumpliendo. Los primeros días de marzo éramos ya muchos los que nos fijábamos en Italia ante la gravedad del asunto. Nuestros vecinos estaban ya con cierres y duras medidas. Aún así, en nuestra piel de toro eran muchos los que no se tomaron en serio el asunto. En mi Diócesis, Vitoria, y otras del resto de España, el mismo 6 de marzo se tomaron varias medidas para evitar contagios ante este virus tan letal y desconocido que estaba sumiendo a varios países en la oscuridad. Responsabilidad y premura de la Iglesia ante la que nos venía tomando medidas antes que las Administraciones Públicas. Mi ciudad ya era por entonces un importante foco de contagio, el primero de España. La población ya estaba con el miedo en el cuerpo. El día 12 de marzo, nuestro Obispo decretó la suspensión temporal del culto público ante la grave situación para frenar la propagación. El 13 de marzo, el Lehendakari decretó la alerta sanitaria en el País Vasco y el 14 de marzo, fue el Presidente del Gobierno quien decretó el Estado de Alarma nacional.

Quiero hacer aquí un inciso y reconocer la dureza de estos primeros días. No se lo he contado a nadie y hoy creo oportuno compartirlo. Escribiendo la nota de prensa para informar a la sociedad de la suspensión temporal del culto público en nuestra Diócesis, tuve una sensación de profunda tristeza. Mientras la preparaba, caían lágrimas de mis ojos por la trascendencia del momento y por ese dolor espiritual que los cristianos experimentamos en muchos momentos de nuestra vida. Saber que fisicamente no podríamos recibir al Señor, ni escuchar su Palabra, no poder asistir al templo y tener lejos los sacramentos es para un cristiano un duro golpe, muy duro. Aún así, celebro que fuera la Iglesia, custodia del Evangelio en la Tierra, la que tomase estas medidas y no el poder civil. Por fortuna, las nuevas tecnologías paliaron esa primera y amarga sensación de vacío y orfandad y se obró el milagro de hacer de nuestras casas provisionales templos de campaña donde Jesús estuvo más presente si cabe que en lo ordinario. Hablo por mí, por supuesto, pero también por muchísimas personas que han compartido estas sensaciones. En esa Cuaresma, Semana Santa y Pascua, el tiempo con Dios fue más intenso y el trabajo online en nuestra Diócesis lo propició. Aprovecho para agradecer a mis dos compañeros, Andrea e Iñaki y al equipo de televisión por este enorme esfuerzo que fue vital para miles y miles de alaveses.

Nos habíamos quedado en el 14 de marzo con el Real Decreto del Gobierno. Al día siguiente, 15 de marzo, los jóvenes de la Diócesis activaron un plan de voluntariado para asistir a personas mayores y en riesgo. Les llevaban la compra, les proveían de los medicamentos necesarios y les bajaban la basura, entre otros servicios. El 17 de marzo, Cáritas coordina la acción social junto con Gobierno Vasco y demás instituciones. El 19 de marzo, el Obispado cede las instalaciones del Seminario y el antiguo convento de las Brígidas para uso de las autoridades en su lucha contra esta devastadora pandemia, insisto, con un foco importante en Vitoria. Entretanto, las misas en directo desde la Capilla del Obispado son vistas desde miles de hogares. Se suman las monjas: el 26 de marzo, las Hermanas Clarisas vacían su confitería casera, conocida en toda la ciudad, y lo donan todo a los sanitarios que están trabajando día y noche por salvar vidas. No había bares ni restaurantes abiertos, ni siquiera en los hospitales. El gesto fue muy aplaudido por los sanitarios. "Nos aporta una energía extra y nos motiva a seguir" dijeron desde Txagorritxu. El 29 de marzo, los seminaristas ceden sus habitaciones en favor de personal sanitario que trabaja en el hospital, apenas a 100 metros de distancia. Allí se alojaron durante la parte más dura de la pandemia. Tras tres días de buscar voluntarios entre parroquias, el 30 de marzo, 21 personas con experiencia en enfermería se presentan para ayudar en hospitales y residencias de mayores. El 2 de abril las Hermanas Salesas elaboran 200 mascarillas homologadas para repartir a cuidadores y enfermeros así como para personas en riesgo. Las peticiones siguen llegándoles y ellas siguen cosiendo. También ese mismo día, Egibide, centros de educación diocesanos, dona todo su material de las aulas de la rama socio-sanitaria a servicios sociales y se ponen a imprimir pantallas de plástico para donar a hospitales y residencias gracias a sus impresoras en 3D. Al día siguiente, 3 de abril, nueva remesa de dulces para los sanitarios desde el Convento de la Inmaculada. Siguen las misas en directo y comenzamos la Semana Santa desde la Catedral Nueva, a puerta cerrada y seguidas por más de 60.000 personas desde sus casas. Berakah, proyecto solidario de las parroquias del Casco Viejo, pone el 9 de abril un teléfono a disposición de quien lo necesite para todo tipo de ayuda. El 12 de abril repican las campanas de toda la Diócesis para anunciar Esperanza y Resurrección a toda la sociedad. Las Obras Misionales Pontificias de Vitoria organizan el 14 de abril una campaña de ayuda a África, Asia y América y el 15 de abril unidades militares desinfectan el Seminario y residencias de mayores en la Diócesis para evitar la propagación del virus entre el personal sanitario que allí se encuentra y las personas mayores y en riesgo de esos centros. El 19 de abril la Diócesis refuerza el servicio de escucha y oración por los fallecidos con equipos profesionales preparados para ello coordinados por el Centro Pastoral BerriOna. El 24 de abril se renueva el convenio del Comedor Social de la parroquia de Nª- Sª. de los Desamparados y evitan el cierre. Siguen dando comida y cenas en tápers durante los más de dos meses de pandemia. El 28 de abril, 14 personalidades en representación de toda Álava hacen llegar sus peticiones a San Prudencio en el día grande del santo patrón alavés, gesto muy valorado por la ciudadanía. El 4 de mayo, Misiones Diocesanas Vascas de Vitoria envían 10.000 euros para comprar kits sanitarios en Ecuador y lo mismo hacen para Bolivia y Kenia, lugares con misioneros en la zona. Jeiki, el antiguo Proyecto Hombre, sigue en todo este tiempo con sus labores en favor de muchas personas con serias adicciones. Vuelven las primeras misas públicas en la semana del 11 de mayo y la Diócesis reparte carteles informativos y elabora un video explicativo. El 15 de mayo los Obispos vascos hacen pública su Carta Pastoral por esta situación pidiendo a las instituciones competentes y a toda la sociedad la protección de las familias ante la previsible crisis post confinamiento. El 22 de mayo Berakah elabora mascarillas y lo recaudado irá destinado a familias sin recursos. Parroquias y movimientos de la Iglesia siguen a día de hoy su innumerable labor para quienes más lo necesitan.

Estamos ya en Fase 2 en Álava y poco a poco vamos saliendo del confinamiento. La desescalada es paulatina. En estos más de dos meses de pandemia, la Iglesia de Vitoria ha estado, desde antes incluso de la declaración del Estado de Alarma, pensando en la máxima ayuda y atención a los enfermos y mayores, personal sanitario, personas en riesgo y vulnerables económicamente. También el conjunto de la Iglesia española lo ha estado como parte del tejido social y convencida de su servicio por el bien común. Que a nadie se le olvide. En un mundo en el que los bulos abundan y la memoria escasea, más que nunca hay que dejar por escrito el papel que todos hemos hecho para dar luz en medio de tanta oscuridad. Esto ha sacado de nuevo lo mejor de las personas que formamos la Iglesia y merece ser resaltado para, humildemente, no caer en el olvido ni en ese saco de mentiras que se viralizan con el único fin de desprestigiar a quienes no tenemos otro objetivo que ayudar a quien lo necesita cueste lo que cueste.

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